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Juego de espías en la Isla

El doctor Zhivago, en La Luz

La CIA repartió ejemplares de la novela de Pasternak entre los marineros de la flota soviética atracada en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria

Dos marineros de un barco soviético atracado en el Puerto de La Luz.

La primavera de 1967, tras décadas de tensiones diplomáticas y bloqueo mutuo, la España franquista y la Rusia comunista se tomaron un respiro. El paréntesis tuvo lugar en Canarias: el 30 de abril de ese año, en el Puerto de La Luz (Las Palmas de Gran Canaria), atracó el Abagurles, un buque mercante con bandera soviética. Ese episodio, una anécdota en medio de la inmensidad de la Guerra Fría, llegó dos meses después de la firma del primer acuerdo comercial entre ambos países y convirtió la bahía de Las Palmas de Gran Canaria en un rincón perfecto para ejercer labores de espionaje y contraespionaje. Al menos eso reconoce la CIA -la agencia estadounidense de inteligencia-, que en 2014 desclasificó 99 documentos considerados en su día top secret y que señalaban a Canarias como un lugar clave en la Operación AEDINOSAUR, según se recoge en el libro El expediente Zhivago de Peter Finn y Petra Couvée (Bóveda, 2016).

A finales de los años 50, la maniobra de Estados Unidos -con el bloque comunista al otro lado del Telón de Acero- gravitaba alrededor de un objetivo claro: publicar una edición en ruso de Doctor Zhivago e introducirla clandestinamente en la Unión Soviética, donde la novela firmada por Boris Pasternak había sido prohibida al ser catalogada por los censores del régimen rojo como antivolchevique. Y para dar forma a ese viaje de ida y vuelta, con diferentes paradas en lugares como Moscú, Milán, La Haya, Bruselas, Nueva York, Washington DC o Las Palmas de Gran Canaria, la CIA ejecutó un plan que retrata a la perfección una época en la que el espionaje era un arte y que podría haber salido de la imaginación de escritores como John Le Carré o Graham Greene.

Fue en mayo de 1956, después de que la revista Novy mir rechazara la publicación de la novela en la URSS, cuando arrancó esta historia. Pasternak recibió en su dacha de Peredelkino -un pueblo creado por Stalin para alojar a los escritores más importantes del país- a Sergio D'Angelo, un comunista italiano que trabajaba en Radio Moscú que antes de salir de su país recibió un encargo: buscar obras de la nueva literatura soviética para una editorial recién creada por Giangiacomo Feltrinelli -miembro destacado del Partido Comunista Italiano (PCI)-. Allí convenció a Pasternak para que Doctor Zhivago, la primera novela del gran poeta ruso, pasara al catálogo de Feltrinelli Editore. El sí del autor, sin querer, dio paso a un pulso en las sombras entre las dos grandes potencias del momento.

Editorial de Milán

D'Angelo sacó el manuscrito de Doctor Zhivago de la URSS y se lo entregó a Feltrinelli, que sufrió la presión del PCI y de autoridades soviéticas para que la novela no se publicara. El editor, pese a tantas adversidades dentro de su propio círculo ideológico, prosiguió con su empresa y la primera edición del libro se publicó en italiano después de que Feltrinelli y el propio Pasternak mantuvieran una larga correspondencia -entre todas las cartas el editor logró distinguir las que llevaban el sello del escritor y las que habían sido dictadas por el régimen soviético-. Entre telegrama y telegrama, el autor ruso, que catalogó la novela como "mi felicidad; mi locura final", admitía estar dispuesto a arriesgar su vida con tal de que el libro saliera a la venta.

La obra salió a la venta en Italia en noviembre de 1957 y la noticia no pasó desapercibida en la URSS. El sindicato de escritores, donde Pasternak contaba con amigos, dio la espalda al escritor. Alexei Surkov, el secretario de la organización, ni siquiera fue prudente a la hora de amenazar al autor: le amenazó, en un periódico italiano, con correr la misma suerte que Boris Pilnyak, que fue ejecutado después de publicar una obra fuera de Rusia.

Al acecho, sin entrar en el conflicto, se mantuvo desde el primer minuto la CIA, que un mes después recibió dos rollos microfilmados -procedentes de un espía británico con conexiones entre los rusos exiliados (los blancos) en Londres- con el texto en ruso de Doctor Zhivago. Con el manuscrito en su poder, la agencia estadounidense -aunque tenía entre sus posesiones una imprenta- buscó un aliado en Europa para que despistar al KGB -no quería que el régimen soviético descubriera la jugada a partir del papel utilizado para componer el libro-. Ese socio fueron los servicios de inteligencia de los Países Bajos, que utilizó a Mouton Publishers -una editorial de La Haya dirigida por un anticomunista- para publicar la primera edición de la novela en ruso.

Exposición de Bruselas

La primera tirada alcanzó los 10.000 ejemplares, que se repartieron por diferentes lugares del mundo. Y entre esos destinos, la CIA mostró especial interés en uno: la Exposición Universal de 1958 que se celebró en Bruselas, cita para la que unos 16.000 ciudadanos rusos -entre estudiantes y artistas- lograron una visa. Allí, en el pabellón del Vaticano, la agencia de inteligencia estadounidense -con la colaboración de católicos rusos- montó una biblioteca en la que depositó 350 copias del libro. La obra pasó de mano en mano entre los miembros de la expedición soviética. "Esta fase puede considerarse completada con éxito", se pudo leer en un cable de esa época de la CIA, que optó por dar continuidad a una operación que se levantaba sobre una convicción: el régimen comunista consideraba que la literatura podían desempeñar un papel crucial en la construcción del hombre y de la sociedad soviética.

La jugada de la CIA, sin embargo, la llevó a un conflicto: Feltrinelli acusó a Mouton Publishers de publicar sin su permiso la novela, colisión que ralentizó los planes norteamericanos. Ese revés, junto a los problemas que sufría Pasternak en su país -tuvo que renunciar al Premio Nobel de Literatura y el encarcelamiento de su amante y la hija de esta-, llevó a la agencia estadounidense a imprimir el libro en su propia sede de Washington DC -antes de trasladarse a Langley- e inventarse el nombre de una edi-torial francesa para distribuir una edición de bolsillo de Doctor Zhivago.

La agencia sacó a la calle, en la siguiente tirada, 9.000 ejemplares que se repartieron por todo el mundo. El éxito de la jugada sirvió para que la CIA ejecutara el mismo plan con libros de Joyce, Nabokov o Hemingway en ferias, festivales para jóvenes, giras internacionales de agrupaciones culturales rusas y los marineros de la flota soviética que hacía escala en Canarias. "La CIA", explicó Peter Finn -coautor de El expediente Zhivago y periodista de The Washington Post-, "consideró que valía la pena y gastó millones cada año en la traducción y publicación de todo tipo de obras, no solo literarias, sino de historia, economía e historia del arte" que entraron clandestinamente en la URSS.

Pasternak, ajeno a esta partida de ajedrez, murió debido a un cáncer de pulmón en 1960. A su entierro acudieron miles de personas, que desafiaron a un régimen que, internamente, empezaba a admitir su error al prohibir la publicación de Doctor Zhivago dentro de sus fronteras. Nikita Jruschov, en 1964 y tras obtener una copia clandestina de la obra, reconoció que "no deberíamos haberla prohibido. Tendría que haberla leído. No hay nada antisoviético en ella". La novela no se publicó en la URSS hasta 1988, en plena Perestroika.

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