La Provincia - Diario de Las Palmas

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Pino Betancort, una artista de 80 años

La modista canaria de Nancy

Un buen día, esta lanzaroteña vecina de Mala decidió que ya no haría más trajes para señoras. Prefería diseñar vestidos para la Nancy, una de esas muñecas con las que nunca pudo jugar cuando era pequeña

Pino Betancort es tan elegante, tan delicada, que bien podría haber salido en la portada de una de esas revistas, con cierto caché, como una sofisticada marquesas con mansión en la Toscana. Cuando sale por los caminos de Mala hay que mirarla. Siempre va a la última, con un traje a medida, hecho por ella misma, perfecto en la ejecución, en los acabados, con esa caída ondulada, que se acopla al cuerpo y que tanto cuesta hilvanar, demostrando lo buena modista que fue y que sigue siendo. A veces se pone un sombrero para que el sol brillante de Lanzarote no la moleste en exceso, y un collar de perlas, a juego con los pendientes de nácar.

Y lo mejor de Pino Betancort y de sus manos de artista es que sigue siendo la misma persona, la misma mujer tímida, poco dada a los halagos. Sin creer, de verdad, que lo que hace merece un reconocimiento, como el que recibió por parte de los que asistieron a su primera exposición en la galería Enmala, una muestra en la que esta diseñadora de 80 años demostró su arte en los 65 magníficos trajes, hechos con mucho mimo para su única y silenciosa clienta: la muñeca Nancy. El público que acudió a la cita quedó encantado y sorprendido con la obra expuesta.

Los diseños de Pino Betancort no se venden como vestidos de muñeca; son en realidad pequeñas piezas, pequeñas obras de arte, que la gente se lleva para colgar en la pared como un cuadro en un museo. Cada uno de sus trajes vale 65 euros, y en la galería no sólo han vendido varios sino que algunos alemanes que pasaron por allí han reservado alguna que otra pieza.

Carozos como muñecas

Pino Betancort no acaba de creerse tanta notoriedad. Cuando le propusieron sacar de su casa esos vestidos que hacía por divertimento y mostrarlos ante los demás, no lo tenía muy claro. En realidad estos diseños los realizaba casi para quitarse la magua de lo que fue durante años su profesión: costurera, como lo fue su madre.

En el fondo, tal vez temía que la gente no llegara a entender su afán por hacer cada día, cada noche, estas creaciones. Aunque seguramente nunca ha sido tan feliz como ahora, cuando ha podido dar rienda suelta a su imaginación, a esa creatividad que antes tenía que controlar. Con sus clientas habituales era necesario ajustarse a sus gustos, a la fotografía que le traían para que copiara tal o cual modelo. Con Nancy no hace falta: "Lo bueno de esta clienta es que no se queja ni pone pegas", dice

Esta mujer, menuda y simpática, pertenece a esa generación acostumbrada a trabajar desde muy pronto. A luchar día a día, sin quejarse, sin esperar nada a cambio, tal vez sólo las gracias por haber hecho muy bien lo que se le pedía. Y si no, tampoco pasaba nada. Entonces, las mujeres como Pino Betancort tuvieron que aprender desde niñas que tenían que conformarse con lo que poco que había, pues así era la vida que les tocó.

Ella siempre recuerda que una vecina llegó un día con unas muñecas para jugar, en cambio en su casa no había dinero para eso. "A mí me dio mucha rabia", pero tuvo que aceptarlo. Como ingenio nunca le faltó, se dedicó a coger los carozos de las piñas y a vestirlos con los retales que le sobraban a su madre. Después colocaba estos figurines en fila india delante de la puerta de su casa y se escondía para ver cómo reaccionaba la gente ante este espectáculo.

Sin duda, la falta de estas muñecas con las que poder jugar fue algo que se le quedó grabado, y así, años más tarde, tal vez al ver por Arrecife en uno de esos escaparates que se lustraban para el Día de Reyes, la figura de una muñeca esbelta y especial decidió que algún día iba a ser su particular modista.

Hija de un cartero y una modista

Muy cerca de la casa en la que ahora vive en Mala está la vivienda que utilizaba el cartero, su padre. Un hombre diligente que además también ejerció de practicante. Para él no había horario, a cualquier hora del día o de la noche podía recibir la llamada urgente de un vecino que requería sus servicios y allá que iba con su farolillo en la mano para no caerse por aquellos caminos sin luz.

La madre de Pino fue una talentosa costurera. Cuenta María Elsa Betancort Placeres, la hermana pequeña, que cuando se aproximaban los días previos a la fiesta del pueblo, "en mi casa llegaba el estrés, aunque esa palabra aún no estaba inventada; mi madre no dejaba de coser hasta las tantas de la madrugada para tener a punto los vestidos de casi todo el pueblo".

Elsa dice que el tema de los trajes era una cuestión muy seria "Nadie, excepto la dueña, debía saber la tela, el color, el modelo? era secreto de estado. Mi madre nos tenía advertidas sobre el particular. Siempre estaba la típica listilla que cogía la muestra del suelo para preguntar o adivinar quién era la dueña; pero mi madre nos tenía tan enseñadas que hubiésemos preferido morir mártires antes que revelar el secreto. El día de la fiesta, sobre medía mañana, ya se descansaba un poco; se había entregado la costura. Ya tocaba planchar nuestras enaguas almidonadas".

Pino fue la que decidió coger el testigo de su madre, de hecho desde los diez años ya ayudaba en estas labores, durante esas jornadas agotadoras en las que las mujeres de Mala esperaban con ansía poder lucir sus nuevos vestidos en la Fiesta de la Virgen de las Mercedes. Y con 14 años realizó el primer traje para una clienta.

Sus padres se esforzaron siempre para que sus hijas pudieran estudiar, incluso costeando su estancia en Las Palmas de Gran Canaria. Precisamente en la capital grancanaria, Pino Betancort hace unos cursos de corte y confección y patronaje. Los diseños que hace resultan tan espectaculares que los profesores le dicen que tiene un gran talento y que debería ir a Madrid para completar su formación. Ella prefiere regresar a Lanzarote: "Mis padres se habían gastado mucho dinero para que mis hermanas pudieran estudiar en Las Palmas y no creo que pudieran hacer frente a más gastos".

Apasionada de la costura y de los diseños que salían en las revistas, recibe como agua de mayo todas las publicaciones que caen en sus manos. Y comienza su carrera como prometedora modista a la que acuden las mujeres más adineradas de Arrecife.

También se acuerda de la persona que le dio el primer maniquí, Juana Manrique, la hermana de César. "Ella también sabe coser muy bien, es muy buena en lo que hace", subraya.

En la boda de Alexia de Grecia

Casada con un conductor de guaguas y con varios hijos -ha tenido ocho-, vivió muchos años en Valterra. Esa casa acabó por convertirse en taller de costura y por ahí pasan como en peregrinación solemne las Matallana, Molares, Martinón, Calero, Teresita, la de Uga, "que era un poco gruesita y siempre venía a que le hiciera un par de vestidos". La lista resulta interminable. Fieles a las manos prodigiosas de Pino no dudaron en acudir a su taller hasta que decidió jubilarse.

Ella nunca contó con una ayudante, dice que prefiere trabajar sola, y sobre todo no tener que desbaratar lo que se ha hecho. Perfeccionista hasta el último de los remates, en ocasiones, un tanto apurada entre el trabajo, la casa y sus hijos, tuvo que rechazar alguna que otra petición y eso le provocó más de un disgusto.

Se acuerda de la boda de Alexia de Grecia y Carlos Morales: "Recibí muchas peticiones, pero la verdad, ya estaba cansada y tuve que rechazar mucho trabajo. Sólo hice algunos vestidos, sobre todo para los Morales, porque eso fue como un compromiso con esa familia".

De hecho, los modelos de Pino Betancort fueron muy bien acogidos y no tuvieron nada que envidiar a los que llevaron otras invitadas a esta boda, cuyas fotografías salieron en la revista Hola. No hay que olvidar que este enlace, que se celebró en Londres, contó con la presencia de miembros de la mayor parte de las Casas Reales del mundo.

Ya jubilados, ella y su marido deciden marcharse a Mala, regresan a su pueblo. A la tranquilidad de un lugar que la llena de recuerdos. Sin embargo, ahora, después de lanzarse a este mundo del arte, con gente que la reconoce, por haber salido en la televisión y en los periódicos, no sólo de Canarias, sino en artículos en Alemania, Pino vuelve a recobrar nuevos bríos. Tal vez en algún momento el sosiego de Mala resulta excesivo, y a esta artista emergente tal vez le gustaría volver a recorrer la calle Real con esa elegancia innata, con esos trajes a medida que le sientan tan bien. Aunque le cueste reconocerlo, cada vez que Pino Betancort sale a la calle hay que mirarla.

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