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Cómic

El recuerdo más anónimo

'Espacios en blanco' narra la vida de todos aquellos que, en la Guerra Civil, no tomaron partido por ninguno de los bandos

Otra de las viñetas de la misma obra. LP / DLP

"Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto", rezaba el título de una famosa película española de 1995. Pero a pesar de lo acertada que pueda ser una afirmación tan contundente siempre he pensado que el único vínculo que existe entre varias generaciones, aparte de la herencia genética, es precisamente la memoria, es decir, hablar de los muertos. El recuerdo de quienes nos precedieron, transmitido a los más jóvenes, es lo que une a una familia a pesar de que sus miembros vivan separados o hayan muerto. Que siempre habrá quien hable de nosotros cuando hayamos muerto es lo que demuestra Miguel Francisco en Espacios en blanco, cuyo argumento, en líneas generales, consiste en que un español que trabaja en Helsinki le cuenta a su hijo finlandés la vida de su bisabuelo antes, durante y después de la Guerra Civil.

Así la historia de un hombre normal y corriente consigue atravesar por arte de magia las barreras del tiempo y del espacio. Pero, lo que se cuenta en esta historia no tiene nada de ilustre ni heroico; el protagonista no llevó a cabo hazañas sobrehumanas, ni se vio envuelto en los episodios más grandiosos del conflicto fratricida que anegó de sangre nuestro país, por el contrario es un individuo que además de fracasar carece de la épica asociada a los perdedores.

No se distinguió absolutamente por nada, pero es precisamente la intrascendencia de esta vida lo que la hace más cercana al lector, que al igual que el autor es consciente que tampoco escribirán sus proezas, si acaso las tuviera, una vez fallezca. Si una de las funciones de la novela es la recuperación de la memoria histórica, su derivado en el noveno arte también cumple esa función, y en este caso Espacios en blanco supone una lúcida reflexión sobre el hecho que la memoria individual descansa necesariamente sobre la conciencia histórica. Por eso que la Guerra Civil haya querido ser olvidada por toda una generación, la de los hijos de quienes la lucharon, constituye un reto para la siguiente, que ha tratado de reconstruir el espejo roto de la memoria partiendo del olvido. En este aspecto Espacios en blanco expone magistralmente que recuperar una existencia olvidada supone conservar además la conciencia histórica, recordando el pasado y a todos los que en él lucharon por sus ideales. El cómic alterna la realidad con la ficción, e incluso a veces esta última aparece de manera alucinada, como cuando el autor toma la forma de la figura central de la pintura El grito del noruego Edvard Munch, o cuando un misterioso personaje que recita versos de Neruda reaparece para transformarse en Bafomet, el ídolo que supuestamente adoraban los templarios pero tal como fue recreado por el ocultista francés Eliphas Lévi. El dibujo de Miguel Francisco se mueve con líneas tenues entre el realismo y la caricatura, quizás la combinación más apropiada para una historia que transcurre entre el humor negro y el drama, pero que está dotada de un extraordinario colorido, llegando a componer viñetas de una belleza desasosegante.

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