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Egoísmo y altruismo, una tensión que modela el comportamiento

Las guerras de ahora provocan mucha más miseria, basta ver el vergonzoso espectáculo de miles de desplazados llamando a nuestras puertas

Egoísmo y altruismo, una tensión que modela el comportamiento

Hay una tensión entre egoísmo y altruismo y cooperación en el fondo de cada uno de nosotros que modela nuestro comportamiento. No hace falta probar nuestra tendencia egoísta: es ley de vida. Vivir es luchar para estar vivo y pasar cuantos más genes posibles a las próximas generaciones. Otra cosa es que la sociedad y otras circunstancias velen esa realidad. En la biología hay una tendencia a la cooperación. Las células que componen nuestro organismo cooperaran lo mismo que las bacterias que nos habitan. Cooperan porque todas se benefician, aunque para ello pierdan autonomía y quizás alguna oportunidad de tener una progenie más numerosa en el corto plazo. Pero a la larga, al asegurar supervivencia, obtienen ventajas. Otra cosa es el altruismo, el dar sin esperar nada a cambio, al menos inmediata o visiblemente. Es una tendencia que intriga. ¿ Por qué arriesgaron sus vidas los cuatro héroes del tren francés que desarmaron al terrorista? Sabemos, porque ellos mismos lo han dicho, que no evaluaron la situación ni calcularon el riesgo y los beneficios: nunca hubieran actuado de mediar una reflexión. Lo hicieron instintivamente. La pregunta, entonces, es qué gana, qué beneficio tiene el ser humano albergando ese impulso que puede ser fatal. La respuesta puede ser honor y fama. Fama de generoso, de compasivo, de valorar la vida de los otros. Nos preocupa nuestro prestigio, mucho. Creo que más que lo que nos preocupa la valoración que hacemos de nosotros mismos.

El reconocimiento por parte de los demás de nuestra valía y de nuestro estatus es muy importante. Produce una satisfacción interna, además de darnos oportunidades. Es lo que busca el macho al enfrentarse con el más poderoso de la manada: que le reconozcan y tanto ellas como ellos acaten sus órdenes. Pero no es ése el tipo de impulso que mueve a actos tan aparentemente peligrosos como el mencionado. Ahí se compra honor, la mercancía más valiosa para el intercambio con nuestros semejantes. Con el honor nos hacernos acreedores de la consideración de los demás, una consideración en este caso que ha de estar de acuerdo con la moral. Porque podemos conseguir el reconocimiento e incluso el respeto de los otros a la vez que se pisotean los valores de la sociedad, como ejemplarmente consiguieron los denominados barones ladrones, los grandes capitalistas de principios del siglo XX. Tenían el brillo del poder; además, fortalecieron ese reconocimiento con fundaciones altruistas.

¿Hemos evolucionado moralmente, somos mejores personas, más honestas, compasivas y generosas? Hay argumentos para decir tanto que sí como que no. En principio, creo que desde el punto de vista del individuo sería muy difícil argumentar una evolución hacia la mejora en la ética. Tendría en primer lugar que demostrarse que hay unos genes que facilitan esos comportamientos y que a lo largo de los años se ha ido seleccionando a los individuos que portaban un acervo mas nutrido de esos genes. Difícil empresa que dejo para la discutida disciplina de la sociobiología. No dudo que tengamos una predisposición a la moralidad, a adquirir normas de conducta, pero, como la lengua, supongo, esa capacidad se verifica en la sociedad en la que vivimos. Me imagino que si lográramos hacer nacer a un ser humano del Paleolítico, básicamente su comportamiento sería indistinguible del nuestro, podría resultar un ser humano muy íntegro o todo lo contrario, como puede ocurrir con cualquier otro.

Lo que sí pudieron evolucionar, y mejorar, son las normas de convivencia. Se ponen como ejemplos la desaparición de la esclavitud, las mejoras en los derechos de las mujeres, la aceptación de prácticas de diversidad sexuales y, en resumen, las cartas de derechos humanos. Pero, ¿ es realmente la humanidad de hoy día mejor? Si lo medimos por la esperanza de vida, incluso por los años que se vive sin incapacidad o enfermedad, de eso no hay duda. Somos más fuertes, más sanos, más altos y quizá más bellos que nunca. Además, somos más poderosos, hemos desarrollado técnicas e instrumentos con los que podemos aprovechar mejor los recursos de la tierra. Sin embargo, hay demasiadas contradicciones que emborronan esta visión optimista. Siempre hubo guerras, durante milenios se consideraba una forma legítima de adquirir propiedades. Las de ahora producen mucha más miseria. Baste ver el vergonzoso espectáculo de los cientos de miles de desplazados llamando a la puerta de nuestros países. Y los otros que huyen de la pobreza y de un futuro sin esperanzas. Una humanidad que esclaviza a los trabajadores en los países adonde ahora se ha trasladado la manufactura, gracias a lo que compramos mercancías a precios hace 30 años inimaginables. Nosotros vivimos en la sociedad del bienestar creada por la generación que nos precedió, la que sufrió las guerras en Europa, una sociedad que ahora entregamos a nuestros hijos. Hemos invertido en su formación, gozan de una envidiable salud, han vivido rodeados de todo lo necesario y mucho de lo superfluo, pero se encuentran con un mundo en el que sólo algunos trabajarán, que sufrirá la inestabilidad climática y sus consecuencias y una superpoblación en los países pobres que asaltará "los muros de la patria mía", como ya lo está haciendo. Quizás el egoísmo inteligente necesite una buena dosis de altruismo para así poder conservar lo más importante de nuestro bienestar.

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