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Vientos de apertura en el Caribe

Revolución turística en Cuba

El país caribeño intenta atraer visitantes de EEUU y Europa sin renunciar a las esencias del régimen castrista. La población se prepara, a su manera, para sacar provecho de la avalancha de extranjeros

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"Antes éramos todos comunistas y ahora somos todos católicos; esto no hay quien lo entienda". El comentario de Alberto, cargado de ironía y cierto escepticismo, refleja las contradicciones de la Cuba actual, la que pretende dar un giro a su economía a través del turismo de masas y se resiste a renunciar a las esencias de su revolución. Alberto, descendiente de canarios y con el apellido Guanche en el árbol genealógico, trabaja de taxista en La Habana y nació casi al tiempo que el Che Guevara entraba triunfante en Santa Clara y el dictador Fulgencio Batista ponía tierra de por medio para dejar el poder en manos de los barbudos de Fidel Castro.

"Durante toda mi vida he oído que el problema de Cuba es el bloqueo de los Estados Unidos y creo que en buena parte es verdad, por lo que me alegro de que se restablezcan las relaciones diplomáticas; sin embargo, no sé cuánto tiempo tardaremos en ver los resultados ni si me van a gustar todos los cambios que se están pregonando", contesta Alberto al preguntarle qué esperan los cubanos del acuerdo que han firmado Barak Obama y Raúl Castro con las bendiciones del Papa Francisco.

La apertura de la embajada de Estados Unidos junto al malecón de La Habana, donde antes existía una oficina de intereses norteamericanos prácticamente oculta por centenares de banderas cubanas, es el símbolo oficial de las nuevas relaciones entre ambos gobiernos, pero no el único. La llegada de los turistas yanquis, se supone que en tromba a partir de este invierno, es el tema de conversación en casas y calles de todo el país.

A su manera, cada empresa y cada familia cubana se prepara para sacar provecho de ese aluvión, pues el turismo es actualmente el principal medio de subsistencia de la población en el endiablado sistema monetario del régimen castrista, con una divisa para los nacionales -el peso tradicional - y otra para los extranjeros -el peso convertible o CUC-.

Cuba recibía 340.000 turistas anuales en 1990, en el año 2000 alcanzó los 1,7 millones y a final de este ejercicio de 2015 se espera que hayan viajado la Isla más de 3,5 millones de extranjeros. Son cifras reducidas si se comparan, por ejemplo, con Canarias, que ha consolidado una media de 10-12 millones de visitantes, pero el margen de crecimiento es todavía muy amplio.

¿Cinco millones? ¿Diez? ¿Más? Desde hace años se debate en Cuba cuál es el techo turístico al que puede llegar sin poner en peligro el medio ambiente, pues la construcción de carreteras en el mar (pedraplén) para llegar a los complejos hoteleros de los cayos ya ha provocado daños ecológicos irreversibles.

"Y ustedes los europeos, "¿qué piensan de que miles o millones de norteamericanos también puedan venir a partir de ahora a Cuba?, pregunta Ezequiel a todos los visitantes que llegan al casco histórico de Trinidad. El espigado muchacho no aparenta más de 18 años y se encarga de controlar una valla de seguridad para que los turistas no colapsen con sus coches de alquiler las calles empedradas de esa joya arquitectónica del Caribe. Con vehemencia, y sin esperar la respuesta de sus interlocutores foráneos, Ezequiel lanza su perorata con los pros y los contras.

"La llegada de los yanquis", argumenta, "generará más ingresos económicos, pero también puede traer cosas que los cubanos no queremos, como las drogas o las armas; y el capitalismo también puede acabar con nuestro sistema educativo y sanitario, que es el mejor de toda Latinoamérica".

Son consignas del manual revolucionario castrista, pero siguen muy presentes en la memoria colectiva de los cubanos. De hecho, las autoridades también las utilizan para atraer a más turistas de todo el mundo. Aparte de sus encantos paisajísticos y culturales, es evidente que Cuba tiene una ventaja sobre sus competidores turísticos del Caribe: la seguridad. A cualquier hora del día o de la noche, los viajeros pueden moverse por las ciudades y carreteras del país sin temor a verse implicados en situaciones violentas. Las armas de fuego están totalmente prohibidas y hasta llevar encima una navaja puede acarrear un grave problema con la policía. Solo los guajiros tienen carta blanca para llevar sus enormes machetes en el cinturón.

Frente a destinos turísticos de México, República Dominicana, Jamaica, Colombia o Venezuela, donde los turoperadores aconsejan no alejarse de los hoteles o incluso no salir del perímetro del todo-incluido, los alicientes de Cuba se encuentran fuera de los hoteles, en la posibilidad de contactar con los residentes sin temor a sufrir una mala experiencia. Los atracos a turistas son muy escasos y solo el distrito de Habana Centro empieza a coger mala fama porque allí se encuentran las principales bolsas de pobreza de la Isla.

Los cubanos pueden ser algo insistentes al pedir al turista unos pesos convertibles, o bolígrafos y jabones, pero raramente pasan de ahí. Si se entabla conversación con el solicitante -la frase que más se escucha es "échame un cable, hermano"-, hasta es posible forjar una amistad duradera, aunque hay que ser conscientes de que siempre esperan sacar algo del extranjero. La picaresca es prima hermana de la pobreza.

Desde niños a ancianos con el periódico Granma bajo el brazo, las calles de la capital están repletas de personas que se buscan la vida con los visitantes. Ofrecen todo tipo de bienes y servicios, desde billetes antiguos con la imagen del Che a pinturas al óleo, de música en directo a comidas en paladares ocultos en el laberinto de edificios desconchados de La Habana Vieja o El Vedado. Cientos de jóvenes en triciclos a pedal o scooter se ofrecen en las puertas de los bares para trasladar a los clientes que no aguantan bien el calor. O los efectos del mojito.

Alexis es uno de ellos y no tiene reparos en criticar abiertamente al gobierno castrista. Licenciado universitario en informática, asegura que gana más dinero con las propinas de los turistas que con el sueldo que le pagaba el gobierno por trabajar en una de las empresas estatales. Mientras pedalea, explica que en Cuba siguen existiendo clases sociales. Ricos y pobres. En las mansiones del barrio de Miramar viven los jefes revolucionarios y sus descendientes, mientras que en las infraviviendas de Habana Centro y el extrarradio se hacinan miles de familias, la mayoría de raza negra o mulatos emigrados de otros países del Caribe. "No sé lo que va a ocurrir cuando lleguen los gringos, pero seguro que será mejor que lo que tenemos ahora", concluye.

En esta encrucijada se encuentran los cubanos y, paradójicamente, la incertidumbre sobre el futuro del régimen comunista es también un reclamo turístico, casi tanto como el sol, la playa o las ciudades Patrimonio de La Humanidad. La revolución de Fidel y el Che sigue despertando un morbo especial y miles de europeos y sudamericanos, simpatizantes o detractores del régimen, están llegando ahora al país con una idea en la cabeza: "vamos a conocer Cuba antes de que entren los yanquis". Ser testigos del cambio es también un buen motivo para hacer el viaje.

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