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Ser médico hoy

La empatía con el paciente es fundamental; no basta el saber científico-técnico, hay que ser humano

En los años de la tecnocracia, cuando el valor médico se creía que residía exclusivamente en el saber científico-técnico, algunos de los más dotados incluso presumían de cierta aspereza en el trato con el paciente como para demostrar que no eran chamanes ni charlatanes, sino depositarios de un saber objetivo que empleaban como instrumento de sanación ausente de cualquier componente emocional. Ser médico se parecía cada vez más a una profesión técnica, como si el paciente fuera un puente que había que reparar. Recuerdo cómo reprendía uno de los maestros de entonces a sus residentes cuando en su quehacer cometían errores mientras mostraban hacia el paciente proximidad emocional: no es su médico, es su amigo.

Todo esto ha cambiado radicalmente. Todavía en las encuestas a los ciudadanos lo que más se valora de un médico es el conocimiento de la materia. Pero hay otras cosas que la sociedad exige. Por eso, en la formación del médico no sólo se debe de tratar de asegurar un suficiente conocimiento de la medicina como ciencia, que lo es, también hay que formar médicos en el aspecto profesional y humano. Es lo que viene a denominarse profesionalismo, que trata de recoger todos los aspectos del ejercicio de la profesión que tienen que ver con la relación del médico con el enfermo, con sus familiares, con la sociedad, con el resto de los profesionales y con el sistema sanitario. No es un buen profesional la seta huraña cargada de ciencia que responde con desgana a las preguntas de sus compañeros, que trata con sequedad a sus pacientes, que no se preocupa por la organización en la que trabaja sino que más bien exige que los "burócratas" la dispongan a su capricho. Como tampoco lo es el que considera que no tiene que responder de sus acciones ante la sociedad; el que piensa que la ciencia es su sola juzgadora.

La profesión exige que el médico se ponga en el lugar de su paciente como persona que sufre y tiene unas expectativas, unas creencias y unos valores que influyen en cómo vive su enfermedad y responde a ella y cómo vive y experimenta las propuestas de tratamiento. Pero no es suficiente tener empatía con el paciente y con los familiares. Conozco médicos que la tienen a la vez que se muestran distantes, ajenos a sus compañeros, como si su deber sólo fuera hacia el paciente. Y hoy día el ejercicio de la medicina se basa en equipos, tanto en la atención primaria como en la especializada, y su buen funcionamiento es un seguro para la buena práctica.

No cabe duda de que mostrar empatía es un esfuerzo emocional que puede ser agotador. Los expertos dicen que la empatía es un recurso limitado, como las energías fósiles: si lo gastamos en unos no podremos ofrecerla a otros. Por eso se reserva para los próximos.

Los estudios muestran que es más fácil mostrarla con individuos de su entorno, de su raza, de su clase social. Es una estrategia de supervivencia, pero de ninguna manera una tendencia emocional impuesta por nuestra naturaleza. Tenemos la capacidad de elegir cuánto y con quién ser empático. Sólo hay que poner los estímulos adecuados. Lo demuestran varios experimentos.

Por ejemplo, cuando la empatía puede costar dinero, los sujetos sometidos al estudio la reprimen aunque la situación la demande. Las ONG saben muy bien que la forma de mover el corazón es mostrar una imagen de un niño sufriente. Funcionó la foto del cadáver del niño en la orilla y otra cuando era transportado delicadamente en los brazos del militar turco. Representa las dos caras de la moneda, el horror y la ternura. Eso produce más emociones que decir que hay varios miles de niños sin agua ni alimentos en tal o cual lugar. Los miles se convierten en una estadística que nos deja fríos aunque nos digamos: qué barbaridad. Puede ser una estrategia económica, tanto de gasto emocional como pecuniario. A un grupo de voluntarios se les invitó a leer dos historias de niños refugiados en Darfur, un relato se centraba en un niño y el otro en ocho. A la mitad de los lectores se les pedía una contribución, a la otra mitad nada. Los primeros sentían más empatía por el niño, como si vieran quién podría recibir su dinero; los segundos, por los ocho: ahí la emoción no afectaba al bolsillo.

Para ser un buen médico no basta saber mucho. Sin embargo, es más fácil para los profesores enseñar el corpus científico que constituye la medicina. Se espera que los aspectos del profesionalismo se aprendan con la práctica y se acepta que algunos médicos pueden ser grandes profesionales en el aspecto científico-técnico y unos "tarados" en los que podríamos llamar humanos. Pero los estudios demuestran que la empatía se puede adquirir, agrandar y dirigir. Sólo hay que buscar las motivaciones. Eso también debe ser parte de la formación como médico.

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