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HISTORIA

Guerra limpia en Waterloo

El bicentenario de la batalla que acabó con Napoleón se celebró con una gran recreación "por amor a la historia", afirman los españoles que participaron en ella

Guerra limpia en Waterloo

En un lugar del campamento aliado, momentos antes de partir en formación hacia el campo de batalla, Carlos Salvador, casaca roja con divisa azul oscuro en el cuello y la bocamanga, falda escocesa a cuadros oscuros característica de su regimiento, calcetines de rombos rojiblancos y gorro de plumas, empuña un mosquete de pedernal mientras contempla, al fondo, a un grupo de ocho soldados británicos sentados alrededor de una mesa. Están preparando cartuchos. Hay gaita y tambor, pero son escoceses. A un grupo de niños les están contando una historia, la comida se calienta con unos trébedes en el suelo y en todas direcciones se extiende un enjambre de tiendas de campaña puntiagudas blancas. Unas cámaras de televisión van a romper un poco el encanto en Waterloo, poco antes de que el cuadragésimo segundo regimiento ligero de escoceses highlanders, los "black watch" o vigilantes negros, parta hacia el combate, simulado, contra las tropas napoleónicas. Aunque no lo parezca, esto es el siglo XXI y Carlos Salvador preside la Asociación Napoleónica Española (ANE) y días pasados participó en la fidelísima recreación de la gran batalla que hizo rendirse a Napoleón al cumplirse justo ahora su bicentenario.

En Waterloo, a treinta kilómetros de Bruselas, donde el emperador capituló en 1815 ante las fuerzas aliadas de Wellington, veinte españoles repartidos desigualmente entre el bando napoleónico y el aliado formaron parte de la tropa de 6.000 actores vocacionales que llevaron la representación a su escenario real. Con su caballería y su infantería, su artillería y sus uniformes reales, sus armas y sus proyectiles de verdad. Con sus noches de acuartelamiento en el suelo de las tiendas de campaña y sus comidas preparadas en el único fuego real del campamento. Nada tienen unos contra los otros, "no hay enemigos ni existe esa conciencia de ganar y perder", precisa Salvador. Lo hacen "por amor a la historia, para ayudar a difundirla" con esta muy particular estrategia. "Casi todos nos podemos poner la etiqueta de europeístas", apostilla. Salvador y unos cuantos soldados más, entre ellos su hija Ana, alineados con los highlanders escoceses; Pedro Suárez y José Luis Costa solos y plenamente conscientes de su derrota en el bando francés, todos en realidad en la misma trinchera de la promoción del conocimiento de la historia.

El espectáculo de un campo de batalla con gradas a los lados, de una guerra incruenta que cobra las entradas por sentarse a verla, merece mucho la pena a los ojos de Suárez, que interviene en recreaciones históricas desde 2006 y que este fin de semana pasó dieciséis horas de furgoneta para estar por segunda vez armado y acuartelado en una representación de Waterloo, vestidos él y costa de "tropa española con uniforme francés". Durmiendo y comiendo en el suelo, caminando varios kilómetros en formación hasta el campo de batalla, asombrado al ver el resultado a pesar de haber participado ya en el de 2010. "Lo tienen mucho mejor preparado ahora", confirma. "Es espectacular".

Todo sucede más o menos como entonces, o más bien a escala porque hace dos siglos había 200.000 soldados donde ahora hay 6.000 actores y se representa en dos días lo que la historia dice que ocurrió en cuatro, pero el enorme despliegue hace más que evidente el esfuerzo de fidelidad. Por ejemplo el avance de las tropas a través de un trigal verde, atravesando el "océano de trigo ondulante" que separaba a los dos grandes ejércitos antes de la contienda que decidió el final de Napoleón.

"Todos procuramos que sea muy real", confirmará Carlos Salvador, "haciendo la vida de campaña lo más parecida a como se hacía entonces", esforzándose por conocer la historia para poder reproducirla con fidelidad. Se trata de que todo tenga en la medida de lo posible un significado, incluso la elección de bando.

El presidente de la ANE está con los highlanders escoceses, por ejemplo, desde que él y otros miembros de ARHCA se compraron los trajes para rendir tributo a su modo a un regimiento ligero que antes que en Waterloo había combatido en España contra la invasión francesa. Los "black watch", originalmente una "policía de fronteras" entre Escocia e Inglaterra, se unieron a las tropas españolas contra Napoleón y "quisimos homenajearlos".

También es verdad, eso sí, que el campamento llegó a estar lleno de latas de conserva o de paquetes de arroz y que la iniciativa dio lugar a estampas en cierto modo anacrónicas. La apertura al público del recinto permitió repartir móviles y cámaras de vídeo entre la caballería prusiana, sorprendió a algún oficial británico ante un puesto de gofres y hasta a Napoleón trató de llevarle el coche la grúa. El emperador de los franceses, o el actor que le da vida, el abogado francés Frank Sampson, se sorprendió a pocas horas de la carga final de Waterloo, vestido con su uniforme imperial y discutiendo con la policía belga, ataviada con su propia uniformidad contemporánea, sobre el lugar en el que "El pequeño cabo" había aparcado su coche.

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