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En busca de Vicente Marrero

El Instituto de Estudios Canarios y el Ateneo recuperan al poeta y filósofo aruquense, Premio Nacional de Literatura en 1955

El Instituto de Estudios Canarios y el Ateneo de La Laguna (con la colaboración de Ediciones La Palma) se han puesto de acuerdo para publicar un libro distinto. Andrés Sánchez Robayna, prologuista y antólogo, ha tenido el acierto (que agradece vivamente este lector) de reunir estos Veinticinco poemas de un poeta casi desconocido, Vicente Marrero.

Nació Vicente Marrero en Arucas, Gran Canaria, en 1922 y murió en Madrid en 2000. A partir de un poema, Los dragos, Robayna le ha seguido la pista hasta confirmar que este hombre de perfil conservador, católico y carlista, que amplió su formación académica en los años cuarenta del pasado siglo en la universidad alemana de Friburgo, de la que llegó a ser lector (y puede que hasta discípulo de Heidegger), y se dedicó, sobre todo, al ensayo de materias artísticas (Picasso, Ángel Ferrant), literarias (Maeztu, Unamuno, Rubén Darío), políticas y, claro, filosóficas, hasta confirmar, decía, que Marrero (Premio Nacional de Literatura en 1955) no era autor de un solo poema digno de tal nombre. Su pesquisa dio el resultado previsible y ahora lo podemos comprobar al leer estos versos. No son muchos. Porque, como explica el profesor canario, este es un autor de antología (y estricta), no de obras completas. La suya está compuesta por dos cuadernillos publicados a finales de los sesenta en la malagueña El Guadalhorce, un libro del 70 en Arbolé de Madrid (agrupados en Poesía, Doncel, 1974), además de otro de 1989, con dos series más y que fue editado en Las Palmas de Gran Canaria.

En el citado Poesía confesó Marrero: "Mi entrega a la poesía ha sido como el fruto de quien, un tanto desengañado, se recoge en la intimidad para cultivar el verso. Quise", añade, "escribir unas cuantas palabras verdaderas". Y de eso da fe este puñado de poemas.

En ellos recuerda su infancia isleña ("Entonces era un niño", "Lugar de origen", "Yo era un niño..."), a su madre ("La madre un día..."), al padre ("Pared de piedra seca", junto a "Los dragos", uno de los mejores del conjunto), su casa ("Miro el árbol antiguo..."), su existencia (y su epitafio: "Su vida / toda la quiso hacer / verbo"), el mar ("Te llevo por mis venas, viejo mar..."), la poesía ("Creación"), etcétera.

Son versos serenos y luminosos, cálidos y cercanos, sin retórica y sencillos. Dignos de la preciosa edición (que incluye el retrato que le hizo Manolo Millares), tan sobria y limpia como ellos, que Sánchez Robayna y los mencionados editores han logrado poner en pie para que lectores despistados, como uno, podamos al cabo disfrutarlos. Ahora estará más tranquilo Marrero: ha colmado su intento.

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