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Arte

Los colores de México o In Memoriam Pablo Bucareli

Bucareli era hijo de un capitán de la Aviación Española que permaneció fiel a la República

Los colores de México o In Memoriam Pablo Bucareli

"Ya nacer fue difícil -solía decir, cuando recordaba las circunstancias en las que vino al mundo- y yo, tuve suerte, porque mi hermanita no superó el campo de detención".

Pablo Alvárez-Rizo Bucareli era hijo de un capitán de la Aviación Española que permaneció fiel a la República durante la Guerra Civil. Dejándolo todo atrás, él, su esposa y una niña de dos años lograron huir a Tánger y después a Casablanca, donde fueron detenidos e internados en un campo de retención. El confinamiento acabó con la vida de la niña, la primera hermana de Pablo. El capitán logró salir del campo y de la ratonera que era Casablanca en 1941 y embarcar rumbo a América del Sur.

México era la tierra natal de Pablo, su patria anhelada, mucho más su país que España y Canarias. Lamentaba que su familia -acogiéndose al indulto general del Franquismo para aquéllos sin delitos de sangre- retornase a Madrid a mediados de los años 50, a la patria verdadera, que poco tenía que ver con el México de su infancia y primera adolescencia. Lázaro Cárdenes, el presidente de México que abrió las puertas de su país a 25.000 exiliados españoles [por la Guerra Civil], le procuró una fonda en el Barrio de Garibaldi a la familia, que regentaría su madre con la ayuda de sus hijos. La fonda prosperó y se hizo restaurante exitoso. Mientras, el capitán Álvarez-Rizo ingresó en las Fuerzas Aéreas de México como instructor y formador de pilotos de combate. Muchos de los pilotos que engrosarían los escuadrones enviados por el gobierno de Cárdenes a luchar en el Bando Aliado hicieron la instrucción con el capitán Álvarez-Rizo, que desfiló en mayo de 1945 por las calles de la ciudad, cuando México celebró su Desfile de la Victoria.

El DF, o sea, Ciudad de México, que sólo visitaría una vez más después de haber regresado a España, en un viaje organizado por José Gilberto Herrera, se tornó en referencia mítica, en lugar de origen y raíces, en el escenario de un futuro más halagüeño que nunca fue. Pablo la ensoñaba en la soledad final de sus días, ya enfermo en el sillón donde pasaba las noches insomnes. La ensoñaba siendo consciente de los gravísimos problemas, de la corrupción y criminalidad que tensionan y quiebran la realidad mexicana actual.

Evocaba sus visitas al Palacio de Correos y al Palacio de Bellas Artes, sus largos paseos por la Avenida de la Reforma, las tardes en el Castillo y en el Bosque de Chapultepec, la humareda azul del Popocatépetl, las concentraciones en la Plaza de la UNAM y ante el Monumento de la Revolución, los atardeceres en el Panteón de los Dolores, el más hermoso de los camposantos defeños, y la Rotonda de las Personas Ilustres. Quería, de niño, ser actor o presidente, y se estudiaba la vida de éstos, "porque para ser un gran presidente hay que ser un gran actor"-añadía, socarrón-. Guardaba nítida y luminosamente los recuerdos del día 1 y 2 de noviembre, los Días de Muertos en México, y su vasta, caudalosa estética. Los dulces y pirulís calavera, las calacas, las viandas de las vigilias, una estética que siempre resurgía en sus diseños, y que reencontraría brillante y centuplicada en los pasillos luminosos de la web.

Este hombre -este otro Pablo Bucareli- no lo conocían todos, y aunque hablara con cierta frecuencia y entusiasmo sobre México y lo mexicano, las piezas del puzle tardaban en ensamblarse. México ocupaba su mente y latía en su corazón con la nostalgia de un amor interrumpido, y México absorbía buena parte de sus voraces lecturas. Gracias a Pablo conocí a otros muchos autores de la literatura mexicana, a Elena Poniatovska, a Juan Villorio y sobre todo a Guadalupe Nettle, una de las investigadoras e historiadoras más prolíficas sobre la muerte y sus ritos en México. Pablo me dio a leer, mucho antes de que su reputación internacional se asentara, a los ensayistas Carlos Monsivais y Gabirel Said, y también los diarios y escritos completos de Frida Kahlo. En años recientes, Pablo había amigado con el editor, crítico y profesor Juan José Reyes, coetáneo suyo y conocedor del mismo DF de su infancia. Con él renovaba su agenda literaria, a la vez que seguía la vida de Kate del Castillo y no se perdía capítulo o reposición de La Reina del Sur.

Durante el segundo lustro de la década de 1950, Pablo se hallaba en Madrid. Su hermano Dámaso hereda la inclinación aeronáutica del padre y se hace piloto. Él se decanta por las Artes, y tras acabar el bachiller, inicia estudios de Interiorismo y Delineación, pero no los concluirá. Su hado impaciente se lo impidió, y le impediría a lo largo de su vida, consolidar y concretar etapas, en menoscabo de la planificación y la estabilidad. Pablo siempre confiaba, y su optimismo le dio la razón prácticamente hasta el final cuando todo se desmoronó. Le fascina el Madrid de la cultura, y el Madrid elegante, de los grandes modistos y sus escaparates, pero la capital posee su lado oscuro. Genera en él disgusto y rechazo, al ser un perdedor de la guerra. No entiende como su padre, el teniente Álvarez-Rizo se conforma con vivir en un arrabal de una pensión modesta, después de haber perdido un piso estupendo en Ministerios. Y, quizás, más determinante, es la dificultad de conciliar sus deseos libertarios con una ciudad donde los amenazantes grises y los efectivos armados del Régimen campean a sus anchas, porque Madrid, decía, "era la villa y corte de la Dictadura".

Gran Canaria

Esta disconformidad lo empujó a la periferia. Primero a Ibiza y a las Baleares, y después, más lejos, a Gran Canaria, adonde llegó literalmente con lo puesto. Una vez en la Isla, no tardó en triunfar en los círculos de la mejor sociedad y en el ocio de su vida nocturna. Él, física y moralmente, se sentía parte de la élite, aunque sus condiciones materiales lo situaban en las antípodas. Era una gran injusticia que la historia, con sus perversas carambolas y reveses, le hubiese cerrado las puertas del mundo que le correspondía. Adaptó fórmulas de animación aprendidas en Ibiza, confeccionó mailings, inventó protocolos, pinchó discos, trajo el primer walkman y estableció nuevos cánones para las Relaciones Públicas. Jamás renegó de esta función. Cuando le preguntaban por su profesión, contestaba diciendo: "Yo soy Relaciones Públicas".

Sus armas eran una arrolladora simpatía, un chispeante e irónico sentido del humor y una sorprendente capacidad para organizar eventos. Mas, como todo en su vida, este éxito arrastraba su envés. La fiesta y el sarao, la elegancia y la moda, el íntimo conocimiento de la alta sociedad que hicieron de él un Petronio moderno, muy parecido a Jep Gambardella, el protagonista del filme La gran belleza, engendraban sombras. Como un sueño consciente de la razón. Sentía disgusto ante la vanidad y la impostura, ante la pretensión y la afectación. Sus imprevisibles reacciones de repudio, bien instantáneas bien posteriores, estallaban violentas e incontrolables. Brotes de sátira cruel, peroratas misóginas y exabruptos homofóbicos. Le supusieron más de una ruptura de contrato e innecesarias enemistades. Era consciente de ello, y también de que franqueaba las barreras de lo aceptable; pero, había una fatalidad que podía con su razón.

Mucho más importante, aunque intrínsecamente ligado a Pablo el Public Relations, estaba el diseñador e interiorista. Es una pena que no haya marcado mejor sus intervenciones en lo público y lo doméstico, sus reformas e instalaciones. En sus decoraciones lo guiaba una casi inmediata percepción del uso y la función espacial, conjugándola con estéticas neo-barrocas cuando no expresionistas. Pablo fue miembro destacado de la vanguardia cultural. Su amistad con José Dámaso y César Manrique, con Carmen Hernández y Carmensa de la Hoz, en Lanzarote, tuvo consecuencias notables y afirmó su creatividad más seria. Esto se evidenció en su participación fundamental en el Centro Cultural El Almacén y sus actividades, y en una colaboración vital que duraría medio siglo con nuestro pintor y esteta decano, José Dámaso. Pablo siempre le fue fiel a su obra, y fue en gran medida su máximo presentador y exponente, además de conocerlo probablemente mejor que nadie. Podía contextualizar y explicar su pintura con una riqueza circunstancial única. Pablo incidió también en la moda y las pasarelas, desde los márgenes, diseñando vestidos y disfraces extravagantes que se quedaban, las más de las veces, en meros bocetos, en fantásticas visiones. Fue galerista de arte, y aprovechando en 1996 una generosa oferta de Javier Puga y los Hermanos Domínguez, creamos La Región Mas Escondida, que durante un año ofreció otro tipo de consumo en los mall de Las Arenas. De esa etapa perdura un sello editorial, oficial y registrado, que ha servido para diversas publicaciones, entre ellas, Los ojos de Triana, biografía novelada de José Herrera Cerpa, cuyo texto escribí y cuya portada realizó Pepe, creando uno de sus fabulosos ojos surrealistas, como él que hoy nos vigila en los frontis de las ópticas OHC.

La larga amistad vital con Berto Herrera y la colaboración con las Ópticas y Centros Auditivos OHC en distintos frentes de promoción y marketing abarcan una parte de la biografía bucareliana. Pablo ideó y creó memorables escaparates, algunos premiados, y vehiculó numerosas ideas de José Dámaso que el patrocinio de OHC convirtió en insignias, logos, pósters, calendarios, pegatinas y carpetas, como la que pre-presentamos esta noche, Sonata de las cuatro estaciones de los ojos con alas, cuatro imágenes sincréticas y simbolistas de Dámaso con cuatro grupos de versos escritos por Pablo. Si nuestro desaparecido amigo pudo capear periodos de incertidumbre laboral, crisis, y la desaparición de su economía, fue gracias a su casero y amigo Berto Herrea, y también a Lucki Blanco, su amiga íntima y benefactora. El último refugio de Pablo era la casa rural de los Blanco en Teror, donde él se tranquilizaba y se "desaguacataba", palabra propia de su léxico subtropical. En esa loma alta reposaba y reparaba su espíritu.

Las mujeres de Pablo fueron musas y amigas simultáneamente, y compartieron penas y alegrías, éxitos y sinsabores con él. Las fundamentales, las que rondaban su mente y su memoria especialmente, eran y son, Rosy Dávila, Rosi Curbelo y Sonsoles Artigas, además de las ya mencionadas y otras muchas damas que la brevedad me impide mentar. Asimismo, con circularidad, aparecían en su diálogo, Fran Rivero, José Luis Cabrera, su hermano Monty que pudo acompañar al final de su vida, Ángel Luis Alday, Luis Gómez y Francisco Chavanel, que sufragó su entierro, un gesto noble que siempre obrará a su favor. La colaboración radiofónica con Chavanel fue uno de sus asideros en tiempos difíciles. Siempre recuerdo con qué entusiasmo hablaba de sus "mañanas de radio". Convulsivas y tormentosas, humorísticas, ácidas, Pablo daba rienda suelta a su fecundo verbo y a sus intuiciones sociales y políticas.

Me despido de Pablo evocando sus palabras escritas. Un hecho sabido pero no lo suficientemente ponderado. Pablo escribía. Tendía al texto breve e incisivo, a la alegoría bizarra, a la greguería, y lo hacía sin darle mayor importancia, espontánea y calladamente. Esa habilidad escritural servía para redactar textos críticos de arte, como en el catálogo artístico de El jardín de Dragos, para pergeñar críticas sociales o escribir sus hilarantes ensaladas, que a velocidad vertiginosa y asombrosa versatilidad glosaban fiestas, funerales, exposiciones y libros, un inimitable totum revolutum que algún día me pondré a rescatar. Más puras, por su naturaleza no destinada a ninguna comunicación, eran las anotaciones que realizaban en las páginas y solapas de los libros que leía, notas para reseñar y fijar enseñanzas, para relacionar una cultura impresionante que se perdía en nuestros tiempos de fuga permanente hacia la ocupación continua y la desmemoria, la no lectura y la confusión identitaria. Poco antes de enfermar Pablo, Pepe Dámaso me dio los tres dibujos que ilustran un proyecto editorial-ahora tristemente póstumo- Tres cuentos para Pablo Bucareli. La muerte, la ausencia permanente del amigo, dijo Unamuno, mejora el diálogo con él, porque seguimos hablando y conversando, ya hace mucho tiempo que comprendí que no hay sino endebles barreras entre los vivos y los que no lo están, entre los espíritus y nuestros cerebros que los oyen, aunque les cueste mucho admitirlo. Yo continuaré con Pablo dentro de mi cabeza, en una dialéctica sin sobresaltos y amarguras, y espero que ustedes, sus amigos y sus amigas, tampoco dejen de hablarle.

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