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La escultura habitada por la música

En la obra del artista existe una parcela casi inédita, que es la metaforización de los instrumentos musicales

'Laberintia de la Música I' (1995). LA PROVINCIA / DLP

Desde las civilizaciones prehelénicas, hay noticia de la íntima relación de escultura y música. Espacial, visual y matérica la primera; temporal, auditiva e inmaterial la segunda, estas polaridades se abren con frecuencia a la unidad o la fusión en el devenir del arte. No es solamente por representación de los símbolos de cada una -instrumentos musicales en la escultura, volumen y color sonoros en la música- cómo cristaliza la avenencia, sino también por recíproca idealización de la fisicidad o la espiritualidad de los lenguajes respectivos en un territorio común de especulación filosófica o en la experimentación previa a la elección de la forma.

En la obra de Martín Chirino hay una parcela casi inédita, que es la metaforización de los instrumentos musicales. La música es fundamental en su trabajo, un ser vivo que habita la soledad de los enclaves y momentos de concepción, maduración y ejecución, desde el primer boceto hasta que enfría el metal modelado en la forja. Esos instrumentos no son realistas ni abstractos, figurativos ni conceptuales, sino directamente poéticos. Nacen de la música y le devuelven una quintaesenciada representación tangible sin pasar por filtros de estilo ni preconceptos estéticos. Violas, violoncellos y guitarras producen en la imagina- ción del artista sensaciones de clara filiación en el conjunto de su obra, pero a la vez diferentes, querenciosas de una mirada que las haga "sonar" en su naturaleza de criaturas líricas, fechadas entre 1995 y 2017.

La presencia de la música en los instrumentos es innumerable en la evolución histórica de la pintura y la escultura. En la mayoría de los casos, el carácter simbólico de esas representaciones no modifica el detallado realismo de sus formas, contradiciendo incluso las maneras de pintar o de esculpir. La fidelidad al modelo es incuestionable en ejemplos como los ángeles músicos de Guido Reni, pero chocante en la perfilada y exacta plasmación de los que tañen los ángeles de El Greco en los "paraísos" de algunas de sus grandes alegorías, concebidas en pinceladas casi expresionistas. Y nada digamos de las aglomeradas formaciones angélicas en los mármoles sagrados de la escultura renacentista, barroca o romántica. Tal parece como si el artista no sintiese como propios aquellos instrumentos y necesitara alojar en la figuración exacta una apariencia de familiaridad.

Chirino ha concebido y trabajado estas esculturas, casi todas de pequeño formato, con la libertad del que está en su secreto como vehículos materiales de la insondable espiritualidad de la música. El oído conduce las emociones a la psique del artista, que regresan a su mirada y sus manos como resultado de una vivencia conmovida, solido y aéreo a la vez, anclado en una base que tan solo proyecta vuelo, libertad, espacio, movimiento. Esta pequeña colección de una docena de piezas revela impulsos incontenibles en medio del trabajo planeado para el crecimiento de una producción magistral, que no sabría demorar la materialización de su inteligencia y fantasía. Dicho de otra manera, son pequeños lapsos de felicidad detraídos del rigor creativo de la gran forma, tantas veces dramático por presión de lo incontrolable.

Escultura y música: uno y lo mismo en fusiones de naturaleza dispar. Las "esculturas musicales" de Duchamp, secundadas por Cage, Varese, Fluxus, Zaj y otros, ocupan un espacio conceptual en el siglo XX y generan su contrario, que es el intento de solidificar de modo realista el compromiso de la música con la escultura. Ambas tendencias testimonian ideas distintas pero coincidentes en la intuición y el impulso de Chirino. Hay una fusión silenciosa y otra sonora, como la del monumento a Sibelius en las afueras de Helsinki: 600 tubos de acero de varios tamaños, con un peso de 24 toneladas , en el que su autora Eila Hiltunen consigue el sonido de un órgano cuando sopla el viento. O la también organística "escala eólica" de Luke Jarram con los 310 tubos de su escultura en el Canary Warf de Londres.

Las esculturas musicales de Chirino son silenciosas, pero resuenan pode-rosamente en la intimidad del que las mira. Las series Homenaje a la Música y Laberintia de la Música, con piezas dedicadas a grandes violonchelistas, como Pau Casals y Mstislav Rostropovich, tributan gratitud al arte musical y a los músicos que han acompañado al escultor en más de medio siglo de creación genial.

A pocos días de sus 93 años, sería una fiesta gozar del inédito conjunto de Martín Chirino en una exposición sin retórica, luminosa e inspiradora.

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