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Rojo sobre blanco

Ana Ajmátova, perseguida por los censores y acosada por la miseria, frente a Máximo Gorki, favorecido por la corte del dictador Stalin

Rojo sobre blanco

La revolución soviética favoreció el desarrollo de las vanguardias literarias, porque el proyecto socialista que prometía un hombre y una humanidad nueva necesitaba una literatura innovadora, que rompiese con lo establecido, que nada tuviera que ver con la estética y los valores anteriores. Pero no siempre fue así, porque algunas vanguardias fueron prohibidas bajo la acusación de burguesas y contrarrevolucionarias.

En consecuencia, la suerte de los literatos que vivieron durante esos años fue muy variada, algunos pocos disfrutaron del éxito y el favor de los poderosos, mientras que la mayoría tuvo que sobrellevar las tribulaciones de la persecución. Entre los escritores de la época quizás no hay dos que mejor ejemplifiquen esta dicotomía que la poetisa Ana Ajmátova y el novelista Máximo Gorki, a los que unió no sólo el hecho de ser coetáneos y compatriotas sino algo mucho más poderoso: la amistad.

Ana Ajmátova nació en Odessa en 1889 como Ana Gorenko, pero decidió adoptar el apellido de su bisabuela tártara como pseudónimo. A los veinte años se casó con el poeta Nikolai Gumiliov y ambos partieron a París, donde vivieron una vida artística y social muy activa, rodeándose de amigos y amantes entre los que estuvo Modigliani, quien la retrató en varios lienzos. En 1912 nació su único hijo.

Tras la revolución, ya separada, vivía con su retoño cuando le ordenaron trasladarse a un palacio convertido en vivienda colectiva donde ocupó una modesta habitación con derecho a compartir baño y cocina con decenas de familias.

Conforme las autoridades se aseguraban que sólo existiese un arte a la medida de la ideología soviética, Ajmátova y su exmarido fueron señalados como una pareja de burgueses contrarrevolucionarios por el simple hecho de pertenecer al acmeísmo, una corriente poética vanguardista surgida durante la Edad de Plata de la literatura rusa. El resultado fue que detuvieron a Gumiliov bajo la acusación de encabezar una conspiración monárquica y fue fusilado sin juicio.

La poetisa fue condenada al ostracismo, pero hizo oídos sordos a los numerosos consejos que la animaban a abandonar el país antes de que fuera demasiado tarde. El motivo era que su hijo, a pesar de no tener actividad política alguna, había sido detenido y enviado primero a la cárcel y luego a un campo de trabajo en Siberia en el que permaneció catorce años. Se trataba de una clara advertencia para que mantuviera la boca cerrada y no publicase nada, mensaje que evidentemente siguió al pie de la letra durante años, en los que se limitó a escribir poemas que quemaba tras memorizarlos.

Se volvió a casar y cuando su nuevo esposo, el historiador de arte Nicolai Punin, conoció el mismo destino de su hijo, Ajmátova cometió una temeridad, escribir una carta a Stalin rogándole la liberación de ambos. El dictador, transformado en benevolente por un instante, decidió concederle su petición, iniciándose un breve período de tranquilidad para la familia durante el cual incluso se permitió la publicación de algunas de sus obras.

Pero pronto, la poetisa volvió a ser condenada al ostracismo y su marido nuevamente detenido y enviado a un campo de trabajo del que en esta ocasión no volvió. Ajmátova falleció en 1966, sobreviviendo a Stalin y siendo reconocida en todo el mundo por su magnífica obra.

El caso contrario de Ajmátova lo constituye Máximo Gorki, uno de los principales representantes del realismo socialista, que al convertirse en la corriente artística oficial del régimen soviético, fue favorecido por los mismos que condenaron a la poetisa.

Durante los estertores del Imperio Ruso el escritor estaba exiliado en Italia y sólo pudo volver en 1913 gracias a una amnistía concedida por el tercer centenario de la fundación de la dinastía Romanov.

En agosto de 1921, cuando su amigo Gumiliov -exmarido de Ajmátova- fue arrestado en Petrogrado, Gorki se dirigió rápidamente a Moscú, donde obtuvo de Lenin una orden para liberarlo, pero a su regreso ya había sido ejecutado.

En octubre de ese mismo año marchó a Italia por motivos de salud y aunque visitó la Unión Soviética en varias ocasiones, no fue hasta 1932 que volvió definitivamente en respuesta a una invitación de Stalin. Su regreso desde la Italia fascista fue una gran victoria a nivel internacional para la propaganda soviética, lo que llevó a que fuera condecorado con la orden de Lenin, se le concediera un palacio en la capital, una dacha a sus afueras, que una de sus principales calles fuera renombrada en su honor, así como su ciudad de origen. Incluso el avión de ala fija que a mediados de la década de los treinta era el más grande del mundo -el Tupolev ANT-20- fue bautizado con su nombre.

Como ejemplo de la aceptación de su obra en las más altas esferas está el hecho que un trío de ilustres visitantes: Stalin, el mariscal Kliment Voroshilov y el político y diplomático Viacheslav Molotov, se desplazaron a su casa para que les leyera su cuento de hadas Chica y muerte acontecimiento que sería inmortalizado por Anatoli Yar-Kravchenko en un famoso cuadro. ?

Pero sin lugar a dudas su acto más deleznable fue editar un libro que alababa la construcción de un faraónico canal del Mar Blanco al Báltico, presentándolo no sólo como una de las más grandes obras de ingeniería de la historia sino también como ejemplo de reinserción de los enemigos del pueblo a través del trabajo, negando los numerosos testimonios que aseguraban que miles de prisioneros habían muerto durante su construcción.

Como era de esperar cuando este fiel propagandista murió en 1936, sus amigos Stalin y Molotov acudieron al funeral e incluso llevaron a hombros la urna que contenía sus cenizas.

Ana Ajmátova perseguida por los censores y acosada por la miseria frente a Máximo Gorki, favorecido por la corte del dictador y colmado de honores, constituyen dos formas opuestas de concebir la literatura que han coexistido a lo largo de la historia: Lope de Vega o Cervantes, Gabriel García Márquez o Reinaldo Arenas, Agustín de Foxá o Miguel Hernández, en definitiva, el conformismo ante la rebeldía.

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