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La expresión de las emociones

La expresión de las emociones

Los intereses de Charles Darwin abarcaban todo lo que tenía que ver con la naturaleza. Inquieto, meticuloso y ordenado acumuló conocimientos extensos sobre temas variados. Baste recordar que entre sus observaciones, dedicó años a examinar cómo las lombrices conforman el paisaje. También nos dejó su trabajo sobre la universalidad de la expresión de las emociones. Pudo reunir una colección de manifestaciones de la expresión facial recogidas en todo el mundo, lo que le permitió elaborar una teoría que aún hoy es tenida por cierta en muchos ámbitos. Bien mirada, nos dice, la cara no engaña, uno no puede ocultar esa tormenta interior que es la emoción porque de manera inconsciente los músculos de la cara componen una expresión delatora. Tampoco, a no ser que logre experimentarla interiormente, puede simularla mediante la contracción de aquellos músculos que los hacen de forma natural en esos casos, pues no todos responden a nuestras órdenes: el actor tiene que vivir la emoción.

La última película de Pixar, Inside out, de cómo cinco emociones personificadas en personajes, alegría, tristeza, enfado, miedo y repulsión, influyen en la mente de una niña de 11 años. Para llevar a cabo el proyecto, su director, Docter, pidió ayuda al grupo del Dr. Ekman experto en este campo. En su laboratorio se estudia la expresión no verbal a un nivel de detalle mucho más minucioso que lo hizo Darwin, la microexpresión facial de las emociones. Junto con otros desarrolló una herramienta para medir objetivamente los movimientos faciales: el sistema de codificación de la acción facial. Basado en ello una empresa, Emotient, ha desarrollado un software para leer la expresión facial con el propósito de conocer sin error lo que sentimos. Los sistemas de seguridad de los aeropuertos estudian incorporarlos para descubrir a los potenciales terroristas.

Fue el psicólogo William James el primero que propuso la teoría de las emociones como estados corporales. Se trataría de una acción conjunta del sistema endocrino y del nervioso vegetativo que prepara el cuerpo para reaccionar ante un estímulo importante. La cuestión es saber si se puede discernir, por el tipo de activación, si se trata de miedo, alegría, tristeza, enfado o asco y si son estos fluidos y mediadores sinápticos los que informan al cerebro para que le ponga esa etiqueta o si lo que ocurre es que a la vez que el estímulo excita esos sistemas la mente lo reconoce y lo lleva a la conciencia.

Darwin, como tantos otros, exploró la expresión facial y corporal de los animales ante estímulos emocionales comprobando que era universal para la especie. Por tanto, y confirmando la teoría de William, la emoción es previa a la conciencia de ella, aun más, no hace falta que exista pues es una respuesta de supervivencia que se produce en el ámbito del cerebro reptil, el que actúa sin que lo sepamos regulando las funciones corporales básicas. En eso se basa el Dr. Ekman para desarrollar sistemas de detección de emociones mediante el análisis de las microexpresiones faciales.

Aunque tengo debilidad por Darwin y James, así como por Damasio que tanto nos enseña sobre el papel de las emociones en la toma de decisiones, hay cosas que no me encajan, especialmente esa correspondencia entre expresión facial y emoción. Encuentro que la forma en la que cada uno vive la emoción es diferente, así como puede ser diferente la expresión de ello en diferentes circunstancias. Mi forma de manifestar el miedo o la alegría no es igual siempre. Porque las emociones no son entidades específicas localizadas en nuestro cerebro que producen la contracción o relajación de ciertos músculos faciales y otros cambios corporales, fruto de un conjunto de señales eléctricas cerebrales que alguna vez se detectarán.

Para comprobarlo, Lisa Fieldman recogió todos los estudios publicados de actividad cerebral asociados a miedo, enfado, felicidad, tristeza y asco. Dividió el cerebro en pequeños cubos y observó si la localización de las emociones coincidía entre estudios. No ocurre. Por ejemplo, la teoría de que en la amígdala cerebral reside el miedo se comprueba sólo en el 25% de los experimentos examinados. La amígdala es importante para las emociones, pero ni es necesaria ni suficiente. Participa en muchas operaciones mentales a la vez que otras áreas cerebrales puede hacer lo mismo que la amígdala. Es más correcto pensar en redes cerebrales multifuncionales que pueden construir estados mentales diferentes, como miedo o enfado. Tampoco hay señales corporales que denoten con certeza una emoción. Ya se sabe que ante una amenaza se puede luchar, huir o quedarse paralizado. Tampoco la expresión facial es estereotípica como demuestra la variedad de activaciones musculares detectadas por electromiografía ante una misma emoción.

Darwin nos enseñó que una especie es un conjunto de individuos cada uno con particularidades que lo hacen más o menos apto para sobrevivir y reproducirse. Se podría decir, de acuerdo con Fieldman, que una emoción, enfado, es una población de estados biológicos que varían dependiendo del contexto. Yo no me enfado de la misma forma siempre y nunca como lo hacen algunos que quizá tampoco se enfaden como yo. Por eso pienso que es una vana pretensión tratar de descifrar, de penetrar en la intimidad más oscura del individuo, mediante el examen informático de la expresión corporal. Temo esa clasificación que se avecina en los aeropuertos y que amenaza con invadir la vida cotidiana, ese ojo taladrador que llegará más allá de lo que nosotros mismos vemos dentro.

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