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Un relato de errores interminables

Adam Rutherford expone la revolución de la genética y sus deformaciones en 'Breve historia de todos los que han vivido'

Un relato de errores interminables

La pretensión de Adam Rutherford de escribir una Breve historia de todos los que han vivido puede parecer un empeño de ambición desmesurada. Junto a ese relato de nuestros genes, subtítulo del libro, lo que hace este divulgador formado como genetista es mostrarnos las posibilidades de una ciencia marcada por una explosión de conocimiento que, en apenas dos décadas, ha modificado la visión de nuestro pasado pero se ha convertido también en tapadera de algunas formas de falso saber.

"La mezcla de historia, arqueología y ahora ADN está dibujando una nueva imagen de nuestra evolución, de cómo llegamos a ser lo que somos", constata Rutherford, para quien "el pasado puede ser un país extraño, pero siempre hemos llevado los mapas en nuestro interior". El ácido dexosirribonucleico, la molécula primordial que alberga las instrucciones biológicas para el despliegue de la vida, "ha revolucionado en gran medida nuestra comprensión de la historia humana". La continua revisión a que está sometida la paleoantropología, desde que el ADN es una herramienta más del estudio de los tiempos remotos, deja constancia de ese impacto. Así "los genetistas se han convertido en historiadores" y, desde esa perspectiva, se propone Rutherford trazar el recorrido de los "107.000 millones de humanos modernos que han vivido hasta hoy". En ese proceso se encuentra con lo que puede parecer una paradoja pero que no es otra cosa que la tensión interna en la que se mueve la ciencia: estamos ante una explosión de conocimiento pero tenemos pocas certezas. "Sólo hay un par de afirmaciones definitivas e inequívocas que podamos hacer sobre nuestros orígenes en el pasado lejano", escribe el autor de Breve historia?: hace 100.000 años todos éramos africanos y no alcanzamos a concretar con rigor nuestro linaje individual por la imposibilidad de conocer con detalle en qué lugar y momento se produjeron determinadas mutaciones. La palabra ascendencia "no responde a la precisión que exige la ciencia", lo que no impide que se haya convertido en unos de los puntales de lo que Rutherford denomina la "genética de consumo". "Los tests comerciales de ascendencia por medio del ADN no nos muestran necesariamente nuestros orígenes geográficos en el pasado. Nos dicen con quién tenemos una ascendencia compartida en la actualidad", explica, lo que es decir muy poco si consideramos que desde "hace mil años, los europeos compartimos toda nuestra ascendencia".

Sobre ese uso torcido de la ciencia se asientan negocios florecientes que alimentan nuevas formas de creencias infudadas y de falseamiento del pasado, empresas que en algunos casos tienen "un largo historial de atraer medios de comunicación crédulos con afirmaciones históricas, muchas de las cuales se mueven entre lo especulativo y lo insostenible". Uno de los objetivos del libro es fijar "los límites de lo que pueden decirnos los genes" porque "saber cómo se escribe un gen no basta para decir exactamente lo que hace", un salto en el vacío en el que se incurre con excesiva frecuencia desde que la culminación del Proyecto Genoma Humano (PGH) en 2003 completó la cartografía de los 20.000 genes que conforman nuestra biología más íntima. "La pobreza de genes fue la primera gran revelación del PGH, la segunda fue que la mayor parte del genoma no está formado por genes", lo que implica que el 85 por ciento de ese conjunto no está sometido, en apariencia, "a ningún tipo de presión selectiva"."Conocemos casi todos los genes y dónde se encuentran, pero seguimos sin saber qué hace buena parte del genoma", escribe Rutherford para dejar constancia de las limitaciones de su ciencia.

El impacto de los hallazgos de la genética tiende a convertirla en un saco de respuestas para todo, lo que fomenta dos visiones torcidas: el determinismo, la falsa idea de que nuestro futuro está ya escrito en los genes, y el adaptacionismo, que tiende a atribuir algunos rasgos externos de los individuos a un proceso de acomodación a su medio. Rutherford desmiente la engañosa idea de que hay genes "para todo lo que pudiéramos imaginar u observar" y asegura que esas porciones que codifican nuestra herencia "no determinan el resultado de la mayor parte de la biología humana y la psicología". Respecto a la "especulación adaptacionista", el autor nos advierte de que "sólo hay un puñado de rasgos exclusivamente humanos de los que hayamos podido demostrar que son adaptaciones que evolucionaron para prosperar en regiones geográficamente concretas".

Como implicación final de esa afirmación, reitera que"por lo que respecta a la genética, la raza o existe" y"los principales atributos físicos que identificamos como 'específicos de una raza' son superficiales y recientes".

A la entronización del gen contribuyó de una forma decisiva Richard Dawkins al desarrollar hasta sus últimas consecuencias lo que denomina un cambio "en el foco de atención darwiniana", consistente en reducir a los individuos a contenedores de genes, que son en última instancia los centros sobre los que opera la evolución. Dawkins sintetizó esa visión en El gen egoísta, un libro de mediados de los años 70 del siglo pasado de gran impacto, que catapultó a su autor a la esfera estelar de los científicos. Como desarrollo de su teoría, y a la vez respuesta a sus críticos, Dawkins publicó en 1982 El fenotipo extendido, en el que afianza ese menoscabo de los individuos al apuntar que algunos de los rasgos externos de los genes van más allá de su carcasa orgánica y se extienden a las prácticas con las que la especie garantiza su supervivencia. Pese a la popularidad que le proporciona su intensa tarea como divulgador en todos los medios, su batallar contra el creacionismo y su ateísmo militante, Dawkins elige El fenotipo extendido por encima de "ninguna otra cosa lograda en mi vida profesional, es mi orgullo y mi joya". En castellano se publica ahora la edición de 1999 de esa teorización de lo que su autor llama el "largo brazo del gen".

La perspectiva de Dawkins se encara con lo que él llama otros "modos de mirar la vida". La nuestra es la historia de errores inagotables. Somos el resultado del"inacabable proceso de copias imperfectas esencial en el ADN, pues de otro modo las generaciones de un organismo no serían capaces de adaptarse a un ambiente cambiante", escribe Adam Rutherford. En última instancia "la vida es un imperfecto ¬copiar".

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