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El destino de los partidos políticos

José Félix Tezanos y César Luena proponen un nuevo modelo de participación dado los retos gigantescos

El destino de los partidos políticos

En las sociedades modernas la vida política ha producido unas relaciones singulares, tan profundas y arraigadas como tormentosas. Así son las que mantienen las corrientes liberales con las igualitarias, los ciudadanos y los políticos o, respectivamente, el capitalismo y los partidos con la democracia. En relación con esta última, un joven sociólogo llamado Robert Michels publicó en 1911 un libro titulado Los partidos políticos, del que acaba de aparecer una nueva reimpresión en España, que alcanzó de inmediato una enorme influencia que aún perdura. A partir de un estudio sobre la socialdemocracia alemana, el partido de masas por excelencia, discutió abiertamente una idea que se iba convirtiendo en la época en un lugar común, y luego sería compartida por todos los grandes politólogos y los ciudadanos de los regímenes pluralistas, según la cual en las sociedades contemporáneas la democracia necesita a los partidos políticos hasta tal punto que no puede concebirse sin ellos. Michels sostuvo, de forma contundente, que la densidad de las sociedades avanzadas requería una organización y allí donde había organización aparecían inevitablemente líderes, dirigentes, y que, en consecuencia, una sociedad auténticamente democrática era un imposible.

Amigo de Max Weber y lector de Gaetano Mosca, a los que es justo añadir los nombres de Wilfredo Pareto y Ortega y Gasset, con los que integra la nómina sagrada de los llamados elitistas, Michels fue de todos ellos el que enunció con más claridad los postulados de su teoría política en la famosa "ley de hierro de la oligarquía". Sus conclusiones adquirieron cierto tinte dramático por el hecho de haberlas extraído de la experiencia de un partido socialista, que proclamaba la democracia como objetivo y como método de actuación política. Por el contrario, Michels creyó haber demostrado no solo que el SPD no era democrático, según él no podía serlo ningún partido, sino que desviándose del objetivo de una sociedad igualitaria y democrática que decía perseguir, sus dirigentes lo habían transformado en un fin en sí mismo.

La sombra molesta de Michels planea desde entonces alrededor de los partidos políticos. Se admite que aún no se ha inventado la manera de poner en funcionamiento una democracia que prescinda de los partidos, la mayoría de los españoles reconoce que no hay democracia posible sin partidos, cada año se registran en nuestro país medio centenar de nuevos partidos, cifra que se eleva a casi el medio millar en los años de elecciones locales, pues la mitad de los cinco mil partidos inscritos en el Ministerio del Interior son de ámbito municipal, pero los partidos son, junto con sus dirigentes, los actores públicos más denostados en toda Europa, especialmente en las democracias del sur. Y uno de los mayores reproches que se les hace es precisamente su carácter poco democrático, tanto en la organización interna como en sus relaciones con los ciudadanos.

La crisis de los partidos, sea cual sea su orientación ideológica, se manifiesta en la pérdida masiva de afiliados que están sufriendo, en primer lugar la socialdemocracia alemana, en que los ciudadanos se sienten cada vez menos identificados con sus siglas y en el abandono, todavía discreto, de los votantes. Para colmo, el malestar político que se ha expandido por las atribuladas democracias se está cebando particularmente en los partidos, que ven amenazado su estatus por todo tipo de populismos e incluso por las estrellas de la televisión, los negocios o el deporte.

En su libro, Tezanos y Luena, que han desempeñado cargos destacados en la ejecutiva del PSOE, reconocen la realidad de la crisis que afecta a la democracia y a los partidos y, como si quisieran librarse del fantasma de Michels, ponen a su partido como ejemplo de los cambios en las instituciones y en las actitudes que resultan ineludibles para evitar la quiebra de ambos, los partidos y la democracia. Tiene particular interés el capítulo que dedican a exponer las innovaciones introducidas en estos años en la organización del PSOE, algunas poco conocidas. Pero no se dan por satisfechos. Los retos son gigantescos y los partidos han tocado fondo. Proponen un nuevo modelo de partido, el partido democrático de participación, del que ofrecen un esbozo, que ya había sido anticipado por Tezanos en diversas publicaciones suyas. A pesar de los buenos propósitos y de todos los esfuerzos, con las generaciones digitales que vienen y los cambios en la cultura política de los jóvenes hemos entrado en el terreno de lo desconocido. No sabemos si los partidos con sus cambios llegarán a tiempo para salvarse. Ni siquiera podemos aventurar, si se diera el caso, cómo sobreviviría la democracia al agotamiento de los partidos y qué otras formas organizativas ocuparían su lugar.

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