La Provincia - Diario de Las Palmas

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Mi Galdós

Constituye el resultado del "ultramarino" supradotado que, en la cima del mundo "ajeno", explica y alumbra

1) La primera idea que tuve de Galdós fue la de que fue un señor muy importante de nuestra isla, que siempre vivió en Madrid, y que había sido un gran escritor. Pero se hablaba de él bajito. Y, mirando los libros de texto, había otros escritores de esa época que parecían más importantes. Recuerdo haber leído Trafalgar en un librito que me regaló mi tío Manolo y que, en principio, no me pareció gran cosa. Me gustaban más las novelas que guardaba mi tía Pepa. Ya en bachillerato, Galdós me costó mi primer suspenso (creo que también el único) ¡en literatura!, porque mi profesora de quinto de bachillerato, una monjita navarra muy alta, no me perdonó nunca que levantara la mano para protestar tímidamente cuando puso de un verde subido a aquel paisano nuestro, anticlerical abyecto que hasta estaba en el índice de libros prohibidos. La verdad es que ese índice sonaba fatal. No levanté cabeza en mucho tiempo.

2) Cuando entré en la Universidad, fue mi primera obsesión leer, completas, las obras de Cervantes y de Galdós. Empecé por Cervantes. Y de ambos autores iba sacando, uno a uno, los libros de la biblioteca de mi Universidad lagunera: el Quijote en una edición preciosa de piel marrón que lo publicaba capítulo a capítulo con muchas notas, y a Galdós en los libros rojos de papel biblia, sin notas. Ya había aprendido a leer con un lápiz en la mano. Al finalizar la carrera con mi herida antigua cicatrizada casi no me acordaba de Galdós, seducida como estaba por las genialidades de los rompedores vanguardistas o por los existencialistas franceses y los filosofismos literarios.

3) Y en esto apareció en mi vida Alfonso Armas, el gran Alfonso Armas, que fue introduciéndome como quien no quiere la cosa en la Casa Museo pequeñita y llena de tesoros, y en los prolegómenos de los primeros Congresos Internacionales que llenaban la ciudad de galdosianos importantes, muchos de ellos extranjeros y pintorescos; como la americana del sombrerito de paja con margaritas. En el primero de esos Congresos, Alfonso me nombró secretaria de mesa de una de las sesiones de trabajo. Estaba como un flan; y me consideraba tan importante como aquellos profesores. Pero seguían seduciéndome otros escritores, y me había lanzado a leer todo lo publicado en nuestra tierra (añadí entonces a la lista de mis amores literarios a Alonso Quesada). Cuando llegó el momento de mi tesis doctoral, a la sombra grande de Alfonso Armas se había unido la enorme de Francisco Ynduráin, la pertinaz de Sebastián de la Nuez y la iluminadora de Manuel Alvar. Me rendí a ellos y a Galdós. Nunca di un paso mejor en mi vida. En adelante, para llegar a Galdós no me bastó tener un lápiz en la mano porque las variantes de los textos del escritor que está gestando su obra me obligaban casi a inventarme un destornillador mental.

4) En adelante, mi profesión dispersó mis investigaciones; pero siempre Galdós estaba por mi mesa de noche o en un rincón de mi mesa de trabajo. Y cada vez que podía, volvía a él. Hoy, felizmente jubilada, entre libro y libro siempre está Galdós. Confieso que tengo debilidad por los Episodios Nacionales y que prefiero compartir la voz del narrador omnisciente, por eso las obras escritas en diálogo me atraen menos. Es el narrador omnisciente el que me regala en cada página de su obra una ocasión para la sonrisa o para la reflexión. Siempre será una sonrisa o una reflexión cómplice porque, profundamente canarios los dos, comparto y comprendo el sentido vital de Galdós, que tiene mucho que ver con el sentido del humor, es decir, con el modo de enfrentarnos a la vida: dudar de casi todo, no esperar casi nada, "verlas venir" con distancia y sorna, darle la vuelta a las cosas con ironía, aunque duela. En ello, demostró Galdos innumerables agudezas geniales que nos asaltan en cada página. (¿Le descubrió algo León y Castillo a su amigo Benito cuando le aconsejó en carta la actitud del "mauro canario": "Pasos de buey, ojos de lobo, y hacerse el bobo?"

5) Galdós fue una personalidad excepcional, como otras con las pudo contar nuestra isla en la segunda mitad del siglo XIX: Millares Torres o López Botas, los mejores ejemplos. Sólo que Galdós tuvo la suerte de nacer cuando ellos ya habían empezado a arreglar las cosas. Aprendió con ellos. Se empapó del espíritu esforzado, entusiasta y altruista de aquellos maestros. Y la vida le dio la ocasión de romper fronteras para poder llevar la impronta de su genialidad natural a España y al mundo. Galdós es el resultado genial del "ultramarino" (él se llamaba así) supradotado que, colocado su punto de observación en la cima de un mundo "ajeno", comprende, explica y alumbra. Su obra no concluye nunca.

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