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Los inconvenientes de vivir en el paraíso

Las piscinas naturales de la Maceta se acercan a la idea del paraíso. GELMER FINOL

A Lorena Gutiérrez le encanta vivir en El Hierro. Le gusta tanto que ya no sabría vivir en otro lugar del mundo. Tal vez, sin saberlo, sufre el mismo mal que ataca a los marinos, a esos pescadores de altura que después de pasar meses y meses en el mar llegan a tener la certidumbre que ya no nunca jamás podrán estar bien en tierra firme. Y cuando se pasan muchos días lejos del barco lo extrañan, sienten que el piso se mueve debajo de sus pies, sufren mareos y delirios estrambóticos. Sólo con la vuelta al mar, al vaivén del barco, recobran la entereza, el equilibrio que precisan para ser nuevamente ellos mismos. Entonces respiran y recobran la normalidad.

Vivir en El Hierro debe ser algo así. Al principio esa sensación de pertenencia no se nota, quizás el visitante sólo se da cuenta que el tiempo en esta isla va de otra manera, con otro ritmo, como si las horas se alargaran como una cuerda y se pudiera hacer muchas más cosas de las previstas. Después está la gente, los herreños, con su forma delicada de tratar a todos. Confiados dejan aún las llaves en la puerta. Si se rompe el coche y te deja tirado en medio del Pinar siempre puedes llamar al dueño de los apartamentos en los que pasas unos días y va en tu busca. La gente se conoce tanto que al saludarse no sólo se dicen hola, o qué tal, sino que preguntan por la familia, por los hijos que se fueron a trabajar fuera. La tranquilidad y el silencio llegan a tal extremo que a veces da la impresión de que toman forma y se acomodan, como uno más, al lado de la ventana abierta por la que entra la brisa del mar.

Si el barco no entra

El paraíso tiene estos detalles, pero también otros que gustan menos. Como por ejemplo cuando el barco no puede atracar en puerto, entonces durante varios días los herreños se pueden quedar sin leche, carne, productos para bebés. "Esto sucede con frecuencia, además cuando vas a comprar lo que hay, todo está mucho más caro que en Tenerife", advierte el escritor y habitual de la isla Víctor Álamo de la Rosa. Orgulloso de El Hierro, de su singularidad, del paisaje, del silencio también reclama que se tengan en cuenta las necesidades cotidianas de los inquilinos de la isla, "creo que ya es hora de pensar más en la gente y en su desarrollo. Hay que combinar naturaleza y bienestar. No que una tenga más derechos que la otra". Víctor Álamo dice, por ejemplo, que lo que no es normal es que "en El Hierro no exista un hotel de cuatro o cinco estrellas que sirva de reclamo para un turismo de calidad, pero que demanda una serie de servicios que ahora la isla no ofrece". También quiere dejar claro que los herreños no aspiran a que les llegue un turismo excesivo, "la isla no podría con eso, ni sería bueno, pero sí algo más de lo que tiene".

Las erupciones volcánicas submarinas que ha sufrido El Hierro junto a la crisis económica han mermado considerablemente la llegada de visitantes. También hay que mencionar las dificultades que ofrecen los medios de transporte con las llamadas islas menores. Los billetes resultan muy caros, sobre todo para aquellos peninsulares o extranjeros que se animen a llegar hasta aquí, también para los residentes. Además el aeropuerto cierra a las siete de la tarde, lo que obliga en ocasiones a tener que hacer noche en Tenerife para poder coger un avión al día siguiente.

Esto ha provocado, casi como en el libro de Álamo de la Rosa El año de la seca, que se haya producido una desbandada general de la población en busca de mejores condiciones laborales. Lo trágico para los herreños es que en el libro se cuenta una realidad que ocurrió en 1948, un año entero en el que no llovió una gota y la gente tuvo que emigrar, y ahora, casi 70 años después, se repite la misma historia.

Cuando se habla de doble y triple insularidad parece que se está hablando de una extraña entelequia. Los habitantes de El Hierro, la Gomera y La Graciosa, entre otros, podrían definirlo sin demasiado esfuerzo.

A pesar de los inconvenientes que rodean a estos paraísos, en El Hierro también se confía que esta buena nueva que recorre el mundo, sobre la existencia de una isla que aspira a ser 100% renovable, pueda atraer hasta sus costas a un número suficiente de visitantes que la vuelvan a colocar económicamente donde merece estar.

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