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Violencia en casa

Edurne Portela plantea sobre fondo vasco la universal oscuridad de la barbarie

Violencia en casa

Supongo que con la idea de alcanzar el mismo éxito y la misma repercusión que Patria de Fernando Aramburu nada es de extrañar que vayan saliendo o anunciándose unas cuantas novelas que reclamen como tema motriz algo tan vago como "la violencia en el País Vasco". ¿Tan vago? Lo es en cuanto que un lector puede pensar que se trata de la violencia de ETA, mientras que el de al lado creerá que se refiere a los GAL, y el de más allá a ambos. Los editores de Edurne Portela (Santurce, 1974) han acudido a ese reclamo de unir "violencia" con "País Vasco" máxime cuando ya de la autora conocíamos El eco de los disparos, un ensayo que hablaba del reflejo que el terrorismo encontró en las artes. Desarrollada la carrera profesoral de Portela en los EE UU (como la de Aramburu en Alemania), ha decidido el año pasado volver a España (no como Aramburu) y dedicarse solo a una escritura cuyo primer fruto es esta novela. Pero debemos olvidarnos de que se trate de violencia de ETA, GAL o ambos: es ficción sobre la violencia, sobre los hechos violentos, sobre el acto violento. Con los grupos terroristas al fondo, pero no como protagonistas. A través del relato que Amaia Gorostiaga nos va ofreciendo desde 1979 hasta su regreso en el 2009, asistimos estremecidos a la violencia de casa, de puertas adentro, a las historias de su hermano yonqui, del hermano filoetarra, del hermano estudioso, de la madre alcoholizada, del padre abominable y ausente (y mejor que ausente esté) con interludios que se desarrollan fuera de Euskadi y una colección de subpersonajes siniestros y violentos (pleonasmo, creo). Una crónica de la violencia familiar en la fabril y febril margen izquierda del Nervión en esos años de desbarajuste social. Aunque la barbarie violenta (ahora sí: pleonasmo) aquí relatada no obedece a que ETA y demás anden a lo suyo: obedece a que la barbarie violenta es la parte monstruosa y oscura de tantos humanos, sean vascos, sorianos o andaluces. Valga, pues, como reclamo editorial la unión de "violencia" y "País Vasco", pero valdría, si estuviese de moda, cambiar "País Vasco" por la autonomía o región que ustedes quieran.

La novela se deja leer. Porque comienza con aire de thriller: "Lo encontraron muerto en una suite del hotel más lujoso de Bilbao? Había botellas vacías de vino, champán y coñac repartidas por la habitación? No dejó ninguna nota." (Me rechina ese "repartidas". ¿Mejor "esparcidas"?). También porque es casi toda ella dialogada. Pero no es un un thriller y algún lector picajoso (yo mismo, ustedes perdonen) agradecerá que sea casi todo charla entre los personajes, pues cuando Amaia narra no suma mucho: "Dicen que el primer pico de heroína es la sensación más flipante que ninguna droga te puede dar. Supongo que será incomparable a la mierda del speed. Los tripis están bien, pero con el último viaje se me quitaron las ganas de más". O contradice su inocencia infantil: "Ama sale también al pasillo. Aita la coge de los pelos y la tira contra la pared. Aitor va corriendo hacia él y aita le da un puñetazo", leemos con horror. Es una niña quien lo cuenta, de ahí acaso su estilo enunciativo; pero el párrafo se remata con un "oigo sus pasos alejarse en el pasillo" que ningún niño (realista, como pretende ser la forma autorial elegida) diría. Como ?creo yo, picajoso? que chirrían expresiones como "a lo lejos se ve el mar encabritado". Si se escoge el realismo duro, la mar nunca levanta su parte delantera súbitamente hacia arriba, que eso es "encabritar". Manías mías, acabo.

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