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En la resistencia

Releer 'Ave breve' hoy, 70 años después de su publicación, nos obliga a revisar los criterios con que se suele dar por explicado el panorama estético de la posguerra

Pedro Perdomo Acedo. LA PROVINCIA / DLP

Probablemente por influencia de la política, tendemos a pensar toda resistencia como defensa de aquello que, de súbito expugnable por otros, necesitáramos conservar inalterable. Se entiende así que nos resistamos a perder derechos conquistados por las luchas sociales del pasado, pero también a ser despojados de aquello que tenemos por nuestras propiedades. En estos casos, nuestra resistencia opera a partir de lo que podríamos llamar, siguiendo a Roberto Espósito, un mecanismo de inmunización, es decir, un cierre que pretende conservar aquello que amenaza sernos expropiado.

Sin embargo, esta no es la única acepción posible de resistencia. A menudo, y tomando prestado el enfoque directamente de la física, nos referimos a ella para describir la densidad o espesura que se genera cuando entran en relación los cuerpos entre sí. Resistencia significaría aquí la evidencia corporal de una vibración que da tamaño y cifra, en sí misma, la posibilidad de un intercambio; y, así entendida, presupondría no la inmunización frente a una amenaza, sino el contacto con el exterior, la exposición al roce y sus trasvases, igual que a través de la resistencia que muestran los filamentos de una bombilla la energía no se paraliza sino que se transforma y queda abierta en luz.

Resulta fundamental que también en el ámbito del lenguaje hagamos visible y operativa esta doble acepción de resistencia. No sólo por cuanto ello tendría de relevante a la hora de abrir (o renovar) nuestros propios horizontes estéticos, sino también porque nos permitiría afrontar algunas obras que permanecen desleídas -esta es mi hipótesis- por los efectos de prevalencia que tiene la primera de las nociones de resistencia sobre la segunda. Mencionemos, aunque sea someramente, cuáles son los distintos horizontes estéticos asociables a cada concepción de resistencia, para luego aludir a la potencialidad de relectura que este análisis tiene sobre Ave breve, poemario publicado en 1948 por Pedro Perdomo Acedo.

Aplicada al lenguaje, podemos entender que habría también dos maneras de vivir la resistencia: una primera -inmunitaria-, en la cual nos valemos del lenguaje para resistir; y una segunda -vibracional- que considera el propio lenguaje como ámbito donde experimentamos resistencia. Por un lado, quien se vale "de" la resistencia que el lenguaje es capaz de oponer frente a una violencia exterior, lo hace con el objetivo de salvaguardar algo que es previo al lenguaje utilizado para defenderlo. Casi al contrario, quien busca una experiencia de resistencia "en" el lenguaje, establece con él una relación no instrumental y parte del supuesto de que la palabra nunca transporta cosa alguna previa inalterable, sino que, por su propia naturaleza, siempre afecta y a menudo desplaza el sentido de aquello que es objeto de sus materializaciones.

Existen al menos dos motivos que permiten leer Ave breve desde la óptica de la resistencia vibracional. El primero de ellos tiene relación directa con su propio lenguaje, pues, estructurado el libro en la -sólo aparente- sencillez de una sucesión de baladas y odas, el lector se ve desde el principio inmerso en una densa experiencia poética, a la que contribuyen tanto la variedad de los temas convocados (conviven objetos cotidianos -el viaje en guagua, las gafas de sol, la duna?- con otros asuntos de honda raigambre metafísica -la angustia, la ausencia, la eterna nostalgia?) como la complejidad semántica y rítmica de sus versos, que hacen de la emergencia del sentido en que se sostiene cada poema una cuestión tan inminente como fruitivamente demorable. La vida como don fugaz aunque inconmensurable queda así expuesta a los vaivenes de un espacio en que se abre -rotundo- el cuerpo a condición de quedar desdibujado en sus alrededores e -intensa- la conciencia a condición de quedar surcada por el tiempo.

El segundo motivo que aludimos se proyecta afectando al panorama estético de la época en que fue publicado Ave breve, y la lectura que podemos hacer -hoy- de aquel periodo. Y ello al menos en dos direcciones: una, evidente y otra que, por velada, resulta quizás más relevante. La primera supone reconocer que la potencia vibracional con la que se despliega la poesía de Perdomo Acedo, y con ella la incomodidad para encajar Ave breve en su contexto editorial, desquicia esa tendencia a reconducir las apuestas estéticas en nuestro país al alineamiento con que cada autor puede quedar inscrito en alguna corriente en boga, llámense -en aquel entonces- poesía social frente a poesía humanista, arraigada frente a desarraigada, o -hasta hace bien poco- poesía de la experiencia frente a poesía de la meditación. En este desquicie, lo que nos permite el enfoque de la resistencia es rescatar Ave breve de la irrelevancia que supone considerarlo un libro "anómalo" en el panorama estético oficial, dotándolo por el contrario con la espesura que arrastra consigo todo auténtico anacronismo, en el sentido en que entiende esta figura el filósofo George Didi-Huberman: como resto o supervivencia de memoria no encajable en los dictados que impone todo tiempo actual. Obvio resulta decir que el tipo de supervivencia que quedaría enquistado en Ave breve sería el de ciertos -radicales y libérrimos- compromisos estéticos afrontados durante las tres primeras décadas del siglo XX en nuestro país, cuya posibilidad de reapertura en el presente quedaría, gracias a libros como éste, sólo aparentemente cercenada por la Guerra de España.

Pero existe otra dirección de vital importancia para nosotros, y es la que resulta de hacer visible el hecho de que Ave breve fuera publicado apenas un año después de haberlo sido Antología cercada, permitiendo con ello dejar clara constancia de que, a pesar de su coetaneidad, en ambos libros se ponen en juego frente a frente las dos nociones de resistencia que venimos comentando: vibracional en el primero, inmunitaria en el segundo. Pues con ello se podría empezar a pensar mejor, contra lo que a menudo solemos dar por sentado, que el tamaño de nuestra libertad no sólo se cifra en la resistencia política que -utilizando el lenguaje- podemos oponer a la opresión, sino también en la consideración no instrumentalista con que dejamos que -en el lenguaje- seamos el sentido que se nos resiste aún. Porque ahí se inserta, como diría quizás Agamben, el vuelo -breve tal vez- de toda una política por venir.

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