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De friegaplatos a editor en París

Antonio Pérez 'oculto' en su despacho. LP/DLP

Un antiguo y señorial convento de Carmelitas, en la parte alta de Cuenca, fue el lugar elegido para instalar en 1997 la Fundación Antonio Pérez. Unas modernas instalaciones adaptadas a la singularidad de un enclave histórico. En medio de la parte noble de la ciudad encantada, rodeada de viejas construcciones y la presencia del río Júcar y más allá, el río Cuervo, este museo acoge una obra diversa y exquisita de autores tan conocidos como Chillida, Guerrero, Millares, Palazuelo, Saura, Tápies? Además de la propia creación de Antonio Pérez, una presencia considerable de objetos singulares que amplían la oferta de la Fundación, desde botellas de Coca-Cola a figuras orondas del muñeco de Michelin, uno de sus objetos fetiche. Cualquier cosa puede llegar a ser una obra de arte. Todo depende de cómo se mire. La visita a este enclave resulta amena y sorprendente. Pero mucho más cuando se tiene la ocasión de hablar con su promotor. De esos años locos y maravillosos que vivió en la Francia de los años 50 y 60. Sus cenas en casa de nuevos conocidos como aquella en la que apareció un joven Vargas Llosa, casado entonces con su tía Julia, pero que de forma sorprendente acudió en compañía de su prima Patricia. A lo largo de los años, la relación con Vargas Llosa se ha enfriado y en un último encuentro el escritor peruano pareció no acordarse mucho de aquel Antonio Pérez, el que le entregó a Barral su manuscrito sobre La Ciudad y los Perros.

También tuvo la suerte de conocer a García Márquez, ya un reconocido escritor que daba muestras de su gran sentido del humor. "Siempre fue muy fantasioso, extrovertido. Me acuerdo que cuando tropezó en la calle con Hemingway se puso de rodillas y con los brazos abiertos le dijo: ¡maestro, maestro¡". A diferencia de otros genios, a los que la fama estropeó el carácter. Gabo se mantuvo fiel a su forma de ser, poco dado a los halagos y a mostrar un exceso de prepotencia, Antonio cuenta que en una ocasión viajó a Berlín a recibir un premio y "naturalmente invitaron al escritor colombiano a una comida en un famoso restaurante, el chef, todos los jefes salieron a despedirlo, y al parecer lo que le pusieron de comer no les gustó. Entonces García Márquez cuando sale los saluda con la mano y les dice 'olvídense', en un intento de remedo del Aufwiedersehen, el adiós en alemán. Antonio Pérez no sólo recibió ayuda y buenas cenas por parte de muchos intelectuales españoles y latinos. También ofreció su amistad y prestó su apoyo durante su estancia en Francia a escritores como Juan Marsé, al que le buscó un trabajo como cuidador de cobayas en el instituto Pasteur. Y que acabó por convertirse en uno de sus mejores amigos. Otra de las curiosidades que cuenta tiene que ver con el cantante Manu Chao. "Entonces, ya se sabe, no se llevaba muy bien con su padre, Ramón Chao, y yo le busqué una profesora de guitarra, el chico tenía muchas ganas de dedicarse a la música". Al producirse la muerte de Franco, Antonio Pérez decidió regresar a España. Llegaba amparado en su carrera como creador de la editorial Ruedo Ibérico y con la vieja idea de crear una Fundación en Cuenca, donde había conocido a dos de sus mejores amigos: Saura y Millares. Fiel a su sueño, el coleccionista de arte sigue tratando de rescatar aquellas obras que al mirarlas ya sabe que llegarán muy lejos.

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