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Un siglo de vida y arte

Leonora Carrington, un espíritu indómito atrapado en un mundo de hombres

Un siglo de vida y arte

Leonora Carrington nació en 1917 en Inglaterra, en una familia adinerada, y murió en Ciudad de México en 2011. Entre esas dos fechas y esos dos destinos tan dispares, hay 94 años de vida artística y personal trepidante: rebeldía, huida, tranquilidad y locura, amor, pasión y desencuentros, maternidad, amistad y, siempre, subrayándolo todo, el arte (pictórico y literario). El periplo de Carrington se dibuja desde su Inglaterra natal hacia París, primero, Saint-Martin-d'Ardèche después y, perseguida por la II Guerra Mundial, Madrid, Santander, Lisboa, Nueva York y, ya definitivamente, Ciudad de México.

Leonora niña nunca encajó en las estrictas reglas de conducta familiares, cuando ella sentía dentro de sí la fuerza de un caballo libre y salvaje. Puesto que su gran pasión había sido siempre dibujar, no es de extrañar que sus cuadernos infantiles estén llenos, por tanto, de caballos, pájaros y otras criaturas extrañas "que se mueven, revolotean y bailan en las páginas". Con estas premisas, Leonora se enamoró de la obra Dos niños amenazados por un ruiseñor, del pintor surrealista Max Ernst, mucho antes de enamorarse del propio Ernst en 1936.

A través de Ernst, Leonora pasó a for- mar parte del universo surrealista parisi- no, liderado por André Breton, aunque siempre se resistió a convertirse en la niña-mujer musa del movimiento. Apartada de su familia, debido a su convivencia con Ernst, la Leonora artista floreció junto a los nombres más punteros de la época: Paul Éluard, Roland Penrose, Robert Capa, Gerda Taro, Picasso y Dalí entre ellos. Los cuadros de Carrington se enriquecieron con la técnica y las ideas de su entorno artístico, que, además, ella empezó a inscribir en sus narraciones.

La invasión nazi de Francia disgregó al grupo surrealista; Max Ernst fue encarcelado preventivamente debido a su condición de ciudadano alemán y Leonora Carrington consiguió entrar en España y pasar a Lisboa, que era entonces un gran campo de refugiados europeos esperando a embarcar hacia América, "una ciudad lle-na de glamour, intrigas, espionajes y do-bles agentes". Allí se casó con el poeta Renato Leduc, ciudadano mexicano, para po- der entrar libremente en Estados Unidos y en México. Mientras tanto, Ernst también había escapado de Francia y llegado a Lisboa ayudado por la mecenas Peggy Guggenheim, con quien se casó y se trasladó a Estados Unidos.

Instalada en Nueva York, en 1941, Carrington recuperó su relación con los surrealistas que habían llegado desde Europa, inmortalizados en una fotografía de Berenice Abbott, en casa de Peggy Guggenheim. A pesar de encontrarse de nuevo con Ernst, Leonora no quiso continuar con él, puesto que consideraba que la fama y el éxito de él la eclipsaba a ella como artista y la convertía en emocionalmente dependiente.

En 1942 Leonora se traslada a México DF con Leduc, aún su marido, y se encuentra con un mundo fascinante que alimenta su experiencia surrealista y nutre su propio arte. Un país "de colores deslumbrantes", gentes sociables, mágicas y misteriosas, y una ciudad con "capas de historia". Allí se instala definitivamente y encuentra la frágil estabilidad que necesitaba para alcanzar la madurez de su obra como artista. Con su segundo marido, otro exiliado europeo, el fotógrafo Chiki Weisz, tiene dos hijos, que despiertan en ella una pasión inesperada y duradera que la mantendrá afectivamente ágil hasta su muerte.

En Remedios Varo, pintora exiliada es-pañola, encuentra la sororidad y la com- plicidad que siempre había buscado, y en Pierre Matisse, hijo de Henri, galerista en Nueva York, el apoyo económico necesa- rio para vivir al día. Aún hay otro amigo fiel, Edward James, de familia anglo-america-na, mecenas de artistas como René Magritte o Salvador Dalí. James comprende a Leonora como persona y la admira como artista, y sirve de puente para que ella y su madre se visiten mutuamente en Inglaterra y en México.

Carrington nunca buscó la fama, pintaba y escribía por el puro placer de dar rienda suelta a su creatividad, y vendía sus obras para sobrevivir y sacar adelante a sus hijos. Joanna Moorhead recoge en su libro unas líneas de Leonora a Pierre Matisse: "Quiero comprarme una lavadora, así que intenta venderme algún cuadro más si puedes". Aunque había participado en varias exposiciones colectivas, su primera muestra individual fue en la galería de Pierre Matisse en 1948, a la que no pudo asistir porque no tenía con quien dejar a sus dos hijos aún pequeños.

Los cuadros de Leonora Carrington van fundiendo paulatinamente sus experiencias vitales: los caballos de su infancia se perfeccionan, los iconos del catolicismo irlandés vivido con sus abuelos maternos se incorporan mezclados con la práctica artística del surrealismo y la influencia de las teorías de Carl Jung, todo ello unido al conocimiento que adquiere del arte azteca actualizado en los artistas de su entorno, Kahlo, Rivera, Orozco y Siqueiros. Así se van configurando las obras de Carrington, que invitan tanto al mero disfrute visual como al análisis más profundo de sus múltiples y posibles significados.

Leonora Carrington fue públicamente reconocida en las últimas décadas de su vida. Su familiar cercana, Joanna Moorhead, publica en 2017 la biografía que hoy se reseña, producto tanto de la investigación como de las charlas que mantuvo con la artista en los últimos años de su vida. Y la novelista mexicana Elena Poniatowska, que la trató con asiduidad, recibió el Premio Biblioteca Breve 2011 por su biografía novelada Leonora. También en 2017 ha visto la luz Memorias de abajo, en la que Carrington plasma la terrible experiencia vivida en un manicomio de Santander en 1940, a donde fue conducida por orden de su padre para ser tratada de su "locura". En La trompeta acústica, La casa del miedo, El séptimo caballo, entre otras narraciones, de Leonora Carrington pinta con palabras los sentimientos y los impulsos que recorren sus cuadros.

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