Se apagó, a los 86 años, la sonrisa afable y la voz reivindicativa, firme y romántica de Basilio Martin Patino (Salamanca, 1930/Madrid, 2017), un intelectual tenaz e infatigable, entregado en cuerpo y alma a la exploración de la era franquista con las herramientas artísticas que mejor dominaba: la fotografía, la televisión y el cine, tres lenguajes que manejó con diligencia y objetividad en trabajos que han aportado un importante plus de originalidad al conocimiento sobre nuestro pasado más reciente. Y sin renunciar a mostrar, como parte integral que es de nuestras propias tradiciones culturales, la vertiente más emotiva y descarnada de dicho periodo, tal y como lo atestigua su dilatada trayectoria profesional, iniciada en 1966 con Nueve cartas a Berta, película que, junto con La tía Tula (1964), de Miguel Picazo, propició el arranque de aquella fuente de imaginación y creatividad que fue el Nuevo Cine Español en un momento particularmente desconcertante para la normalización democrática de España y para el porvenir inmediato de nuestra maltrecha industria cinematográfica.

No se trata de su mejor película, pero sí de una bella y clarividente contribución a la realidad social de una España enturbiada por un régimen que se resistía a relajar sus cuotas de poder ante la avalancha democrática que se avistaba en el horizonte. Ganadora de la Concha de Plata a la mejor ópera prima en el Festival de San Sebastián, Nueve cartas a Berta expresa, a través de una puesta en escena irreprochable, y con mayor visibilidad que en ningún otro filme del cineasta, la nueva sensibilidad fílmica que comenzaba a despuntar en nuestro país en aquellos difíciles años en compañía de figuras nacionales del calado de Claudio Guerín, Jaime Camino, Carlos Saura, Mario Camus, Pere Portabella, José Luis Borau, Miguel Picazo, Manolo Summers, Francisco Regueiro o Víctor Erice. Todos, antes o después, han reconocido públicamente la deuda contraída por el cine nacional con Martin Patino como una de sus figuras más emprendedoras, valientes y representativas. Así pues, negarle esta incuestionable virtud al director salmantino equivaldría a cerrar los ojos ante una sucesión de acontecimientos que devinieron determinantes para el avance de nuestro país, especialmente en el terreno de la cultura.

Un hombre que hizo posible que millares de imágenes de archivo sobre nuestra Guerra Civil y decenas de temas musicales extraídos de nuestro imaginario popular se transformasen en una estremecedora elegía al martirizado pueblo español se ha hecho acreedor, sin duda, a un sitial de honor en la historia grande del cine. Por eso, proezas artísticas del alcance de Canciones para después de una guerra (1971), por aludir a uno de sus trabajos más elogiados por el público y por la crítica, se han convertido en auténticas películas de culto para legiones de aficionados y su recuerdo se sigue asociando a las experiencias cinematográficas más gratificantes, intensas y complejas que hayamos podido disfrutar a lo largo en nuestra prolongada vida cinéfila.

Fuera de la zona de confort

Creador a la sazón del legendario Cine Club Universitario de Salamanca, núcleo generador de las míticas Conversaciones sobre Cine Español celebradas en la vieja ciudad castellana en mayo de 1955 y que concluyeron con las famosas palabras pronunciadas por Juan Antonio Bardem en la jornada de clausura asegurando que "el cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico", Martin Patino se mostró siempre como un defensor infatigable de las libertades en un país fuertemente marcado por el estigma de la censura y por la tibieza con la que ciertos creadores y algunas formaciones políticas clandestinas afrontaban su oposición a la Dictadura. Sea como fuere, el único indicador que se le conoce de sus preferencias en este campo no fue nunca su afiliación a partido alguno sino su profunda convicción de que solo en el ámbito de los ideales libertarios es donde el hombre puede preservar mejor su independencia.

De ahí que nunca se acomodara, como sí hicieron algunos de sus más ilustres colegas, para sortear la situación política del momento, salvaguardando así sus intereses profesionales y que mantuviera una coherencia envidiable a lo largo de sus más de cincuenta años de carrera apostando por un cine que, según sus propias declaraciones, "se habría que hacer en las circunstancias históricas y políticas que nos ha tocado vivir. Escaparnos de la realidad filmando historias ajenas por completo a los problemas de nuestra sociedad solo nos puede conducir a un auténtico callejón sin salida. En mi largo recorrido profesional siempre he intentado ser consecuente con una noción del cine que contempla, tanto un cuidado esmerado por la estética como el rigor y la verdad de lo que intentamos contar al espectador".

Ascético por vocación, tímido y profundamente inconformista, jamás abjuró de su celosa condición de profesional independiente, tal y como lo confirman documentos testimoniales tan combativos y clarificadores como Queridísimos verdugos (1973), Caudillo (1974) o, algunas décadas más tarde, Libre te quiero (2012), la filmación, día a día, del estallido social del 15M en la madrileña Puerta del Sol en el año 2012.

Aunque su extensa filmografía está sembrada de títulos de carácter estrictamente documental, también dirigió y produjo algunos filmes de ficción, como la mencionada Nueve cartas a Berta, Del amor y otras soledades (1969), Los paraísos perdidos (1985), La seducción del caos (1991) u Octavia (2002), que exploran, desde otros parámetros, algunos de los escenarios sociales propiciados por la Dictadura a través de décadas de inmovilismo, miedo y represión. Lejanamente inspirado en los dramas burgueses de Michelangelo Antonioni, aunque con claras referencias al modelo narrativo instaurado por el neorrealismo italiano, Patino cubrió esta importante etapa de su carrera con una nueva actitud crítica ante una sociedad, la de la posguerra, ahogada en un mar de contradicciones morales y que ya se encargaron de apuntar anteriormente cineastas como Juan Antonio Bardem ( Muerte de un ciclista, 1955), Julio Coll ( Un vaso de whisky, 1959) o Fernando Fernán Gómez (El mundo sigue, 1963).

Aún conservo impresa en mi retina su vidriosa mirada azul y su enjuta figura, coronada por una frondosa cabellera blanca, en la cafetería del Círculo de Bellas Artes de Madrid, lugar en el que me citó, durante una lluviosa tarde invernal, para negociar la posibilidad de desplazar hasta Las Palmas su formidable colección de artilugios cinematográficos -más de doscientos- que guardaba en su casa de Madrid como uno de sus más preciados tesoros. Por diversas razones que no vienen al caso, la exposición de tan valioso material no fue posible mostrarla en nuestra ciudad pero, tal y como nos aseguraron algunos miembros de su Fundación la colección seguiría itinerando por todo el país y algún día, más pronto que tarde, terminaría recalando por las Islas.

En cualquier caso, algunos años después de aquella frustrada operación, el autor de Madrid (1987) acudiría al certamen de documentales Miradas Doc, en el municipio tinerfeño de Guía de Isora, para asistir al homenaje que le tributaba el festival con la presentación de algunos de sus filmes más sobresalientes y el Colectivo Vértigo también lo tuvo entre sus invitados en Las Palmas coincidiendo con el estreno, en 2013, de Libre te quiero en la 11ª edición de Ibértigo, el documental con el que selló una carrera tan continuada y extensa que no parecía tocar a su fin. Tristemente, el maestro salmantino ya no volverá a sorprendernos con el poder de su imaginación ni con el magnetismo visual de su estilo inimitable, pero nos deja una obra de vuelo libre, transgresora, incisiva, crítica, mordaz y valiente a la que habrá que acudir cada vez que nos interesemos por conocer a fondo la larga travesía por el desierto a la que fuimos sometidos en este país durante más de cuarenta años por un sistema político que tardó demasiado tiempo en claudicar ante las continuas apelaciones a la libertad esgrimidas por creadores tan audaces, lúcidos y consecuentes como Basilio Martin Patino.