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Un catálogo (la tradición canaria en pintura y en poesía)

Los creadores convocados en la exposición por Sánchez Robayna y Castro coinciden en unos cuantos temas: las islas, el mar, el aire, el volcán...

Un catálogo (la tradición canaria en pintura y en poesía)

Tanto Fernando Castro como Andrés Sánchez Robayna, ambos del equipo de la siempre recordada revista Syntaxis, a la que debemos tantas iluminaciones, tienen a sus espaldas una amplísima trayectoria como investigadores de la modernidad canaria. Syntaxis encarnó un espíritu universal compatible con una voluntad de inscripción en una tradición propia, algo que entre otras cosas se concreta en una reflexión sobre la insularidad, muy en la línea de las reflexiones de Cintio Vitier en su imprescindible obra sobre Lo cubano en la poesía, o en la del Eugenio Fernández Granell de Isla cofre mítico, texto recuperado precisamente por la revista tinerfeña. Tengo sobre la mesa el último fruto de la reflexión conjunta del historiador del arte y del poeta y ensayista citados, el catálogo de su exposición Pintura y poesía: La tradición canaria del siglo XX.

Tras un largo e interesante diálogo entre los comisarios, el grueso del catálogo de lo que habla es del encadenarse de las generaciones, y de cómo todos los creadores convocados en la muestra coinciden en unos cuantos temas: las islas, el mar, el aire, el volcán, el cuerpo, la luz? Como un precedente remoto, los trabajos de los años veinte y treinta de Ángel Valbuena Prat, peninsular que en su condición de profesor lagunero quedó por siempre atrapado por la poesía canaria, como le sucedería, en otra generación más próxima a la muestra, a José-Carlos Mainer.

Un primer bloque de creadores convocados: las grandes figuras fundadoras del simbolismo canario. De Tomás Morales se enseña un boceto para la cubierta de Sobre el sonoro Atlántico, libro a la postre nonato. De Alonso Quesada, su incendiada efigie póstuma por Millares (para el cual el autor de El lino de los sueños fue una herencia familiar, vía entre otros su tío el delicado pintor simbolista Juan Carlo), y diversos manuscritos y cartas, entre ellas de Unamuno (para quien tan importante sería, una década más tarde, la experiencia de Fuerteventura), de Ramón Gómez de la Serna y de Pedro Salinas. Completan este elenco las figuras de Saulo Torón y Domingo Rivero, este por su célebre soneto Yo, a mi cuerpo. Junto a Néstor, es el gran nombre de esa generación, en pintura (qué buena sorpresa, en un margen del catálogo, su viñeta a plumilla, belga, tan simbolista, de su viaje europeo de 1906, a todas luces una visión del Beguinado de Brujas), comparece, con varios cuadros, el más convencional Pedro de Guezala, cuyo Niño pastor (1912), de tono tan j ammiste, constituye sin embargo una buena sorpresa.

Segundo bloque: la generación de Gaceta de Arte, en la que los comisarios, sin olvidar a una figura tan interesante, y que siempre le ha interesado a Sánchez Robayna como es el hoy reeditado Ramón Feria (con sus Signos de arte y literatura, de 1936, tan repletos de sugerencias y de pistas) y sin olvidar el precedente de La Rosa de los Vientos, evocan al gran Agustín Espinosa, a Pedro García Cabrera, a Emeterio Gutiérrez Albelo, a Domingo López Torres, mientras en pintura exaltan a Óscar Domínguez, al espinosiano y purísimo José Jorge Oramas -se recuerda 1/2 hora jugando a los dados, pero también se recupera su silueta por Millares, nuevamente-, a Juan Ismael? Obviamente no faltan ni André Breton y su Amour fou, ni Eduardo Westerdahl en su condición de fotógrafo, ni las cactáceas de Felo Monzón (también comparece su Lírica de los volcanes) o Santiago Santana, ni José Aguiar o Manuel Martín González.

Tercer bloque: la potente generación del cincuenta, de la que comparecen el ya por dos veces citado Manolo Millares (y sus empresas: Planas de Poesía y LADAC) y Martín Chirino y sus visitas al Museo Canario, César Manrique, Plácido Fleitas, el recordado Tony Gallardo con una de sus Piedras canarias, el ZAJ Juan Hidalgo, el poeta-pintor Manuel Padorno, y en la vertiente figurativa Antonio Padrón y el solitario y esencial Cristino de Vera? Más, en poesía, el asimismo esencial Luis Feria, Ventura Doreste (precioso su retrato de 1951 por Juan Ismael), Pino Betancor, Pino Ojeda y ese título hermoso, Nada más que esa luz?

La exposición prosigue en el tiempo, primero con los hermanos Bordes, Pepe Dámaso, Pedro González, María Belén Morales (con sus Formas del silencio, otro gran título), Maribel Nazco? y luego con el esplendente Luis Palmero (reivindicador de Oramas) y otros nuevos aparecidos en el último tercio del siglo que nos resistimos a calificar de pasado: Ildefonso Aguilar, Fernando Álamo, Julio Blancas y su Gran bosque, Cándido Camacho, Gonzalo González, Juan José Gil y sus Paraislas y su isla de San Borondón, Juan Gopar con sus Causas y razones de las islas desiertas, Carlos Matallana, Ángel Padrón, Santiago Palenzuela (que hace con Luis Feria algo parecido a lo que Millares había hecho en su momento con Alonso Quesada), Paco Sánchez? En esta zona se integra a los malogrados Pedro Garhel y Juan Hernández, pero en cambio, pese a que salgan citados al paso Melchor López, Miguel Martinón o Ángel Sánchez, no se tocan las posibles correspondencias poéticas. Obviamente, con otros comisarios, protagonista importante hubiera debido ser? la poesía del propio Sánchez Robayna y su diálogo, ya desde los tiempos de Syntaxis, con algunos de los creadores expuestos, y en concreto con Palmero.

He ordenado por bloques a los convocados, pero la exposición no es de carácter histórico o enciclopédico, sino que está basada en un discurso que mezcla entre sí las distintas generaciones, buscando sugerencias inesperadas, ecos, juegos de espejos. El catálogo es todo esto y mucho más, incluidas referencias a un oramasiano militante como Vicente Marrero (precioso su poema Los dragos), al recordado Manuel González Sosa, a Eugenio Padorno o a Lázaro Santana, y un recuerdo a la inolvidable Maud Westerdahl, y consideraciones muy bien traídas, por ejemplo reflexiones sobre la huella de Néstor en Manrique (una de las obras del primero, viene de la Fundación del segundo) o en Pepe Dámaso, o sobre la devoción espinosiana de Manrique, o sobre los ecos Óscar Domínguez o de Millares que operan en el arte canario de finales de siglo.

(Coda: Ya sé que la exposición ha generado mucho ruido, por razones de género, que no tienen absolutamente nada que ver con su discurso, con sus tesis, que es lo que debería haberse discutido. Sinceramente, no entiendo por qué se ha llegado a donde se ha llegado. O sí: vivimos tiempos de post-verdad, de jauría, de linchamiento, de saña mediática, de feroz inquisición en nombre de lo políticamente correcto.)

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