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La gran fiesta de Amelia

Amelia sólo quería organizar una gran fiesta. Celebrar con su familia y sus mejores amigos una gran noticia: que era feliz. Por eso después de hablarlo con su chico, con el que llevaba viviendo unos tres años decidieron que era el momento de dar ese paso. Amelia no pensaba en una boda de princesa. En realidad tanto dulce de almidón y corona no va con su forma de ser. Entonces decidió buscar un lugar adecuado, una casa grande, de esas casonas típicas de Canarias con muchas habitaciones y un patio central, rodeado de flores, que sirviera para instalar el escenario, el lugar en el que sus amigos podrían disfrutar de la noche hasta el amanecer. Y además, un grupo de músicos, conocidos de su marido, podrían encargarse de animar el festejo.

Como en toda boda que se precie, uno de los primeros escollos fue el de encontrar el traje perfecto. Un vestido sin excesos, sin velo, sólo era preciso que le sentara como un guante y ya. Después de varios intentos consiguió lo que buscaba gracias a la delicadeza de un diseñador canario. Lo demás fue una ruta divertida por menús diversos y lo más importante: el postre. Amelia tampoco quería una tarta nupcial, sólo unos dulces, que agradaran a la mayoría. Al final, con todas las piezas del puzle engarzadas se celebró su boda. Fue tan divertida, "que aún hoy me dicen que bien me lo pasé en tu fiesta". Amelia, poco dada a las historias edulcoradas y con exceso de mermelada, reconoce que logró lo que buscaba, compartir con sus amigos su felicidad.

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