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ARQUITECTURA

Un aire de familia

La 'casa atlántica' ha sufrido un castigo notorio en barrios como Guanarteme o La Isleta, por poner los dos ejemplos más llamativos y fulminantes

Un aire de familia

El ser humano - la horda sapiens sapiens - se acoge en sus inicios a la protección de las cavernas, dotándolas con utilidades figurativas de magia simpática. Luego descubre la geometría: círculos, agrupaciones globulares, el cuadrado. Usa la piedra como material constructivo, en combinación con la madera y las ramas arbóreas. Finalmente desemboca en la constructividad compleja, que incluye decoración y estilística como marca de un modelo cultural evolucionado. El globo terráqueo se va llenando de infinidad de variantes definitorias del concepto habitación, pujando hacia las alturas e introduciendo nuevos materiales.

En el caso particular de la arquitectura atlántica más reciente, este concepto es ampliamente reconocible en una alineación fenomenológica que se evidencia a este lado del océano, y en su expansión a la orilla de las Américas. Nos ceñiremos aquí a la arquitectura popular canaria pobre, heredera de la portuguesa y la andaluza, que es aquélla en la que tenemos más competencia, siguiendo las líneas exploradas en La casa vestida (2005), donde expusimos el programa iconográfico de las fachadas de Gran Canaria.

En efecto, es ampliamente reconocible un "aire de familia" estilístico y formal que comprende la Macaronesia, la costa del Noroeste africano y se prolonga en el Caribe y parte del Cono Sur americano. No hay más que comparar similitudes en las modestas casitas terreras que sobreviven en las Azores, en Huelva, Tetuán, Tánger, Funchal, en la Isleta, la Aldea de San Nicolás, en el viejo San Juan de Puerto Rico, en Santiago de Cuba o en el barrio del Pelourinho (Salvador de Bahía, Brasil) para caer en la cuenta de que forma y color persisten en ese modelo de albañilería primaria, cuyo atractivo visual cede la primacía de la mirada, considerando secundariamente la fábrica y la distribución habitacional. Una celebración cromática que rubrica la luz atlántica, y que entre nosotros dejó espléndidamente fijada Jorge Oramas: rabiosa diafanidad de los colores puros sobre cal, geometrización en los motivos iconográficos. Todo ello ennobleciendo la pobreza de sus habitantes con la gama selectiva de las señas tutelares: el amarillo gofio, el azul índigo, el verde esmeralda o furioso, el canelo "café con leche", el gris perla procedente de la lechada de cal y cemento, el rosa tierno, el rojo inglés.

Nuestro repertorio ornamental es esencialmente un sistema de signos que vertebran un lenguaje, en términos de modelo semiótico; nuestros motivos signos legibles, nombrables y susceptibles de ordenación. Todo un lenguaje dinámico, acumulado en diacronía de difícil seguimiento, que se presta al análisis interdisciplinar, pues la fenomenología iconográfica parece englobar conectivamente varias facetas del ser canario, arrojando precisiones sobre el modelo ontológico en curso. También el social, estético y antropológico que el pueblo canario - valiéndose de los maestros albañiles - se ha otorgado en necesidad compartible de realidad e imaginario. Se trata, como efecto añadido, de una poética colectiva que tiene como agente al gremio de la albañilería, realmente tan poco considerado en la evaluación global de nuestra cultura archipelágica.

Tal como lo es la misma presencia de esa arquitectura pobre en nuestros pueblos, caseríos y ciudades. En tal sentido es de lamentar que buena parte de lo documentado en La casa vestida haya desaparecido en el corto plazo de diez o quince años, lo que es muy notorio en los barrios de Guanarteme y La Isleta de la capital grancanaria, por poner los ejemplos más llamativos y fulminantes. El progreso - se dirá - arrasa lo viejo para conquistar las alturas en nombre de la rentabilidad de un solar antiguo como objetivo prioritario. "Todo lo nuevo es bonito" - dice la creencia popular. Pero en este empeño se han ido cargado la peculiaridad, la idiosincrasia de nuestra arquitectura criolla, quedando el citado estudio como mera arqueología de un pasado reciente irrecuperable.

No obran de esta forma los pueblos cultos, celosos de su patrimonio, orgullosos de su legado, por muy tercermundista que éste parezca a la mirada especulativa del urbanismo evolucionado. Y hay que decirlo bien claro: la substitución de modelos arquitectónicos estándar supone una inmensa pérdida identitaria, sin que parezca haber vuelta atrás, un revival de la tradición. Por suerte hay excepciones: véase cómo se ha respetado la fachada de la fábrica de cigarrillos "cumbre" en Luis Antúnez (Alcaravaneras), creando un moderno complejo comercial en el solar que ocupaba aquella industria tabaquera. A eso de llama pensar con la cabeza, perpetuar el "aire de familia" imprescindible en nuestra historia urbana. Ojalá cunda el ejemplo y evitemos parecernos algún día a cualquier ciudad del ancho mundo, clonación avasalladora a la que parecemos abocados. Combate perdido, nos dicen cuando sacamos en tema a colación. Como tantos otros, respondemos. La educación, el respeto, la sexifolia índigo tutelar en tantos frontis isleños. Ubi sunt?

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