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Día Mundial del Turismo

Canarias enamora

Los turistas siempre han venido al Archipiélago en busca de sol y buenas playas. Y en este trasiego descubrieron esas pequeñas joyas que este viejo paraíso atlántico aún guarda

Suzanne Viotti y José Arteta Barreto contemplan el Archipiélago Chinijo desde el Mirador del Río.

Un viaje a Gran Canaria desde la fría Suecia cambió la vida a la joven Suzanne Viotti. Fue a mediados de los años setenta. Entonces Canarias ya empezaba a ser conocida como un exótico destino en el que siempre se podía disfrutar del sol y buenas playas. Los extranjeros quedaban encantados con el paisaje, con el clima, y el talante acogedor de aquellos canarios siempre atentos. La imagen de las Dunas de Maspalomas los dejaba hechizados, lo mismo que el cambio drástico de paisaje cuando se marchaban en taxi de excursión a Tejeda. Aquellos turistas no reparaban en gastos, y estaban encantados con todo lo que veían. En Lanzarote, César Manrique había terminado el Mirador del Río, uno de los centros emblemáticos desde el que se puede ver en total plenitud la isla de La Graciosa, pero aún quedaba mucho por hacer.

Junto a un grupo de amigas, Suzanne llegó dispuesta a pasar un cálido fin de año en un hotel del sur de Gran Canaria, en Playa del Inglés. Las prisas y las demandas de alojamiento llevaron a los propietarios de aquel establecimiento a adelantar su apertura, y las chicas tuvieron que soportar algún que otro apagón. Estos inconvenientes llevaron a las vehementes turistas suecas a presentarse en la oficina del director y reclamar un mejor servicio. Detrás de aquella puerta, tan preocupado, o tal vez más, por lo que estaba pasando, esperaba con la mejor de sus sonrisas José Arteta Barreto, un joven lanzaroteño que se había marchado a Gran Canaria con la intención de hacer carrera en el mundo de la hostelería.

Casi como en el argumento de una telenovela, desde ese día, Suzanne y José Arteta comenzaron con su particular historia de amor. Ella tuvo que regresar a Suecia, pero sin perder el contacto. El director del hotel y la turista que llegó del norte se hicieron novios.

Entonces era habitual que desde Gran Canaria se organizaran excursiones de un día hasta Lanzarote, y Arteta no dudó en invitar a Suzanne y a su hermana a que fueran a su isla, para que vieran aquella maravilla, mucho más que sólo pueblos blancos, rodeados de negro picón. Las chicas se quedaron impactadas. Aquel paisaje les resultó inaudito, inesperado. Como era habitual, entonces y ahora, las hermanas Viotti, con sus gabardinas del norte de Europa, aceptaron subirse a aquellos trepidantes camellos y entre nerviosas y divertidas hicieron la ruta de los volcanes.

José Arteta las acompañó en esta excursión por los lugares más emblemáticos de la isla. Y ahí, casi como dos estrellas de cine, aparecen en esa imagen para la historia apoyados en la barandilla del Mirador del Río: delante una tranquila y poco conocida La Graciosa, ajena de momento al trasiego de visitantes que comenzaban a llegar.

El turismo en Lanzarote apenas empezaba a despuntar, pero de una forma muy leve. Hay que recordar que hasta mediados de los sesenta la isla no disponía de agua corriente y la luz se terminaba a las 12 de la noche, como en el cuento, la carroza perdía su magia y terminaba por volver a ser una calabaza. Hasta que se pusieron en marcha las desaladoras no había posibilidades de abrir establecimientos alojativos. El primero de los hoteles en iniciar el despegue fue el mítico Fariones. Puerto del Carmen tomaba la delantera y poco a poco se consolidaba como la primera localidad turística de la isla.

En 1977, César Manrique realizaba las piscinas y los jardines del emblemático hotel Las Salinas en Costa Teguise, que se inauguraría un año más tarde. Playa Blanca no existía, y las playas de Papagayo eran casi de uso particular.

Encantados con el paisaje

El padre de Suzzanne también visitó la isla. Tal como recuerda su nieta Arminda Arteta, le sorprendió sobre todo el paisaje y esa forma particular de plantar sobre arena: "Para ellos el jable fue un gran descubrimiento".

Aquellos visitantes quedaron encantados con la gente, la comida, el sol, "imagínate estar en el mes de diciembre y aquí con calor, a mí abuelo, esto le fascinó".

Decía otro ilustre turista accidental y después fiel residente, José Saramago que "el amor por una ciudad se hace de cosas ínfimas, de razones oscuras, una calle, una fuente, una sombra. Habitamos físicamente un espacio, pero sentimentalmente habitamos una memoria".

El escritor portugués en sus Cuadernos de Lanzarote desvela ese particular proceso de enamoramiento que le llevó a creer firmemente que en un pueblo con un nombre tan particular como Tías había vuelto a encontrar su casa. Él, que podía haber elegido cualquier lugar del mundo para vivir prefirió quedarse en Lanzarote. Ver desde su despacho el mar, la figura alargada de Fuerteventura y detrás, como un guardián Montaña Blanca, su particular Everest.

Saramago también habla de los amores a primera vista, esos que se producen nada más llegar a un lugar y en ese instante, al pisar sus calles, ya se percibe que esa ciudad, esa isla, será un lugar especial para siempre.

Algo parecido le ocurrió a Regina Danielsen, una joven periodista alemana que en 1978 junto a otras tres amigas decidieron pasar una semana de vacaciones en Lanzarote. "En realidad, por las fotos que teníamos pensé que no me iba a gustar mucho, todo parecía muy seco, sin árboles, pero sólo pretendíamos coger algo de sol y descansar".

Llegaron de noche, después de hacer una escala en Gran Canaria, pues entonces no se disponían de tantos vuelos directos. Hasta que el aeropuerto no se acondicionó en 1970 no se permitía el aterrizaje de vuelos chárter.

Las chicas habían alquilado un apartamento en Puerto del Carmen, pero esa misma noche tenían previsto ir a una cena a Jameos. Lo habitual en aquellos años era alquilar un taxi, que además cobraba lo mismo haciendo el trayecto de ida y vuelta. "Yo, que llegué un poco escéptica, cuando entré en Jameos de noche, directamente me enamoré. Además todo fue maravilloso, y encima el taxista se quedó fuera esperando. Se acostó en la parte de atrás del coche y después nos llevó de vuelta a Puerto del Carmen. Sólo nos cobró 1.000 pesetas".

Regina habla con entusiasmo de unos días inolvidables. Tan inolvidables que se vieron obligadas a mentir a su jefe en Múnich y decir que se habían puesto malas para poder quedarse unas semanas más. "Una compañera llamó y le dijo que estaba en el hospital con gastroenteritis, y yo, ahí a su lado, más morena que una nuez".

Estas amigas alemanas asistieron a los mejores momentos de la realidad insular. La Isla comenzaba a dar sus primeros pasos en un sector servicios que emergía. Manrique se mantenía al frente como el guardián del territorio y de la mayor parte de obras que estaban construyéndose. Lanzarote dejaba entrever su imagen de cisne negro.

Multas en Papagayo

Las estadísticas certifican que Lanzarote apenas recibía en 1975 unos 80.000 turistas, mientras que su población se mantenía en 44.000. El boom estaba esperando a la vuelta de la esquina. Los años ochenta lo cambian todo. La llegada de visitantes se dispara, lo mismo que las construcciones y la oferta alojativa. El panorama tiene poco que ver con aquellos tranquilos setenta. En 1990, Canarias recibe a 6 millones de turistas, Lanzarote a unos 800.000. En el 2003, la isla de los volcanes acaricia los dos millones de visitantes.

Regina recuerda que en ocasiones Papagayo "parecía nuestra playa privada, había muy poca gente, era maravillo". Como anécdota curiosa también cuenta que entonces lo de bañarse desnuda estaba mal visto y "mandaban a una pareja de la guardia civil a que vigilara a los bañistas, y si salían desnudos del agua los multaban. Nosotros, que ya lo sabíamos, nos avisábamos y siempre teníamos el bañador en una bolsita. La verdad es que me daba pena de aquellos chicos, con el uniforme de la guardia civil bajo aquel calor".

Regina Danielsen y sus amigas tuvieron que regresar a Múnich, pero ya nada fue igual. A los pocos meses decidió que su vida estaba en Lanzarote, y tras la sorpresa generalizada entre sus compañeros periodistas, al pedir el finiquito, se trasladó definitivamente a la isla.

Después de ejercer muchos trabajos, como traductora, agente de ventas en una agencia de viajes, Regina terminó por dirigir una revista en alemán. Cercana a sus compatriotas, reconoce que la mayor parte de ellos siguen viniendo por el sol y las playas, "también por la tranquilidad. Los pueblos de Lanzarote se conservan más o menos como siempre. Eso les gusta y que sean tan limpios". Lo que ya no les resulta tan agradable es que haya llegado el turismo de masas, lo que resta muchos puntos a un destino que mantenía esa aureola de exótico, y diferente.

"Nadie quiere viajar a un lugar que se parezca tanto a otros muchos que hay en la costa mediterránea, Puerto del Carmen no puede ser igual que Torremolinos", subraya Regina.

Saramago contó en más de una ocasión que cada vez que sobrevolaba Arrecife y veía la silueta reconocible del Gran Hotel y de la playa del Reducto tenía la sensación de estar en casa. No sé si fue amor a primera vista, pero algo le dio la isla para querer quedarse en ella.

Nadie duda que Canarias tiene su mayor fuente de riqueza en el turismo, pero como sugiere Isidro Ramos, un guía turístico de Gran Canaria, ya jubilado, que conoció los buenos tiempos, la llegada de visitantes ilustres que se hospedaban en el Santa Catalina y hacían largas excursiones por la ciudad, y por la noche se ponían sus mejores galas para escuchar opera, "este paraíso cansado necesita que lo reciclen, de lo contrario acabamos con él".

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