La Provincia - Diario de Las Palmas

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¿Quién juzga a los médicos?

La medicina no puede presumir, históricamente, de haber sido siempre beneficiosa. Me sorprende la confianza que se tenía en los médicos, una de la profesiones que más temprano se reguló. Se quería evitar tanto el intrusismo como la baja profesionalidad. La sociedad daba licencia de médico sólo a aquéllos que habían completado con éxito unos estudios reglados de varios años, no menos de cuatro, en centros acreditados. Y sobre esta regulación estaba la de los propios médicos, en España unidos en el denominado Protomedicato que velaba por la pureza de la profesión. Sin embargo, la mayoría de las intervenciones de poco servían y muchas eran dañinas. Algunos médicos alcanzaban fama y honores por su habilidad clínica, probablemente porque eran capaces de conocer la enfermedad que afectaba al paciente y su pronóstico, una sabiduría que les confería un aura de poder. Casal, médico que ejerció en la primera mitad del XVIII, fue llamado a Corte para atender a la reina. La pulsó, como él mismo dice, y por su percepción clínica fue nombrado médico de la Corte. Por el pulso eran capaces de distinguir multitud de enfermedades, tal como entonces se nombraban, una habilidad que ahora no tenemos ni entendemos. Al menos Casal no era muy amigo de las sangrías, el remedio principal junto con los enemas, ambos para reponer el equilibro entre fluidos y expulsar la materia pecante, que también salía del cuerpo cuando se producían vesículas. Sangrar era la suerte que corría la mayoría de los enfermos con medios. Dañábamos mucho más de lo que hacemos ahora.

La autocrítica en medicina está más acentuada que en otras profesiones, no en vano jugamos con la vida de los otros. Desde hace muchos años se examinan la frecuencia de efectos adversos, especialmente por la medicación. En los últimos años la preocupación se ha acentuado. Quizás el hito haya sido una publicación del americano Instituto de Medicina en 1999 con el título " Errar es humano". Reflexionaba sobre la frecuencia y causa de los errores y se atrevía a decir que era la octava causa de muerte, unas 44.000 en los hospitales que se multiplicaron por 10 en un análisis posterior.

Si hasta entonces en los hospitales ya había una preocupación que se materializaba en las comisiones, de mortalidad, de historias clínicas, de infecciosas, de cáncer, etcétera, este texto hizo mucho más visible el problema. En España se realizó un estudio en 2005 donde se comprobó que casi el 10% de los pacientes había sufrido un efecto adverso durante la hospitalización, casi la mitad era evitable y el 16% se categorizó de grave. Aquí no se cuentan las consecuencias de los errores a largo plazo.

Todo el sistema sanitario está implicado en el cuidado de los pacientes, pero algunos tienen más responsabilidad que otros: los que atienden directamente al enfermo y de ellos los que tienen oportunidad de intervenir en su proceso, en primer lugar los médicos y detrás la enfermería. Por eso formar a un médico cuesta tanto, en tiempo y dinero. No bastan los seis años de carrera, la más larga de todas, además, para trabajar en el sistema público, deben pasar por un entrenamiento supervisado de varios años. No conozco otra profesión donde las exigencias sean tan grandes, y tan celebradas. Porque el programa MIR asegura, en general, una buena profesionalidad. Quizás, en mi opinión, se peque de tolerante cuando un médico en formación no alcanza la maestría que asegure la profesionalidad. Es muy difícil suspender a un MIR, se hace pocas veces. La pericia, conocimiento, buen juicio y capacidad de comunicar tienen importancia capital para la atención médica y, sin duda, para evitar errores. Hay especialidades donde todo ello es más crucial, en concreto aquellas donde las decisiones e intervenciones son agudas y hacen la diferencia. El buen juicio a la hora de indicar una intervención quirúrgica y la pericia técnica para ejecutarla son dos buenos ejemplos. Sabemos que hay mejores y peores médicos, es inevitable. No todo el mundo puede ser excelente. Pero hay un mínimo que hay que exigir.

En España las demandas por mala práctica no alcanzan ni de lejos lo que ocurre en EE UU. Sin embargo, de acuerdo con algunos analistas, allí se hacen reclamaciones por errores sólo en el 1% de los casos. Eso supone que en el Estado de Nueva York, en la oficina de conducta médica profesional, una institución del Estado que demuestra con su existencia la preocupación por el tema, se hacen 7.400 reclamaciones año para una población la mitad que la española. Cierto es que pocas son por negligencia, una circunstancia difícil de constatar. Se sabe que aproximadamente el 6% de los médicos reúnen el 60% de los errores por mala práctica. Sin embargo, ni la profesión médica a través de sus colegios, ni el sistema sanitario han desarrollado instrumentos potentes para conocer, prevenir y controlar este problema. Una vez que uno obtiene la licencia es difícil que se la retiren. Afrontar la mala práctica exigiría, entre otras cosas, una supervisión por partes, aspecto verdaderamente difícil en nuestra sociedad tan endogámica.

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