La Provincia - Diario de Las Palmas

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Una poeta insólita del siglo XXI

El universo poético de Tina Suárez Rojas es un artefacto complejo que contiene los resortes básicos de la rutina vital: el amor, el desamor, la muerte, la risa de sí misma y la literatura como materia troncal

Tina Suárez Rojas. LA PROVINCIA/DLP

La poesía es ese fluido corporal indeseable, una exudación más a abolir, un humor natural destilado por cítricas o melifluas influencias cuya práctica debe evitarse si no se quiere ingresar en la insania. O en su antesala, el antro de la pitia de Cumas, que interpretaba el humo depués de quemar semillas escogidas, o por las vísceras de las aves como buen o mal augurio. A veces cuando el consultante no era del agrado de aquella lectora del futuro, ésta hacía trampas, se inventaba un arrobo de éxtasis como quien se inventa un orgasmo complaciente para salvar el pundonor ajeno.

Veamos qué ocurre con esta pitia llamada Tina García Rojas cuando le viene el antojo de que el lector o lectora empiece a abrir un libro que presenta un corazón nada corriente en la iconografía al uso; que es el impreso en las camisetas que rezan "I ( corazón) New York" como sustituyendo a la palabra "love", sino que le da la venada de verse con un corazón cúbico multicolor, artefacto de juego, prueba de infinita paciencia o velocísima resolución en armarlo y desarmarlo con la habilidad profesional que llegaron a tener los jugadores de futbolín, los de las maquinitas de pin-ball o ahora mismo los videojugadores. La metáfora a la que acude para dar un título tan confesional como Mi corazón es un cubo de Rubik desarmado parece en principio un lugar común que consiste en atribuir a la víscera cardial, motriz del sistema sanguíneo, lugar donde se cifra un contenido residencial hecho de deseos, experiencias, sentimientos, etc. Se ha poetizado el corazón, o se tiene el corazón en un puño: eso es todo.

Pero por qué Tina elige exactamente el cubo de Rubik , - ese Mondrian circulable - para, supuestamente, decirse. No imagina en qué huerto se ha metido quedándose con un modelo para armar con dinámica digital desalmada, plasticosa, en espera de un ordenamiento con colores compactos en la geometría variable que le dio el majadero de Rubik. Sospechamos que su mester poético se servirá del cachivache para alinear pulsiones, momentos de ánimo o desánimo, volcar con extremada precisión que cada color alcance por fin "(?) el paisaje interior de su poesía/ en esta épica diaria que consiste en comprenderlo". No es un yo-yo, un aro de hoola - hoop, un diávolo - si nos ponemos antiguos - ni un parchís. Porque con el cubo de Rubik Tina lo que hará será saltar a la comba, fugando como se espera de ella hacia las anti-convenciones del género, encadenando impulsos dionisíacos con rítmica apolínea, que es una de sus modalidades de actuación.

El sostenido tópico de proyectiva tardo-romántica ha hecho que a cada color se le atribuya una cualidad simbólica perteneciente a él solo, estilemas acumulados como ideas recibidas y trituradas hasta la banalidad. ¿Qué hará pues Tina para saltarse este escalón que sabe carcomido y seguir fugando como suele hacia una poesía que juegue sus habilidades: desaforada, zafándose de la vacuidad que invade otras poéticas de espontáneos y espontáneas echados al ruedo sin el capote reglamentario? Pues lo que hará es lo que siempre ha hecho: ir por libre. Aquella poeta que descubrimos en una antología publicada por Hiperión en 2006 ha ido creciendo y desarrollándose, enrollándose, desollándose en sus poemarios, dejando jirones de su piel en el teclado, aunque aún queden bajo las uñas fragmentos por desalojar, pellejillos experienciales por venir.

Así concebido, el universo poético de Tina es un artefacto complejo que contiene los resortes básicos de la rutina vital: el amor, el desamor, la muerte, su conocida vena burletera de reírse de sí misma y, sobre todas las cosas, la Literatura como materia troncal, con intermediarios transversales salidos de ella en concatenación de actuantes. Son en este libro la Ofelia hamletiana, Sebastián Melmoth (" tan inconcluso / tan ausente / tan desamanecido"), Mio Cid ("tan fuertemente llorando"), el colérico Aquiles, Jack el Destripador, Caperucita la roja puño en alto, la hembra innominada que hace recuento de sus gigolós desde Persépolis a Cartago, Calamity Jane (es decir, Juanita Calamidad), el barquero Caronte conduciendo un alma en vilo a través de la Laguna Estigia ( un cuadro de Patinir donde hay que extasiarse un buen cuarto de hora cuando se visita el Museo del Prado), esa impagable metáfora de la sostenibilidad ascética que es Simeón el Estilita, aquel que Buñuel filmara, tentado por Silvia Pinal como zagal que se traviste en Mujer Barbuda, cuando no se traslada a la posición del geómetra enamorado, hasta llegar al colmo de que Sara Trasto se transmuta en Maritornes o en la Vaquera de la Finojosa.

Los asideros literarios que enhebra esta poética referencial a seres imaginados o reales cubre un arco de milenios, que pasa por el clasicismo grecolatino a nutrirse de Pavese, Nerval y la Pizarnik, que tal es el giro de la comba donde juega la traviesa Sara Trasto. Un arco iris que la conduce al centro de todo lo escrito, que es ella misma, con pulsiones de glorificación, desamparo y extrañamiento del ser en vapores de simulacro, en un juego de espejos que es otra de sus estrategias temáticas. Poesía con piernas al aire, sin medias de cristal o nailon, de levitación de esencias propias, tan vitalista y eufórica como implosiva y contemplativa, que tanto le da por cantar al deseo satisfecho como al desamor, retrovisionado en el poema Lista de espera (pg. 89). Traviesa y anhelante se nutre de mitos literarios o carnales para desactivar su ritual de identificaciones.

La tinaja de estos contenidos es una estilística versificadora ágil, medida en ritmo, un modelo de posmodernidad descreída que se reinventa de modo subliminal. Es poesía para leer en voz alta, que da gusto leer, porque lo hemos probado y comprobado y se produce en bastantes poemas un itinerario sonoro que va desde el deslizamiento sutil de los glissandi, la furia burletera de los scherzzi hasta el allegro con fuoco que hace de sus poemas una suerte de partitura con sonoridad compositiva. No es que solamente ironice, sino que payasea descaradamente con su nombre, derramándose el juego de los designativos en el poema Epílogo: "(?) Tontina y dos apellidos" (?) Tontérima connotativa que denota tontedades" (?) requetonta de atar", en una tonalidad entre lúdica y autoflagelante que nos aporta la figura - por desgracia infrecuente - del poeta , o la poeta, que se ríe de sí mismo o misma, como hizo la extraordinaria zafada abierta en canal que fue Gloria Fuertes. Esta cantilena de motes no se la cree ni ella, la poeta que escribe eso de que es "tonta que es justo olvidar".

Porque, muy al contrario, apostamos lo que sea a que se recordará a Tina como un fichaje estelar en la poesía castellana de entremilenios, por más que se empeñe en repetir: "No digo nada, / no digo nada, / no digo nada". Y es una mentirijilla, una licencia poética, con la que juega su musa traviesa. Porque Tina ha dicho todo lo indecible, lo inédito, lo inesperado, lo insólito en el gastado terreno de la poesía convencional, también en este "ultraperiférico parnaso", como bien dice. Partiendo de unos versos de fray Luis de León fuga hacia la vertiente contemplativa del imaginauta, quien acaba su periplo con un sombrero surrealista (en el poema Astro y sombrero). Poeta que pasa de la dimensión excelsa de versos tales como: "¿Qué arcana claridad se hermana con la noche", "la cítrica esfera de un crepúsculo" / "¿No podré nunca licenciarme en mariposa? hasta descender a la "caca de perro", "las heces que deponga la sultana", las "babas hediondas", las "moscas verdes".

Cualquier poema de Tina vale un mundo. No tardemos pues en reconocer que es usuaria de una pura y genuina poiesis antes de que haga de tinaja su cabeza de Gorgona serpentina. "Poesía es la resaca de lo que nunca existió" - escribe en el poema Moscas verdes. Pero existe, encarnada en intrépidos y resacados protagonistas: el estilita, el geomante, el genuflexo, el geómetra, el gigoló, el imaginauta, figuras todas de una traslación del eje de abcisas reconocibles al eje intrépido de coordenadas inventivas.

Conocíamos su poesía desde más de veinte años atrás. En la presentación de este libro durante la última Feria del Libro conocimos en carne viva, mortal de necesidad, en circulación cúbica, a esta mujer insólita, que viene de un poema y ya es nuestra poeta favorita del s. XXI, diosa mayor de este insoportable y periférico Parnaso. Viene a alegrarnos la vida, a sembrar nueva semilla en lo que creíamos un gastado repertorio de poéticas fútiles, clónicas, inodoras e insípidas. Una poeta de incalculable peso específico, porque enarbola la verdadera imagen de la renovación entre el jugueteo léxico gratuito y la intimidad más preciada.

Por último, y muy importante para ese viejo poeta ambulante y nunca abúlico, nos toca agradecer de corazón y mente la dedicatoria que nos hace esta poeta con tantas afinidades personales. Porque también fuimos un cuerpo extraño en la poesía llamada canaria allá en 1967, cincuenta años atrás; selenófila como nosotros lo somos, castañerista como nos ven los demás, al amparo del castañar del Pico Ossorio; manzanamente rodeado en un trovar clos: alguien que se disfraza de estilita para verse mejor. Y que ve retratada a Tina Suárez Rojas con precisa definición en el poema Las insólitas (pp.51-52)

Así es Tina. Una epifanía, un castillo de fuegos artificiales, una voz singularísima en el contexto de la poesía en castellano. Un portento de poeta diferencial, como que pertenece al siglo XXI, lleno de incógnitas, sorpresas y modos de decirse: "(?) una mujer que abre el delirio de sus carnes / por que la lluvia la tome y la haga suya.". Que no sea la lluvia ácida de la indiferencia, sino la químicamente pura agüita del cielo de la atención lectora la que se deje tomar por el lector, rehaciendo la sintaxis colorista que imaginó Rubik para encontrar finalmente un corazón poético paginado en plena forma.

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