La Provincia - Diario de Las Palmas

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Siete episodios insulares

A causa de la mixtificación entre lo 'insular' (apertura) y lo 'isleño' (repliegue), muchas veces, el canario crea distancias para 'continentalizar' la isla

Siete episodios insulares

1 Isla: contenido / continente. Del mismo modo que "el whisky siente envidia del recipiente" (Samuel Beckett), el contenido (canario) se sabe endeble y, en parte, se amedrenta (y, por ello, se echa el pisto: "Vergel de belleza 'sin par", " seguro de sol"...) ante su (insular) continente. La canariedad es un símbolo y un signo; la insularidad es imaginaria y, sobre todo, real. Hay, por eso, mil formas posibles de ser canario, pero sólo una de ser insular; y de esa ardua mixtificación, surten los maniqueísmos y dualidades. ("El dúo sempiterno / de dos tan desiguales", definió Cairasco esa escisión interior; "Y con el sobresalto que allí influyen / unas [cabras] quedan paradas y otras huyen", simbolizó Silvestre de Balboa - cabra huida él mismo- la escisión social). En definitiva, la canariedad es susceptible de agotarse, y, en cambio, la insularidad -curtida ante la liquidez real del inmenso mar-, es inagotable. La insularidad es la pétrea variable independiente, que determina la viscosa noción de canariedad. Aquella es el envase, susceptible de contener tradiciones e innovaciones premium o de limitarse al relleno con folclore de garrafón. (Ya nos habla también de la inercia, con metáfora de can, el propio Beckett: "El hábito es el lastre que encadena el perro a su vómito"). Tal vez a causa de esa mixtificación -entre lo insular y lo isleño-, el canario crea distancias para continentalizar la isla.

2 Ínfulas continentales. ¿Ínfulas continentales de las ínsulas? ("Gran Canaria: continente en miniatura"...). Se juega con desventaja, ciertamente, cuando hay tantas sinonimias, en ocasiones cuajadas de matices opuestos, para referir los atributos y gentilicios de las islas -isleños, insulares, insularios, insulanos, íslicos, isloteros, isleteros...- frente a la unívoca designación de continente. La diferencia es que a nadie se le ocurriría aludir a un continente omitiendo su nombre, mientras que las islas admiten ser enunciadas como recipientes vacíos u osamentas. ("Puede escoger una sola isla o la estancia combinada en dos o tres...", rezan algunos prospectos turísticos para visitar "las Canarias"). De ahí, acaso, la hipérbole en los signos de canariedad, que termina resultando irónica. Es significativa la sinécdoque inversa (el todo por la parte) que emplean los isleños (atlánticos) para aludir a sus capitales continentales de referencia: del mismo modo que los cubanos, por ejemplo, hablan de los "Estados Unidos" cuando únicamente se refieren a Miami, o los azorinos aseveran que van al "continente" así marchen sólo a Lisboa, los canarios proferimos que nos vamos a la "Península" así vayamos en un viaje-relámpago sólo a Madrid...

A un extremo de la oposición isla / continente ocurre, en definitiva, que lo isleño y lo insular, sinonimia más recurrente, pueden ser, incluso, términos antíteticos (cerrazón -folclorismo, repliegue- de lo isleño, frente al aperturismo -universal, transoceánico- de lo insular). Y al otro extremo ocurre que todo continente tiene más de una isla en su radio de influencia, mientras que ninguna isla pertenece, en rigor, a más de un continente... De ahí, tal vez, el esfuerzo por la tricontinentalidad, palabra dura de pronunciar: la famosa condición de "región geoestratégica", que, sin la apoyatura de un sólido discurso político y cultural, corre el riesgo de devenir en "geo-extra-tética": una región a las afueras de toda tesis...

3 Narcisismo y 'balbuceo criollo'. Allí donde el hombre continental es ególatra, el insular es narcisista, cabría aventurar. ¿Y cuál es la diferencia? Se puede ser narcisista sin ser ególatra, pero no a la inversa, del mismo modo que el continente absorbe la(s) isla(s) -y la(s) acapara o se desentiende luego- como no puede ocurrir a la inversa. El narcisismo es cóncavo: uterino, y la egolatría, convexa: fálica. Y, sobre todo, la egolatría es una estrategia, y el narcisismo -ay- sólo una táctica...

Por algo nuestro mar es el Océano "Circunvago" (Horacio). Y un buen botón de muestra de que somos más tácticos que efectivos o estratégicos es, por ejemplo, el juego del Equipo Amarillo. Juego circunvago en el centro del campo, muy táctico, a veces incluso estético, pero nada eficiente; sorimbados, narcisistas (palabra que comparte raíz etimológica con narcotizados). Damos vueltas en un mismo punto, como un derviche giróvago en top-less (es decir sin top: altura de miras, culminación). Es el pío-pío del albatros que simbolizó Baudelaire: el artista-poeta, que en el aire vuela majestuoso, pero en la tierra anda torpe, y los marineros lo encadenan a la cubierta y le queman las alas con las pavas de sus cigarrillos...

El lenguaje propio del insular-atlántico (¿su indiolecto?) es, señaló Breton, el "balbuceo criollo"; y se da también, agregamos, una escatología del ensimismamiento. "La luz eternamente polla", incubó en Trilce César Vallejo, como huevo de ese "sol empavado que alborota los cascos". Domingo López Torres, el joven poeta comunista y surrealista arrojado vivo a la marea en un saco cargado de piedras, por algún acantilado de Tenerife, a inicios de la Guerra Civil, lanzó una greguería que podría servir de pancarta-pecio a nuestros adorados terruños: "La isla es -dijo- árbitro federado de equipos multicolores"...

"¡¡¡Bobito, frente de sarampión, mamita linda!!!", exclama desde su cuna el infante protagonista de la lezamiana novela Paradiso. Nos viene al pelo desde que somos niños con visera- culo- al- aire, chapoteando el olita y pon, y cuando, de pronto, entramos en las edades de Plinio el Viejo, y ya sólo divisamos canes marinos y más focas monje en las orillas playeras, nos vamos derechitos a la encriptada definición de Breton: "[Aquí, en la isla] es el habla del Directorio lo que retarda el rodar de algunas piedras africanas para romper el filtro de no prohibición voluptuosa del balbuceo criollo". Por fortuna, ya Narciso no se ahoga ("en la pleamar fugó sin alas", Lezama). A su derredor, "el inmenso pavo real del mar hace la rueda en todos los virajes", agregará Bretón, en El castillo estrellado (1936). Inspirado en su celebérrima visita a Tenerife el año anterior, lo está escribiendo al mismo tiempo, curiosamente, en que van a asesinar allí a Domingo López Torres, quien acaba de anotar, en su presidio de Fyffes: "Espejos de azul narciso / viene la proa cortando / con un filo de inquietudes / y un verde de contrabando".

4 ¡Qué crack, Cairasco! "Luego por el abismo y sus confines / balar se oyeron hórridos cabrones / bramar centauros y ladrar mastines, / silbar serpientes y rugir leones", dirá Bartolomé Cairasco de Figueroa (Las Palmas, 1538 - 1610), en su poema La tentación de San Antonio. No sólo funda, el canónigo de la catedral de Las Palmas, la lírica canaria, sino también cualquier variante del saber insulario. Es un hombre del Renacimiento que preconiza el Barroco, con un determinante influjo bipolar (¡y secularmente ninguneado en ambos casos!), tanto en la formación culterana del joven Góngora como en la de su discípulo Silvestre de Balboa, cuyo Espejo de paciencia'(1607) inaugura, como es sabido, tras su trastierro, la literatura cubana. De un solo viaje, estrena el simbólico bestiario, presidido por el demoníaco "can trifauce". Pero ocurre que, bajo la carcasa de sus inconfundibles esdrújulas y latines, es también pionero en la poesía contestataria y civil, en tiempos de la Inquisición. Así debe catalogarse su Comedia del recibimiento (1585), escrita para ser representada ante los ojos del recién llegado Obispo... ¿Cómo se te ocurre, Bartolomé? ¡Estamos locos o qué! Concede al "fuerte bárbaro", Doramas, el honor de recibir al obispo Rueda. Es decir: al aborigen decapitado por el conquistador Pedro de Vera y cuya cabeza había sido exhibida en una pica para la pública contemplación de su escarnio. "Y a nadie espante que la lengua ruda / de un bárbaro canario a tal se atreva / y, de estilo y retórica desnuda, / presumo entrar en tan difícil prueba: / que Aquel que desató mi lengua muda / y me sacó de la profunda cueva, / me dio poder de mejorar lenguaje, / aunque me lo quitó de mudar traje", hace el canónigo que el salvaje acéfalo le diga al pope púrpura en el cáliz de bienvenida...

Pionero en todo, es imposible esbozar una definición de nuestros recintos insulares sin pasar por sus configuraciones, desde "templo militante" (mas que sea para paganizarlo) a "carricoche alígero" (mas que sea para aparcarlo). Cairasco funda, además, los cimientos de la psicología social isleña. Tras reflejar la mentada escisión interior y el necesario viaje inmóvil del alma insular ("Removióse con esto mi deseo / de navegar también en la jornada" (...) "Mi pensamiento de una en otra ola / vino a parar"), Cairasco balancea sobre los "bárbaros gentiles" de apenas una generación anterior que, con ser "prudentes, avisados y compuestos / en las batallas, hábiles, astutos, / valientes, atrevidos y constantes (... honrados, templados, nobles sencillos)", eran, al mismo tiempo,"gente ociosa y regalada, / sin experiencia, sin arte". Sin embargo, nuestro irreverente reverendo se cebará, sobre todo, con ciertas estructuras mentales de sus paisanos hispanizados tal vez aún vigentes. Lo hace en el "Diálogo de la Murmuración y el Ocio" de 'La comedia del alma', donde se lee:

- Ocio: ¿Qué te parece la gente de esta tierra; - Murmuración: Muchos de los hombres de aquí son de la casta de las ranas, que cantan en viendo la noche. Y en viendo que falta alguno, séase quien fuera, luego han de salir a la plaza; y si tiene alguna virtud, la callan o la deshacen. ¡Mira si me puedo yo hallar mal donde hay esto! Y a ti ocio, ¿cómo te va?; - Ocio: A mí, como quien está en su tierra y en su casa. Aquí todos me abrazan, todos me aman. Lo que yo mando, eso se hace; y, al fin, no se hace nada, que es lo que yo quiero. Y si en Canaria se diese saca de tiempo, todos serían ricos; -Murmuración: Tierra es la de Canaria, donde se podría dar todo lo necesario para la vida humana, si la ociosidad no lo estorbase... ¡oh quién pudiese hablar! -Ocio: Satírica vienes, no hay quien te sufra. Vámonos de aquí, antes de que te desbarates más; -Murmuración: ¡Hay tanto que decir que sería nunca acabar...!"

5 Escenas fundacionales. Gran Canaria, otoño de 1341. El triste episodio lo destaca el arqueólogo José Juan Jiménez en La tribu de los Canarii... Falta aún siglo y medio para la Conquista, cuando arriba a la Isla la expedición del marino genovés Nicolosso da Reco, sufragada por Alfonso VI de Portugal, de julio a noviembre. Al retorno de esa incursión -la primera de que se tiene noticia desde los contactos en la Antigüedad-, llegaron a la Corte lusa, junto al precario botín (¡casi nada que llevarse!) "cuatro ejemplares de jóvenes aborígenes grancanarios, semidesnudos y con el pelo por el ombligo", que, en el último momento, se habían acercado mansamente a comerciar con las naves que partían, y les echaron el lazo... Es un precedente gafado del cambuyón. Tanta indefensión en el ADN playero, da coraje. Y parece hasta cargar de razón al Unamuno que, ¡casi 600 años después!, habló de la endémica "soñarrera tropical" en una(s) isla(s) que llamó, alternativamente, "jaula" y "mesón". Fue la tarde del 5 de julio de 1910, cuando en el Teatro Pérez Galdós pronunció su Discurso sobre la patria ante la flor y nata (o la tunera y pella) de la sociedad insular.

"[La Isla] es a modo de mesón, donde se descansa, se toma un refrigerio, se deja algo en la bolsa, pero donde no se deja ni se toma nada del espíritu. Es un lugar de paso. Os encontráis con un horizonte cerrado; el mar os estrecha y os entrega a vosotros mismos", dijo, y seguro que fue ovacionado? Lo destaca Eugenio Padorno en su ensayo Unamuno, escritor canario, como contrapunto de su reconversión posterior, cuando tras su destierro de 1924, y desde su sentida añoranza, llamará desde París a Fuerteventura: "Un oasis en medio de la civilización". Pero en aquel primer contacto, no se cortó un pelo el rector de Salamanca: "Vivís aislados y aislandoos"; [Lleváis] una vida de dejarse vivir, o lo que es igual de dejarse morir"... Padorno argumenta que "esa [para Unamuno] tan llamativa conducta de los canarios, no sólo obedece a la falta de protagonismo histórico de las Islas, sino, sobre todo, al olvido en que España las ha tenido".

6 Efectos colaterales. En La quimera del islo (1986), una de las novelas más sólidas y mejor compensadas que se hayan escrito en las Islas, José A. Alemán describe de este modo el paisaje del interior isleño:

"(...) Los helechos y los culantrillos tantean el arroyo colgados de las humedades. Al norte, como un desmentido de la suavidad del paisaje, el cierre de la mole rocosa (...) y los endulzamientos de la piedra gris a los que se agarran cardonales y guaidines, pasteles de risco y acrobáticas palmeras guindadas... Al sur (...) los embadurnos blancos con bandas de añil que sosiegan las relumbrancias del sol en las fachadas; el escarranche de las buganvillas (...) Huertas de camuesas, guindos, bergamotas, naranjos y cirueleros, bardos de tuneras, filas de pitas frente por frente de las albarradas y de los abertales de millo, las gambuesas y los estanques enmarullados de verdín y las lamas culebreantes en las acequias remansas (...) Las brisas acaman los juncales y las adelfillas en que se mecen las ranas de San Antón". La cita, flanqueada por una relación de aves autóctonas, es apenas un fragmento de la digresión con que medita el viejo indiano, regresado de Cuba a Puerto Escondido (Gran Canaria), los recuerdos de su infancia. No es difícil reconocer aquí la estela de la enumeración sembrada por Silvestre de Balboa en su Espejo de paciencia, tras su viaje inverso, de Gran Canaria a Cuba. Émulo, en ese sentido, del cruce exacto de Cairasco y Viana, dirá: "Le ofrecen frutas con graciosos ritos, / Guanábanos, gegiras y caimitos (...) Mameyes, piñas, tunos y aguacates / Plátanos, mamones y tomates, etc., etc....". En ambos casos, narración y poema, el inventario podría ser borgianamente interminable. Es un signo muy caro a la literatura insular: la digresión enumerativa, en la que cualquiera de los elementos (paisajísticos, o también fáunicos, donde acaso quepa incluir al paisanaje) puede erigirse en centro del recuento.

Lo supo muy bien Severo Sarduy, al observar (inspirándose, por cierto, en Lanzarote) que "(Aquí en las islas, en el corazón de las variaciones oceánicas), no hay lugar para la impresión: todo es neto, implacablemente preciso; cada cosa es ante todo la isla en si misma y, de modo perentorio, lo que la isla es". Esto es, cualquier cosa de la isla es toda la isla; lo que propicia esa diseminada enumeración de elementos sin síntesis y sin jerarquía, como no sea el arbitrio del contable. Tratamos de compensarlo reagrupándolo todo en una única imagen, y decimos, por ejemplo, con Estévanez, que "mi patria es una roca"; pero, enseguida, la noción se achica en "un almendro"; y más aún, del todo minúscula vaporosa, en su "dulce, fresca, inolvidable sombra"... El castillo estrellado, de André Breton es perfecto manual sobre esa doble pulsión, entre la enumeración centrífuga y la síntesis que se esfuma. Lo que impera en la isla es -define- "el delirio de la presencia absoluta"...

7 El loco local. El propio Breton nos ilustra ahí con el caso de "un micólogo europeo" que, creyendo haber descubierto una nueva especie de hongo entre las hojas de la higuera imperial, por entre el movimiento de "vida insólita" de la planta, "marchó a toda carrera hacia ella, hollando sin escrúpulos los arriates..." Un taponazo. Pero uno no puede dejar de asociar, sobre todo, al enloquecido párroco de Tinajo que, en el célebre pasaje de Lancelot 28º 7º, de Agustín Espinosa, va colocando sus sombreritos sobre el ban-co de la ventosa plaza de la iglesia -y, a más se vuelan, más vuelve a colocarlos- con "el loco voraz" de los tres sombreros retratado por Lezama:

"Solía dormir cada noche con su propia corona fúnebre metida en la cama, y era un loco tan voraz que invencionó un triple sombrero, empotrados unos en otros como los cañutos de un anteojo. Para saludar a un amigo se quitaba un sombrero; para saludar a un noble, se quitaba dos, manteniendo un sombrero en la mano derecha y otro en la izquierda. Cuando saludaba a un alto dignatario se quitaba el primero y el segundo sombrero del mismo modo, y el tercero lo dejaba caer pendiente de un amaestrado cordel". La historieta hubiese hecho por igual las delicias de Cairasco o Quesada. Lo mismo que su inquietante pronóstico en el mismo ensayo, La visualidad infinita, cuando nos informa: "Si [en la ínsula] ocurre lo que nunca ha ocurrido, es igual que si no ocurre lo que siempre ha ocurrido".

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