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La poesía como el arte

El poeta Octavio Pineda publica 'Qué piensa el león del horizonte', premio Pedro García Cabrera, inspirado en las decalcomanías del pintor Óscar Domínguez

La poesía como el arte

La poesía evoca imágenes y la pintura provoca interrogantes. Y en esta suerte de palíndromo convergen ambas formas de artes. "Como la pintura así es la poesía", reza la locución latina Ut pictura poesis, de Horacio, que define "la poesía como pintura que habla y la pintura como poesía que calla". El nuevo poemario de Octavio Pineda, Qué piensa el león del horizonte (Salto de Página, 2017), galardonado con el Premio de Poesía Pedro García Cabrera, traza un diálogo con la pintura de Óscar Domínguez (Tenerife, 1906 - París, 1957), pintor surrealista de la generación del 27 y creador de la "decalcomanía", que irrumpió con fuerza entre los vanguardistas en 1935.

Esta técnica pictórica, enaltecida por André Breton, consiste en extender el color o tinta en una superficie lisa de papel, presionar una hoja contra ella y, al separarlas, alumbrar una composición nueva a partir de asociaciones libres. No se trata de calcar una imagen de otra, sino de expandir el horizonte del dibujo a partir de nuevas metáforas, en las que intervienen los paisajes del inconsciente. "Sólo necesita usted titular la imagen obtenida en función de lo que descubra en ella", escribió Breton en una síntesis de este concepto, que abre el poemario de Pineda.

Qué piensa el león del horizonte sigue en clave poética la misma técnica surrealista de Domínguez: sus versos dialogan con el arte, se ordenan como dibujos que desdibujan la realidad y se internan en el plano de lo onírico. "Acudo al poema como una encarnación de la decalcomanía, que fomenta el encuentro con la poesía como palabra desmembrada del arte", expresa Pineda. Esta decalcomanía poética revela las mismas cuestiones que flotan en el "imaginario expansivo" de Domínguez, quien también cultivó la poesía, "donde conviven la luz con la pesadilla, el espectro de la noche y el paisaje", en palabras del poeta grancanario.

Su título toma prestada una de las referencias mágicas comunes en la obra del pintor, que es la representación de un león mirando a través de una ventana y que, en palabras de Pineda, "teje una conexión perfecta entre pintura y poesía". "El silencio del león / es el retrato de un rugido / mientras la oscuridad / se derrite en sus espejos / sueña a pedaladas / preguntando / ¿de qué sirve responder?", recoge su poema Lion-Byciclette, inspirado en un cuadro que dibujó el pintor, bajo este epígrafe, en 1936.

Su lectura, como la contemplación de un cuadro, embarca al lector en una experiencia sensorial donde la poética levita libremente en trazos, como las perlas pictórico-literarias de Apollinaire o Éluard, que se desatan de las normas de la lingüística y la gráfica, y se significan en su policromía visual. El resultado es poesía para mirar, además de para leer, porque no sólo se lee de izquierda a derecha, sino de adelante hacia atrás y en todas las direcciones, porque invita a dar vueltas alrededor de sus versos, a salirse de ellos y a volver a mirarlos bajo otra luz.

En este juego poético, Pineda emula la conversación de Domínguez "con el horizonte visual del otro, arrojando al espectador una interrogación con su propio imaginario". Los paralelismos entre ambos se reproducen en otros ámbitos: además de su origen canario, Pineda también residió en París durante cinco años y esa noción de extranjería impregna a su vez su poesía. Pero el puente que une ambos universos es el de lo mágico, lo onírico, lo introspectivo y lo subversivo como modo de abordar lo cotidiano, como hicieran Breton y el resto de la hueste surrealista.

Este abrazo entre literatura y arte también respira en textos de escritores universales y heteróclitos como Cortázar, que dio alas a una prosa poética porosa a otros modos de representación, como la pintura o el jazz, derribando los corsés narrativos en la frontera entre lo real y lo fantástico. "Quien llegue a despertar a la libertad dentro de un sueño habrá franqueado la puerta", escribió en Último Round.

Pero el arte que se mira en el espejo del arte reviste una singularidad en el caso de las decalcomanías que acuñó Domínguez y poetizó Pineda, porque "crea un dibujo, no del blanco, sino del negro, que es lo interesante". Y ese espacio donde se anudan la realidad y el sueño, las luces y las sombras, el color y el adjetivo, y el león y el horizonte, es el encuentro donde la palabra y el arte nombran lo imposible. Así lo ilustra Les deux qui se croissent ( Los dos que se cruzan), en el que Pineda rinde homenaje al poema homónimo escrito por el surrealista tinerfeño en 1947. "Dos anónimos buscando / una esquina / que concluya / un enigma donde refugiarse / un carnaval sin voz / o una derrota [...] dos amigos sin traducir / que se abalanzan / y resbalan en la luz / confluyendo / en el abrazo / y la promesa".

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