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Fiestas en la capital de Fuerteventura

Nostalgia de Puerto Cabras

En el año 1956, tras acalorados debates, se decidió que la capital de Fuerteventura no seguiría llamándose así, pues sus habitantes temían que la gente pudiera reírse de un nombre tan peculiar

La mujer del entonces alcalde de Puerto Cabras, Miguel Velázquez Curbelo, solía decir que su marido la quería tanto que como muestra de este amor había decidido cambiar el nombre de la capital por el suyo, y por eso, a partir de 1956 se decidió, tras acaloradas discusiones, que lo mejor para la Isla y para la creciente burguesía majorera era cambiar aquel viejo y 'feo' nombre por otro más normal. Desde entonces la capital de Fuerteventura pasó a llamarse Puerto del Rosario, en honor a la virgen, a pesar de los deseos de la alcaldesa consorte.

En realidad, detrás de este cambio de nombre, tal y como recogen las actas del Cabildo, se escondía el temor de los políticos y empresarios de la época a que en otros puntos de las islas y de la Península pudieran referirse a ellos empleando un gentilicio tan poco afortunado como cabras o cabrones. A la mayoría, por lo menos aquellos que entonces tomaban las decisiones, les resultaba más agradable que los llamaran rosarianos o rosarinos.

Sin embargo, el viejo nombre de Puerto Cabras siempre ha permanecido en la memoria y en el corazón de los majoreros. Los mayores siguen hablando de Puerto Cabras, o de Puerto. Y para mencionar a los vecinos de la capital se les llama genéricamente majoreros.

De hecho, en el pregón de las Fiestas del 2013, el doctor en Filología Hispánica por La Laguna, Marcial Morera Pérez, propuso a los vecinos que se lanzaran a la creación de un gentilicio definitivo para identificar a los habitantes de Puerto del Rosario. Morera recomendó términos como portense, rosariano o puertorrosariense. También recordó que un insigne visitante como fue Unamuno, "atento a los problemas del paisaje y paisanaje los nombró fuerteventurosos".

Envueltos en el dilema que impone vivir en una población con un nombre adquirido de forma tardía, tal vez sin el consenso preciso, la mayoría de los residentes en Puerto Cabras cada vez que les entra la nostalgia hablan de un lugar casi mágico que siempre vivió de cara al mar, donde todos se conocían y la vida parecía más placentera.

Lorenza Machín

Con apenas ocho años y procedente de Gran Canaria, Lorenza Machín Alarcón llegaba a Puerto Cabras en enero de 1955. De manera extraordinaria, una lluvia fina y persistente recibió al correíllo. Entonces los barcos grandes no podían desembarcar en el muelle, y una falúa iba en busca de los pasajeros.

"Mi abuela, que conocía al dueño de la embarcación, habló con él y dejó que fuera hasta el barco para darnos la bienvenida. Mi madre traía a un niño de unos seis días de nacido, y ella quería ayudar".

En aquel Puerto Cabras apenas vivían unas treinta familias "y nos conocíamos todos". Su padre enfermo permaneció tres años ingresado en un sanatorio de Las Palmas de Gran Canaria, y su abuela hizo todo lo posible para sacarlos adelante. "Mi tía, después también con la ayuda de mi madre, cosía ropa y mi abuela se dedicaba a recorrer los pueblos vendiendo todas esas telas, iba caminando, cargada con todo aquello". La abuela de Lorenza se llamaba Jesús Santana de León, un nombre peculiar para una mujer. Nunca le preguntó por qué se lo habían puesto. Tal vez lo importante fue el esfuerzo de aquella señora entrañable que luchó tanto por sacar adelante a sus nietos.

Cuenta Lorenza que una vez que su padre ya estuvo bien, y regresó a Fuerteventura con trabajo, "mi abuela cogió una maleta pequeña, y en el mismo barco que habíamos venido nosotros, ella se marchó a Gran Canaria, porque allí tenía una hija, y al poco tiempo se murió. Siempre he pensado que al ver que ya no era necesario su esfuerzo y que podíamos salir adelante solos, ella se marchó".

Lorenza, que a los nueve años también tuvo que ponerse a trabajar, iba con una cesta llena de "chochos, chuflas y piruletas; me ponía por fuera de la iglesia y cerca del cine del cura. A veces llegaba hasta la barriada del Carmen, donde se ponían los novios, y vendía mis cositas". Las piruletas las hacía su madre en casa, "eran buenísimas, les ponía azúcar y esencias de frutas". Así lograba colaborar ante la escasez que sufrían muchos majoreros.

Más tarde, su padre, ya recuperado y trabajando como guardián en el muelle, le hizo un carrito para que pudiera llevar la mercancía. "Después ya vendía cucuruchos de manises, y pastillas de menta".

Sólo pudo ir a la escuela hasta los 11 años, pero ella no perdió la ocasión de formarse, y ya con 20 años se matriculó en Radio Ecca. Quería saber mucho más, hasta que obtuvo el título de auxiliar de enfermería y pudo trabajar muchos años en el hospital de la Isla. Lorenza Machín habla con mucho cariño de aquellos años, de aquel pueblo de casas bajas, y calles empedradas. "Para mí siempre será Puerto Cabras, así lo llamaba mi abuelo, mi padre y yo".

Fuerteventura siempre ha sido una tierra de acogida. Uno de los personajes más destacados de la historia reciente de la Isla y sobre todo de Puerto ha sido Francisco Navarro Artiles. Este grancanario de nacimiento, y majorero de adopción se lamenta en una de sus publicaciones sobre la desaparición del escaso casco histórico de Puerto: "Las Palmas de Gran Canaria conserva el barrio de Vegueta, Telde conserva el barrio de San Francisco; Arucas conserva el Centro Histórico. Puerto del Rosario no conserva nada de aquellas calles estrechas y sinuosas; de aquellas casas bajitas, con techos de torta y canales para recoger las aguas llovedizas; de aquellos almacenes, cercanos al Muelle Chico, para guardar la barrilla primero, y luego la cochinilla; la manteca, la cebada, el trigo, el millo, los garbanzos, las diminutas y sabrosas lentejas... En fin: que el actual Puerto del Rosario ha nacido, como el ave Fénix de sus propias cenizas. Pero, qué triste es tener un pasado de cenizas..."

Tal vez como recuerda el historiador Francisco Cerdeña habrá que quedarse con lo que queda: "Los tiempos han cambiado, las circunstancias sociales también. La ciudad actual que nos acoge ha sabido recuperar ese maridaje con el mar que permaneció un tanto abandonado? Y hoy podemos andar todo su frente marítimo hasta Playa Blanca; contemplar, de norte a sur, rincones como los hornos de cal, mudos testigos del pasado económico; El Charco, asociado a la carpintería de ribera y al puerto; y esculturas ubicadas en puntos clave de nuestra joven historia: el pescador que escudriña en el horizonte al correíllo o que vela por sus compañeros de faena, a la entrada del muelle grande".

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