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Luisiana: la canariedad externalizada

Un caso de emigración forzada por la extrema necesidad fue la que impulsó a más de dos mil familias canarias a trasladarse a las lejanas tierras del Misisipi

Descendientes de canarios en Luisiana. LA PROVINCIA / DLP

Entre nosotros, cuando tratamos de definirnos acudimos a las matrices léxicas que nos proporciona la nominación geográfica. Por un lado "isla" produce isleño,-a, isleñismo, "ínsula" nos proporciona insular, insularismo, insularista, de "islote" son deducibles islotero, isloterista, isloteñismo, isloteño, isloteñista, de "canario,-a" proceden canarismo, canarista, canarión. Simples nominaciones descriptivas o intencionalmente críticas, de algunas de las cuales nos hemos servido tiempo atrás para fustigar el aldeanismo de la unidad-isla que reconvertía su insularismo en isloteñismo. Posteriormente hemos llegado a formular grandes palabras definidoras, palabras mayores como son canariedad, tricontinentalidad y atlanticidad, ya en un grado de conceptualización que ha adquirido raigambre y normalización, cargadas como vienen de contenidos con visión centrífuga. Aves que abandonan el nido apenas emplumadas de contenido ideológico y emprenden un vuelo de inclusión en el amplio mundo circundante. Estas últimas son formulaciones contundentes, surgidas de una necesidad autodefinidora que se juzga vía de acceso a estructuras superiores del pensamiento, a años luz del simplón aserto de "ser más canario que el gofio."

La canariedad se considera comprensible del conglomerado que informa nuestro ajuar cultural, la tricontinentalidad un concepto extensible al entorno global, que comprende nuestra raigambre generatriz norteafricana, la colonización europea sincrética de espada y cruz y la extensión al Nuevo Mundo, esa vocación atlántica siempre forzada, sea por la condición esclava de los primeros aborígenes transportados al Caribe por Colón y sus sucesores, o por la emigración como recurso de supervivencia; la atlanticidad un constructo formulado por J.M. García Ramos que nos engloba en la Macaronesia, maridando contenidos literarios e ideológicos.

Un caso de emigración forzada por la extrema necesidad fue la que impulsó a más de dos mil familias canarias a trasladarse a las lejanas tierras del Misisipi hace ahora casi doscientos cuarenta años, iniciando una aventura que , pasado dicho intervalo, se ha consolidado como un paradigma de canariedad externalizada.

Hacia 1778 la vida era difícil en nuestras islas: una plaga de langosta africana había asolado los cultivos, la sequía era persistente, los colorantes químicos inventados en Europa habían acabado con la exportación de cochinilla, industria artesanal que ocupaba a buena parte de la población. En tales circunstancias cayó como agua de mayo la llegada de oficiales del ejército del Rey desde Cuba con la misión de reclutar campesinos que además sirvieran como soldados, todo fuera defender la Luisiana de la posible presión que las colonias inglesas en Norteamérica pudieran hacer sobre un territorio que ya era parte del imperio español, puesto que había sido traspasado al rey de España Carlos III por su primo el de Francia, Luis XVI. Serían reclutados en varias islas, preferiblemente acompañados de sus mujeres e hijos, pues la idea que expuso el gobernador de Cuba a aquel rey, que frecuentaba las ideas de la Ilustración, era que se establecieran también como colonos de residencia estable, cultivando la fértil tierra de arrastre que el Misisipi depositaba en el delta, rodeados de lagos y marismas donde practicar la pesca, con extensas marismas boscosas donde ejercer como tramperos de la fauna salvaje de aquel territorio apenas explorado.

Nueve expediciones que embarcaron en el puerto de Santa Cruz de Tenerife, espaciadamente a lo largo de cinco años (1788-1783), transportaron a casi 2.400 isleños a lo que en principio parecía ser la Tierra Prometida que remediara su miseria. Pero no era del todo Jauja aquel país donde el gran rio venía crecido, inundando sus cultivos y viviendas, los huracanes devastadores se reproducían con indeseable asiduidad, había caimanes por doquier, ratas y enormes gatos jíbaros, mosquitos sin cuento. Y una población francesa con la que habrían de entenderse, porque eran sus pobladores anteriores y detentaban la infraestructura comercial concentrada en Nueva Orleans y Baton Rouge, las dos poblaciones importantes del Sur de Luisiana, puntos de salida y llegada del intercambio export-import con la Metrópoli francesa, pero también con Cuba y la Española, actual Santo Domingo.

El caso es que , tal como reza el eslogan voluntarista de probada efectividad, "la unión hace la fuerza" y el modelo socio-relacional que practicaron en lo que se llamaba Terre Aux Boeufs reproducía a tanta distancia aquél que habitualmente predominaba en sus islas de origen: la sobriedad de las costumbres, la solidaridad comunal, la cocina isleña, la medicina natural, sus décimas y relaciones de sucesos ciertos o inventados, el analfabetismo, la endogamia, la medicina natural, las fiestas religiosas amenizadas con bailes típicos de cada isla de procedencia, la célula patriarcal en cada poblado, habitualmente personalizada por el poblador más viejo y sabio de entre ellos. Todo lo que cohesiona a un pueblo como unidad de comportamiento diferencial: una etnia. En este aspecto, los isleños de Luisiana, a pesar de la imprescindible asimilación a lo que allí había, son un raro ejemplo de geografía humana persistente en lo que se denomina metafóricamente como las raíces, la pertenencia a un patrón étnico determinado, la continuidad de la costumbre, la etnicidad prolongada en el tiempo. La lengua, que fue en principio nuestro enganche con esta población en el terreno específico de la etnolingüística, para lo que nos han servido de guía las recopilaciones léxicas realizadas en comunidades de isleños por Mac-Curdy y Manuel Alvar, más otras aproximaciones contextuales en la amplia bibliografía que ha suscitado este fenómeno.

Y es que esta población, sobre todo en St. Bernard, unas pocas millas al sureste de Nueva Orleans, ha estado observando una oralidad dialectal canaria que es en esencia la coetánea a su llegada a Luisiana, llena de ruralismos sostenidos, consecuencia de su condición analfabeta, algunos de ellos vigentes en nuestras islas. Esto significa que los pocos hablantes que quedan con dominio idiomático coloquial siguen hablando un español con características muy propias y distintivas. Un dialecto originalmente canario y un tanto arcaizante, que a la vez ha adquirido numerosos préstamos del francés local, llamado canjin, y de varios dialectos hispanoamericanos. Queda por decidir si lo llamaremos un melting - pot ( amalgama de razas, culturas, etc.) o definirlo como un verdadero pidjin, que es el resultado del contacto de dos o más lenguas. En principio no nos parece pertenecer al fenómeno sociolingüístico llamado pidginización, pues lo que apreciamos es una lengua basada esencialmente en aculturación o contacto de la lengua llevada desde Canarias con la lenguas de destino, las que encuentran en el lugar que han poblado: francés, algo de inglés y portugués, y empleada de modo primario para propósitos de comunicación. El dialecto de los isleños nos parece más bien una lengua de contacto, impregnada en el léxico procedente de estas tres lenguas.

Dado que los pidgins se forman en dos comunidades de hablantes que intentan comunicarse, cada una de ellas aproximándose sucesivamente a las características de la lengua del otro, y que los franceses residentes en Luisiana no correspondieron sino escasamente al intercambio adquiriendo léxico canario, la pidginización nos parece incompatible con el modelo isleño resultante. Tenemos entre nosotros alguna experiencia concomitante de l engua de contacto. Nos referimos a los préstamos léxicos surgidos del inglés y criollizados en el dialecto canario, como los muy conocidos queque, pulove, cap, naife, choni, jol, niqui, guagua, güinche, fos, guanijei, choni, boliche, tifar, changa, guiri, fotingo, cachanchán, suasto, etc. Descartando, por supuesto, el mito urbano de que cambullón pertenezca a esta raigambre, dado que procede del portugués cambulhao. Tampoco hubo colonización política inglesa en Canarias, y en consecuencia ninguna posibilidad de pidgin ni creolization, que es como ellos llaman a las variedades surgidas en las colonizaciones imperialistas: el francés hablado en Vietnam y en Haití, el criollo swahili surgido en Katanga en contacto con el inglés, la criollización surgida entre los puertorriqueños tanto en Puerto Rico como en su emigración a los EE UU, el criollo hispano-filipino, los sucedidos en Jamaica y Hawai, etc. Pero sí que la hubo cultural, y es ésta una evidencia empírica, si bien hoy en día diluida y simultánea con la invasiva aculturación tecnológica, productora de anglicismos a manta en nuestra habla diaria, como un reflejo más de la globalización. Suerte que hemos tenido, por otra parte, porque visto que no quien soltar por las buenas ni por las malas sus dominios en Irlanda del Norte, Gibraltar o las Malvinas (a las que llaman Falkland Islands), mejor nos ha ido siendo una Comunidad española que una antigualla colonial inglesa más.

Los isleños actuales de St. Bernard Parrish hablan inglés, conservando privadamente la reliquia que supone una lengua nativa que les estaba prohibido hablar en las escuelas cuando Luisiana se convirtió en un estado más de los EE.UU., aunque en la actualidad esa, como otras segregaciones (la racial, por descontado) están en vías de normalización, enseñándose español a los isleños que así lo quieran. La variedad isleña llevada en el s. XVIII es en realidad una herencia cada vez más reducida a la arqueología de la memoria; lo que no implica que se haya fosilizado, sino que vive y se activa espontáneamente, tanto allá en la Luisiana como aquí mismo, cuando vienen a vernos en su remoto hogar hesperideo, sureños de aparcería que fueron, o recolectores de cochinilla y sureños que son en su propio estado norteamericano. Y siempre se sorprenden los visitantes canarios que se acercan allá - en un intercambio cultural signado por el reencuentro de una canariedad externalizada - cuando escuchan a los pocos resistentes/residentes con competencia oral hablando el remoto dialecto, tan reconocible como que muchos de sus vocablos y expresiones son las nuestras de uso diario. Compartimos pues el habla, como iremos mostrando, pero también ese imaginario que muestran sus relatos, los que Mac Curdy recopiló, y las décimas tradicionalmente conservadas hasta la actualidad, joyas de espontánea repentización que ya están siendo estudiadas por los especialistas, con un rendimiento heurístico imprevisible en lo que se refiere al perfil ontológico de la canariedad compartida, según se vaya avanzando en su desciframiento significante de un imaginario subdivisible entre los volcanes insulares y las marismas del caudaloso Misisipi.

Su caso, dentro de la generalidad de los fenómenos lingüísticos, es lo que Gumperz llama una comunidad lingüística, donde cabe hablar de una lengua sincrética, variedad homogénea en una comunidad de hablantes de origen común; también de una invención fonológica, dado que sus usuarios no conocen de los intrincados sonidos fonémicos que caracterizan al francés y al inglés, pero que se han visto en la imperiosa necesidad de comunicarse al principio con interlocutores francoparlantes, filtrar su cultura en los usos propios, con una suerte de bautismo en la francofonía de modo selectivo, en tanto es vehículo de transmisión de utilidades relacionales. Un transvase "de oídas" donde sobresalen los términos relativos a la flora, la fauna, los enseres domésticos, las comidas, el comercio y la administración. Un medio de comunicación que se habla, peo que no se enseñaba formalmente. Tampoco hubo interacción con la lengua inglesa de contacto en sentido contrario, pues apenas se aprecian en la Luisiana americanófona términos isleños, salvo esta nominación, que traducen como I slanders.

¿Cómo es pues la lengua de los isleños de Luisiana? La cata inicial que hemos hecho en los léxicos proporcionados por Mac Curdy y Alvar nos revela su fenomenología, así como la persistencia de una parte substancial de su contenido en el dialecto canario que habla la gente "del campo", tal se dijera que no han pasado casi dos siglos y medio desde que esta población pionera fue trasplantada a Luisiana. Pero cuando escuchemos esas palabras, su incorrección de "campurrios" - como aún se escucha nombrar a los hablantes dialectales- recordemos siempre que se trataba de una ciudadanía no alfabetizada, que dice tosnuar por estornudar, naiden por nadie, jorcar por ahorcar, entodavía por todavía, asina por así, y que no entienden que su lengua madre, así fonematizada, pase por ser incorrecta en su lugar de origen. Sin embargo, la selecta minoría de los isleños que han estudiado el español actual en cualquier nivel de enseñanza han llegado a contrastar su dialecto con el castellano normativo y tienden a considerar su legado como el tesoro que es: un continuo de ontología en fase menguante, pero incólume en el tiempo, debidamente mesturada con francés, inglés y portugués, a la que llamaríamos el canario luisianés.

Veamos muy sumariamente ejemplos de esta competencia comunicativa: "paire, maire , agüelo, estógamo, ferruje, matadura, tontura, velorio, quejo, sarampio, nombrete, bujero, fechillo, ajuntar, allegar, cambear, jullir, lamber, cambeo, engoruñado, tamién, mesmo, safado, ónde, menú, indino, gomitar, haiga, semos, trujimos, delantre, asina, cuála, toíto, ¡coño!(como exclamación espontánea, incluso hablando en inglés ), y un etcétera que el lector curioso encontrará en las fuentes citadas.

Ya adelantamos que es un habla que convive con el luisianés colonial, dialecto derivado del francés metropolitano de finales del s. XVIII. Los galicismos asimilados por los isleños a su competencia oral incorporan una fauna nunca vista, pues pasan de la fauna atlántica a la caribeña (mamíferos, aves, peces, moluscos, reptiles, anfibios), nuevo menaje doméstico, aperos de labranza, alimentación, vestimenta, etc., bien traducidos directamente: pato negro ( canard noir), pato de monte ( canard des bois) o bien con asimilación fonética: canargris, canarnuar', madmisela, plató (por bandeja) , pallasa (por colchón),' ambleta (por tortilla francesa), pandil (por reloj), creyón'( por lápiz de labios), biera ( por cerveza), etc.

Los préstamos del inglés se fueron superponiendo según la expansión de las colonias del Norte, culminando en su proclamación como lengua oficial desde la independencia de los EE.UU. Son términos mayormente comerciales, laborales, vestimentarios: grosería (por almacén de ultramarinos), cotón (por algodón), trolero (por pescador que usa el trawl, una red de pesca baredera), uenche ( por torno, carrete) - aquí lo hemos apalabrado como güinche, del inglés winch-, espiquear (por hablar). Detectamos portuguesismos ya consolidados: jeito, tontura, quejo y un desconocido: morianga (por fresa, del portugués morangueiro). Curiosamente no aparecen magua ni amaguado,-a, que deben ser incorporaciones posteriores al dialecto canario.

Entretanto se consolidaba este canario luisianés, veamos qué fue de sus vidas en el "profundo Sur" estadounidense. Los más ejercían de labradores en sus huertos, llevando cargadas las carretas con hortalizas y frutas cada quincena al mercado de Nueva Orleans; apacentaban sus reses en aquellas feraces praderas, viviendo morigeradamente, como hacían sus vidas en las Islas de procedencia. Otros sintieron la llamada del bosque y se hicieron tramperos y cazadores de cuanto animal les sirviera el pellejo para sus ropas de faena; si bien las más comerciales, como la de zorros y armiño las vendían igualmente a los peleteros de la pequeña gran ciudad en la que poco a poco se convertía aquélla su capital de referencia - la que todos conocemos como cuna del jazz. Bastantes de entre ellos eligieron pescar con redes de arrastre en los lagos circundantes (el Borgne y el Pontchartrain) camarones, moluscos y peces de cuya existencia y nombre nada sabían, lo que les servía de alimento y de producción con salida comercial. Pasaban semanas en ello, recalando de noche en un lugar donde hacían su comida típica, bebían ron, y se echaban sus cantares de la tierra, recitaban o cantaban décimas y se turnaban en relatos de un imaginario ajeno a las propias vivencias : historias inventadas, como para sustituir una literatura que no alcanzaban a leer, pues seguían analfabetos.

Esta convivialidad laboral fue un elemento de trascendencia básica en la continuidad de su modelo de civilización, de socialización, de transmisión oral, de conciencia étnica que los cohesionó indefinidamente como isleños singulares. Otros salieron tan buenos domadores de caballos, que venían gentes desde lejos a que sus potros fueran adiestrados por aquellos bienamañados canarios. De este conjunto de circunstancias se amalgama una personalidad que va distribuyéndose por pueblos fundados y denominados con sus apellidos: Valenzuela, Marrero, González. Se extienden por la Isla Delacroix, se desplazan a vivir con familiares llegados en las sucesivas expediciones que llegaron desde las Islas.

Con el tiempo dejan de ser españoles y se ven englobados en la nacionalidad norteamericana: como ciudadanos norteamericanos combaten en la Guerra de Secesión por el bando sureño, sirven como soldados U.S.A en las dos guerras mundiales, en las de Corea, Vietnam, la de Irak, Afganistán y en cuantos conflictos sirven a la industria armamentística de su país para dominar o predominar sus intereses con cobertura política allí donde hay petróleo, que es lo suyo. La suerte es que esta americanización no ha acabado totalmente con el ser y el estar de los isleños de San Bernardo y de tantas otras ciudades de su genealogía étnica remota. Una tradición complejamente estática en el conservacionismo de tradiciones ancestrales y el reboso del progreso gigantesco del país como factor que dinamiza y pone en peligro dichas tradiciones es la tensión que hoy viven los isleños.

¿Cómo es el hoy de nuestra comunidad remota y entrañable? Como dice el historiador Joe Gray Taylor: "Como la mayor parte del Mundo, Luisiana ha visto más cambios desde el principio de la II Guerra Mundial que nunca antes en su historia." Ha crecido enormemente la población, la industrialización del territorio, la agricultura se ha mecanizado, las industrias del petróleo y el gas natural se han expandido en el Golfo de México y llegan al mismo Delta, la integración racial de los negros procedentes de la densa esclavitud en el estado se ha consolidado legislativamente, y - como lamentaba en una de sus décimas Willie Alfonso, de Delacroix Island- "Ya la Isla no es la Isla como era de primero". Y es que ha aumentado la población con lejana raíz isleña a unos seis millones de habitantes, New Orleans ha crecido casi hasta las cercanías de la Terre aux Boeufs ( Tierra de bueyes), que es donde sigue St. Bernard. Se han deshabitado las áreas rurales, con la televisión y los trenes la vida del campo se parece más a la de los suburbios de New Orleans. Los jóvenes dejan la agricultura y se van a estudiar en cualquier lugar de su estado y en los vecinos, o a trabajar en empresas de las innumerables industrias existentes.

Pero hay puntos negros en este recorrido: Luisiana arrastra el mayor número de analfabetos de los EE.UU. Los isleños reciben una educación norteamericana, lo que causa un efecto nocivo en la identidad heredada de sus mayores, nublada y secuestrada por el país que los englobó. El uso del dialecto luisianés, probablemente el rasgo más distintivo en la Luisiana rural, está en declive, los jóvenes prefieren estandarizarse en el entorno inglés. Continúa la tradición en lugares muy localizados, convertidos en museos y sociedades conservacionistas. El catolicismo, la endogamia, los matrimonios precoces, la medicina natural ( arreglar el pomo, sacar el mal de ojo), el patriarcado, la solidaridad, no han dejado de ser prácticas venidas de muy atrás. Otro contratiempo sostenido son los huracanes que han asolado periódicamente el territorio donde se establecieron los isleños; el último de ellos, llamado Katrina, en 2005, causó una catástrofe de gran magnitud en vidas y propiedades. Otro más: los hijos de los isleños, como muchos de los descendientes de emigrantes en todas partes, han preferido ser asimilados al mainstream de la vida norteamericana antes que conservar la antigua cultura de sus mayores, que les ha sido descrita peyorativamente como étnica y rústica.

Hagamos todo lo posible, a esta parte del Océano, para que esta canariedad externalizada se conozca mejor y se considere una célula más, si bien lejana, de la canariedad global. En ello se empeña el Proyecto Islanderus, y el documental de Eduardo Cubillo titulado Isleños, a root of America, recientemente proyectado en un cine de Las Palmas. Darlos a conocer, antes de que sucumban a la abrumadora ola del americanismo. Tan lejanos y tan cercanos, estos isleños de Luisiana?

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