En estos tiempos toca el desarrollo de las denominadas teorías de género, y pueden entenderse como un aspecto de la resolución que la época exige por el desequilibrio en la relación de poderes y deberes que ha establecido la mismísima naturaleza antropológica. Que las mujeres hayan tenido que luchar por el sufragio, activo y pasivo, a estas alturas da casi la misma vergüenza que el haber tenido que ser homínidos o neandertales antes que sapiens, es un motivo de vergüenza natural para la especie. Evidente excepto para los, todavía, tarados mentales de este tiempo. Empero, unir esta resolución a las carencias del ser humano a otras soluciones a supuestos desequilibrios, como los económicos, puede llevar a un melting pot que nos traslade, de nuevo, al pretérito.

Por ejemplo, en el lenguaje inclusivo, en un diálogo que tuve hace muy poco con una representante feminista, se vulnera un principio básico del lenguaje, que es la economía en la expresión y, sin embargo, como ella me adveraba, se puede utilizar el lenguaje como arma para buscar el equilibrio. Habría que discutir más en profundidad. Pero vamos más al tema de los desequilibrios y sus fontaneros.

El campo del feminismo ha sido aprovechado por la izquierda y los pensamientos afectos a la ingeniería social. Es obvio que, a veces, con gran hipocresía: el sociólogo Pablo Iglesias levantando la bandera feminista con Anna Gabriel, a la vez que expresa su pulsión sexual con Mariló Montero: "la azotaría hasta que sangre", cual si fuera un Maluma, es uno de los miles de ejemplos de que decir no es hacer, y justamente, los representantes de políticas de ingeniería social no por ello esconden un rancio y sórdido machismo, de lo más desagradable.

Vayamos a Silvia Cano, diputada socialista, que acaba de publicar un texto Dejen tranquilos nuestros úteros, en el que da por supuesto que ambas luchas, la económica y la feminista, o están estrechamente unidas, o no están: "los nuevos tiempos de capitalismo salvaje nos traen un atávico debate patriarcal en torno a la colonización de los cuerpos de las mujeres? lo que subyace es una concepción antropológica neoliberal fundamentada en el individualismo posesivo? patriarcado y neoliberalismo se funden en uno y 2.400 años después, las mujeres volvemos a ser consideradas como nos definió Aristóteles: meras vasijas vacías del recipiente del semen creador? seguiremos luchando para que el neoliberalismo no devore las conquistas conseguidas".

Silvia Cano es verborreica, no olvidamos cuando 20 mil firmas fueron contra ella por haber dicho que la misa dominical no debía retransmitirse por TV porque la pornografía también tiene su público, pero a nadie se le ocurriría poner programas de sexo en una TV pública. Esta palabrería, construida sobre un perjuicio liberticida, quita fuerza a lo que defiende Cano, hablando en nuestro caso de la gestación subrogada: "Tenemos gran cantidad de niños institucionalizados que necesitan una familia, promovamos adopciones más ágiles y sensibilicemos en torno a la idea de que la maternidad o paternidad es una función social más allá de huellas genéticas narcisistas". En esto último ¡Chapeau, Silvia Cano! Pero ligar la construcción de ese lógico objetivo al odioso ultraliberalismo hetero patriarcal pone a quien lo dice a los pies de los caballos teóricos y filosóficos. Dígale, de paso, al león macho que no monte a la leona en cúbito prono sino en decúbito supino.

Si, a la vez, se nos quiere vender el dos por uno del feminismo socialista o comunista, retrasaremos indefinidamente la solución a lo injusto. Son fuerzas de distinto nivel, aunque, como todo en el universo, tengan que ver, como lo tiene que ver la física y la química, o la gimnasia y la magnesia, pero no por ello vamos a confundirlas sin más. Obviamente, el feminismo liberal está atacado por estas fieras o fieros socialistas o socialistos, porque de lo que se trata es de otra cosa: la lucha de clases, la pesadilla de va y viene de los bronquistas.

Por ejemplo, la feminista socialista Catherine MacKinnon, sobre el feminismo liberal: "un trozo envenenado de pastel". Más claro queda cuando sabemos que John Stuart Mill, el filósofo de la libertad (de ahí viene liberalismo, o ultraliberalismo, la contra del socialismo, o el nacionalsocialismo), fue uno de los defensores cruciales de la liberación femenina, tema que trató a fondo en The Subjection of Women, el sometimiento de las mujeres, donde dejó claro que la opresión a la mujer era uno de los vestigios de modelos sociales obsoletos que impedían el progreso de la humanidad.

Terminemos con un último ejemplo de que las políticas socialistas y las feministas unidas llevan trampa, mucha trampa. En la II República la diputada del PSOE por Badajoz, Margarita Nelken, 1 de octubre de 1931: "Poner un voto en manos de la mujer es hoy, en España, realizar uno de los mayores anhelos del elemento reaccionario". O el socialista Indalecio Prieto, tras la consecución del sufragio femenino el 9 de diciembre de 1931: "Se ha dado una puñalada trapera a la República", o el canto anarquista: "Ya han dado el voto a la mujer, para que Alfonso pueda volver". La II República, en la reforma de mayo de 1931, estableció el sufragio pasivo: las mujeres podían ser elegidas y elegibles, pero no podían votar. Una enmienda a la totalidad del Partido Radical, por el diputado Álvarez Buylla, decía que el voto femenino es "un elemento peligrosísimo para la República, porque la mujer española, como política, es retardataria, es retrógrada; todavía no se ha separado de la influencia de la sacristía y del confesionario", a lo que mostraban acuerdo también la socialista Margarita Nelken: "Poner un voto en manos de la mujer es hoy, en España, realizar uno de los mayores anhelos del elemento reaccionario".

Pues eso, cuidado con separar al feminismo de la libertad y vincularlo al socialismo.