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Caos tras el apocalipsis

'Shangri-la' refleja cómo el ser humano, tras una hecatombe nuclear en la Tierra, vuelve a cometer los mismos errores

Caos tras el apocalipsis

Tras un apocalipis nuclear que ha dejado a La Tierra inhabitable para el ser humano, los pocos superviviente se establecen en una estación espacial en la que, desgraciadamente, vuelven a aflorar los vicios que ya había acabado con la civilización. Ese es básicamente el argumento de Shangri-la, la nueva obra del francés Mathieu Bablet que supone el culmen de su estilo tras dos anteriores trabajos, La Belle Mort y Adrastrée, en los que perfiló un estilo a medio camino entre la ciencia ficción, la crítica social, y la mitología, con autores como Huxley, Wells, Bradbury o Dick como fuentes de inspiración.

En dicha estación espacial los hombres están hacinados en minúsculas viviendas nicho, pero a pesar de las dificultades ya han aflorado todos sus defectos: el egoísmo, el consumo incontrolado, la crisis económica producto del capitalismo, los nacionalismos, la manipulación genética o el racismo. Bablet pone el acento en estos dos últimos aspectos con la creación de una nueva especie llamado los animoides y con la obsesión de los científicos por crear vida de la nada a partir de la antimateria. Por otro lado, esta estación orbital es propiedad de la multinacional Thianzu Entreprises que ha logrado imponer el consumismo descontrolado entre los habitantes creándose una situación de tensión que explota cuando un grupo rebelde rompe esa paz ilusoria en un enfrentamiento que provoca el ocaso de esta sociedad. Aquí se crea una elipsis con el inicio de la obra un millón de años antes y cuyo desenlace, por supuesto, no puedo desvelar.

Bablet utiliza como título ese paraíso artificial que aparecía en la novela de James Hilton -y la película de Frank Capra-, Horizontes perdidos, en la que se describía un lugar idílico situado en el aislado Himalaya. La obra también presenta referencias a los clásicos. Así, el protagonista, Scott, confía en el entramado social artificial hasta que un compañero, Virgilio-el poeta que acompaña a Dante en La divina comedia-, le demuestra que realmente ahora son más esclavos que nunca. Lo mejor son las escenas del espacio exterior en donde el autor francés logra una serie de detalles prodigiosos que convierten a este título en todo un clásico contemporáneo de la ciencia ficción, casi me atrevería a decir a la altura del filme Gravity.

Precisamente, esos paseos de los protagonista entre la negrura del cosmos son un bálsamo ante todo lo que ocurre en la estación espacial, remansos de paz contra ese estado de agitación que atraviesa el nuevo hogar humano y los únicos momentos de tranquilidad frente al ansia autodestructiva del hombre. Por otro lado, los dibujos de interior están trufados de tantos detalles que a veces exigen un esfuerzo para distinguir escenarios y personajes. La obra es un aviso de hacia dónde nos dirigimos si no cambiamos de costumbres. Y eso parecen sentir los protagonistas al observar desde el espacio un planeta Tierra deshabitado símbolo de cómo el ser humano, cuando ha querido imponerse a la naturaleza, ha acabado perdiendo la partida.

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