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historia

Pólvora y literatura

La batalla de Waterloo es un histórico combate que sobresale, además de por su trascendencia bélica, por la amplia producción literaria que lleva asociada

Pólvora y literatura

Waterloo fue, con sus cargas de caballería y el estruendo de los cañones, la última batalla antigua y la primera de la literatura moderna. Después de ella se abre un largo período de paz en Europa interrumpido por la guerra de Crimea, en la que ya funcionaban las máquinas de vapor y la fotografía. Cada guerra del siglo XIX tuvo sus poetas y sus narradores: la de Crimea a Tolstoi y a Tennyson, la de Secesión en Norteamérica a Bierce y a Crane. Pero ninguna tuvo tantos como Waterloo: lord Byron, Victor Hugo, Thackeray, Erckmann y Chatrician, y, sobre todo, Stendhal. Tan solo es equiparable, en el aspecto literario, a la de Azincourt, librada cuatrocientos años antes, el 25 de octubre de 1415, y sobre la que Shakespeare escribió algunas de las páginas más épicas de la literatura inglesa en Enrique V. Ambas batallas tienen algunos rasgos en común: las ganan ingleses en suelo continental y la noche previa llovió, lo que fue factor que determinó sus desarrollos: la esplendorosa caballería francesa no pudo maniobrar en el suelo embarrado de Azincourt y Napoleón tuvo que esperar que secara el terreno para situar su artillería en Waterloo.

Napoleón había abandonado su destierro en la isla de Elba y vuelve a tomar el poder durante aquellos prodigiosos cien días que estuvieron a punto de cambiar el rumbo de la Historia. Sus mariscales traidores, como Ney, enviado para interceptarle, se une a un ejército menguado e improvisado que se dirigía hacia París. Conquista Lyon; Luis XVIII, siguiendo una táctica habitual de los Borbones huye, Napoleón se instala en las Tullerías y prepara un gran ejército para enfrentarse a toda Europa unida contra él. Se coaligan los ejércitos austriaco, ruso, el prusiano al mando de Blücher y el inglés a las órdenes de Wellington, que figura como el vencedor de la batalla. Napoleón, a su vez, actúa con rapidez. Entra en Bélgica y el 16 de junio de 1815 hace retroceder al ejército prusiano en Ligny. La gran batalla tendría lugar en Waterloo el 18 de junio. Se inicia tarde a causa de la lluvia de la noche anterior y dura hasta el atardecer. Durante todo el día, el resultado es indeciso, y el propio Napoleón, en Santa Elena, no se explica cómo pudo haber perdido aquella batalla. Durante todo el día los dos generales esperaron refuerzos: Napoleón los de Grouchy, que no llegó a tiempo, y Wellington los de Blücher, que llegó en el momento decisivo, ya casi al final de la jornada. Con la desbandada del ejército francés, Napoleón regresa a París en un carruaje. Todo perdido, se entrega a la caballerosidad de los ingleses, que le confinan en una isla mucho más lejana que Elba, Santa Elena, una gran roca (qué afición la de los ingleses a las rocas) en los límites del Atlántico.

Fabrizio del Dongo asiste a Waterloo en los capítulos III y IV de La Cartuja de Parma. Tolstoi, que fue oficial en el sitio de Sebastopol y escribió Guerra y paz, reconocía que lo que sabía sobre la guerra lo había aprendido en esos capítulos de Stendhal.

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