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Krawietz y la poesía del pensamiento

El escritor y activista cultural reúne en 'Para un dios diurno' su periplo creativo

Krawietz y la poesía del pensamiento

El poeta Alejandro Krawietz (Tenerife, 1970) ha venido desarrollando en los últimos años en Canarias importantes actividades no sólo en el campo literario sino también en el ámbito de la programación y la gestión culturales. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna y profesor de literatura en la Universidad de la Bretaña Occidental entre 1997 y 2001, es responsable de antologías como La otra joven poesía española (2004, en colaboración) o una selección y estudio de la poesía de Ángel Crespo (2005). Krawietz se ha interesado también por el papel histórico y cultural de las revistas: ha editado el facsímil de la revista de la vanguardia canaria La Rosa de los Vientos, estudiado la revista tinerfeña de posguerra Mensaje y comisariado una exposición sobre Syntaxis. Él mismo estuvo ligado en su día a las páginas de Paradiso y a Piedra y Cielo en sus dos formatos (impreso y digital). Actualmente dirige el Festival Internacional de Cine Documental MiradasDoc. Toda esta labor comprometida con diversas disciplinas y desde distintos frentes se traslada a su obra en un continuo diálogo artístico.

Para un dios diurno -la publicación más reciente de Alejandro Krawietz- recopila un periplo creador de veinte años. Esta propuesta supone una revisión y selección de su escritura poética hasta 2014 y recoge su obra publicada e inédita. Así, el libro se estructura cronológicamente, lo que permite ver la producción del autor en diferentes etapas y a la vez de manera evolutiva a partir de cuatro entregas -tres de ellas publicadas- que suman una unidad temática y estilística junto con los apéndices: La mirada y las támaras (1994), Memoria de la luz (2001), En la orilla del aire (2000-2005) y Para un dios diurno (2004-2014). Es interesante valorar el carácter unitario de la obra, fruto de la muy consciente selección que ha realizado el poeta. El camino creativo que se le propone al lector le permite a éste muy fácilmente detectar los temas y estilemas de Krawietz y sus inquietudes reflexivas. Aunque en la obra se intercalan los poemas en prosa con los poemas en verso de extensión variable, se observa una clara voluntad de condensación que persigue una búsqueda a través de la inteligencia, una inteligencia que dé al poeta, como diría Juan Ramón Jiménez, "el nombre exacto de las cosas". En palabras del autor, "la estética no es una herramienta, sino el final". Por ello, se recurre en este itinerario poético a la reiteración, al tono meditativo que se desembaraza de ornamentos, así como al ritmo lento en que el lector ha de participar activamente para adentrarse en el mundo multisignificativo que explora el poeta "alrededor de fuerzas lingüísticas y simbólicas encontradas y aun contendientes".

En esta evolución poética, parece tener especial atención el valor cognoscitivo de la palabra y su capacidad para dar con la esencia de los entes que componen el mundo. Algunas conocidas sentencias de Heidegger sobre el ser y el ente parecen estar como trasfondo de las preocupaciones de Krawietz, como cuando se propone explorar "cuál de estas nadas soy". El poeta concluye en esta búsqueda: "el cuerpo / es el cuerpo y la casa / es la casa y el ser / es el ser". La memoria o el recuerdo se articulan como mecanismos del encuentro de la individualidad a la par que convive con una mirada epifánica hacia el entorno. El poeta se enfrenta así a los límites de nuestro mundo que, como apunta Wittgenstein, están en el lenguaje. Esta preocupación nos hace recordar las palabras de Luis Cernuda en Palabras antes de una lectura (1935): "¿Cómo expresar con palabras cosas que son inexpresables? Las palabras están vivas, y por lo tanto traicionan; lo que expresan hoy como verdadero y puro, mañana es falso y está muerto. Hay que usarlas contando con su limitación". De esta manera, recordando el tópico del liber mundi, la naturaleza se codifica como "trazos de los signos", "como libro cuyas lenguas / comprendemos y leemos sin cansarnos": el lector, por tanto, lee la lectura del poeta, quien al hablar de las golondrinas lee "en el libro su vuelo". De esta forma resulta inevitable que en esta escritura adquieran gran importancia la metapoesía y el metalenguaje, el acto reflexivo de pensar sobre la herramienta que utilizamos: el lenguaje. Así, los espacios se erigen como símbolos de toda la visión del mundo: la isla se construye poéticamente como un cuerpo contemplado y contemplativo en que la palabra horadada se expresa pura; la playa o el desierto representan un absoluto en que no existe la alteridad y suponen el hallazgo creativo del demiurgo-poeta que encuentra el conocimiento y la belleza de la propia palabra. La palabra se pliega sobre sí misma en una suerte de orfebrería lingüística "para que sea arqueología de palabra".

Ya hemos apuntado algunas posibles fuentes de las que parte el poeta y que constituyen su deuda con la tradición antigua o reciente. Ante estos temas y preocupaciones, cabe apuntar la influencia de José Ángel Valente, de José Lezama Lima o de Andrés Sánchez Robayna. Resulta obligado apuntar la importancia de la mística, ahora en clave no confesional, en que se revela una ascesis lingüística. Se plantea así una espiritualidad del pensamiento, o una "poesía del pensamiento", en el sentido de George Steiner ("la poesía aspira a reinventar el lenguaje, a hacerlo nuevo"). Es por ello por lo que el lector debe adentrarse en estos poemas abandonando la pasiva lectura y bañarse en "el destino final de la luz en la luz".

Esta poesía reunida de Alejandro Krawietz nos sitúa ante una escritura que reafirma una poética coherente y entregada a una estética de la pureza lingüística. Representa así la continuidad y el designio de unidad de la poesía de "el hombre que camina", de un yo lírico que trata de iluminar la oscuridad y la imprecisión de las cosas del mundo. A la luz del conocimiento, "en el alba está el comienzo del libro". A esa luz nos invita el poeta.

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