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Emparejamiento de águila y mariposa

Una reflexión sobre la poética del autor de 'Caballo de bronce'

Emparejamiento de águila y mariposa

El consuelo de la poesía es que hace admisible aquello a lo que la filosofía antepone el no de la razón. El pensamiento lógico nos ata por los pies a la tierra; el pensamiento poético nos libera como a un Ícaro. El poeta pide lo real imposible.

Don Pedro fue en poesía más de lo que gustó o quiso mostrar. Realizada por su nieto Guillermo Perdomo, la antología que la Academia Canaria de la Lengua acaba de editar, es la parte de un todo compuesto por un millar y medio de manuscritos que, clasificados y ordenados (estados publicables de poemas, versiones, apuntes, esbozos, etc.), exigen el acometimiento, en edición crítica, de unas obras completas. Perdomo Acedo es en verdad un clásico de la modernidad; y su poesía evoca, por su torrencial desbordamiento, semejanzas con la de otro isleño: José Lezama Lima. La actualidad de los asuntos de uno y otro es relatada en la continuidad de dos distantes rizomas consanguíneos que atraviesan paralelamente las vanguardias: Cairasco de Figueroa y Silvestre de Balboa; creo no equivocarme porque tal simetría también es observada por Jorge Rodríguez Padrón en el prólogo de este volumen.

Perdomo Acedo restituye al término poeta su estricto significado, pues su trabajo de creación comienza con los instrumentos mismos del lenguaje, que readmite palabras en desuso ("latitante"), introduce cultismos ("lucífero"), verbaliza sustantivos ("escarlatinar") o les da nacimiento ("entrepanar"). El oleaje de esa convivencia léxica tiene su más inmediato precursor en el Tomás Morales de la segunda época, el de Las Rosas de Hércules y Oda al Atlántico. He usado el término "oleaje" para aludir especialmente al tratamiento que Perdomo Acedo da a su enunciado poético; si el vocablo -sea de la naturaleza que sea- es noticia de la permanencia de las cosas que pueblan el mundo, y pertenece al ámbito de la lengua, el de la frase en que aquel se engasta pertenece a un habla personalísima que se produce con ondeos y remolinos para otorgar a la denominación de las cosas una gozosa arbitrariedad. Y con ello quiero subrayar que la primacía es del súbito claror de las palabras que describen la percepción de la realidad. Es aquello que Perdomo Acedo, en Carta a Ventura Doreste (1957), denominó "el inesperado connubio del águila y la mariposa". Ya en el poema Alba, del libro Caballo de bronce (1953), aparece - con el amanecer del título- la poética de una renovada renuncia al uso de la proposición objetiva y la opción por la expresividad que, interiorizada, se difiere en el desarrollo de la sugerencia, prolongada más allá de la rigurosa contención formal. Como ejemplo bastarán dos versos: "la espátula del oído/ hiñe vocales colores", que interpreto así: en el pabellón auditivo (al que se le asigna la cualidad de una espátula) entran las voces del despertar de la Naturaleza y allí se entremezclan los sonidos (como en aquella los colores). En el decir primario de los dos octosílabos se condensa el despliegue de una compleja sinestesia.

Pedro Perdomo Acedo es eslabón imprescindible entre los de las generaciones poéticas subsiguientes; en los años sesenta de la pasada centuria, a sus libros, en agotadas ediciones, se tuvo difícil acceso. Él se limitaba a sonreír en las tertulias; argumentaba que tampoco estaba al alcance lo enteramente publicado por Alonso Quesada y, mucho menos, lo escrito por Domingo Rivero, a quien se refería, por cierto, con extraordinaria devoción. Para los -por entonces- jóvenes poetas, el reconocimiento de Perdomo Acedo se retrasó hasta 1967, fecha de la publicación de su Volver es resucitar; cuando aún asomaban en la versificación los gustos "socializados", él reapareció con el ejemplo -determinante para algunos de aquellos jóvenes- de la construcción del poema como una aventura del lenguaje, sin que ello supusiera la exclusión de lo ético; el libro contiene un verso inolvidable, y que fue escrito como un aviso de reclamadas, esenciales y desoídas restituciones; la línea a que me refiero se encuentra en el poema The man in the street, y dice: "Y es justicia escuchar vivo al contrario"; si el lector de hoy contextualizara ese verso en su tiempo y circunstancias, comprendería la pertinencia y osadía del consejo. Enseguida vinieron la E legía del capitán mercante, Luz de agua, Última noche contigo y los libros reordenados y exhumados por su nieto.

Ahora, al disponer de esta antología, otro verso del poeta, ha venido a emparejarse con el citado más arriba; pertenece a Balada de la cueva, composición en que se alberga un demorado tiempo creativo, pues iniciada en 1942, se revisa y da por concluida veinte años después. La línea dice: "La niñez del guijarro que aspira a llegar lejos." Lo inverosímil deja de serlo en la voz del poeta; es la esperanza de la palabra de llegar a ser piedra, fundamento posible de lo poético.

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