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Si un bosque se quema, algo suyo se quema

La conservación de las áreas boscosas se ha convertido en un problema de salud pública, pero la política forestal la pone en peligro

Si un bosque se quema, algo suyo se quema

En una animada comida a la que me habían invitado el anfitrión hizo una pregunta que dejó suspendida mi mano en el viaje desde el plato a la boca: qué extraño, ¿porque la vida se empeña en vivir? La primera respuesta que se me ocurrió, y no pronuncié, fue el instinto de supervivencia, del individuo y de la especie: nos mantenemos vivos para poder procrear y lo hacemos para que nuestra especie no desaparezca. Pero, por qué el esfuerzo de vivir de la especie, de la naturaleza en suma. Fue otro comensal el que sugirió la respuesta: lo mismo que el fuego genera fuego, la vida genera vida, no hay más, es una reacción en cadena.

El fuego, uno de los cuatro elementos en el pensamiento clásico, nuestro aliado y nuestro enemigo. Me acordé del incendio que asoló el Valledor. No es el único lugar donde el fuego deja una tierra calcinada, inútil durante muchos años. Los incendios de los bosques se han constituido en un problema mundial de primer orden. El guión de la naturaleza se modifica continuamente por la presión de las especies, el clima y otras circunstancias. En los bosque esto ha ocurrido en los últimos 100 años, hay fuegos cada vez más intensos y extensos como consecuencia de una serie de factores que incluye las políticas conservacionistas, la lucha contra los incendios y el cambio climático, además del azar. El cambio climático ha alargado la temporada de riesgo de incendios en 78 días desde 1970.

La política anti incendios tiene también buena parte de la culpa. El fuego fue una parte esencial y cíclica de la vida de los bosques. Los registros en los anillos de los pinos ponderosa demuestran que ocurría cada 15 años; eran fuegos de baja intensidad que aclaraban la maleza dejando un suelo más limpio que permitía a los árboles expandirse como individuos y como especies. Desde hace 100 años estos ciclos se han roto, primero por el pastoreo intensivo bajo los pinos, con ovejas y cabras, más tarde por las políticas gubernamentales de extinción de fuegos siempre que fuera posible. Pero un bosque que no sufre incendios de baja intensidad periódicos se hace más denso, crece hierba y maleza y se acumulan los detritus de los árboles: un lugar ideal para un incendio. Una tierra quemada difícilmente la colonizan los árboles en competencia con los arbustos, más poderosos en ese medio. Así que se producen dos fenómenos: un bosque apretado, con maleza y madera en proceso de pudrición pasa de absorber CO2 a generarlo; y las especies que colonizan los terrenos quemados más que absorben CO2 lo producen.

La conservación de los bosques se ha convertido en un problema de salud pública. Ellos son los principales conservadores de una atmósfera favorable para la vida del ser humano. Pero la política forestal la pone en peligro. Por un lado la deforestación masiva, tanto para aprovechar las tierras para otros fines como para replantar con especies menos beneficiosas como la palma en las selvas tropicales.

Pero más importantes son los incendios. Por sí mismo son una agresión brutal a la atmósfera que tiene que absorber las ingentes cantidades de CO2 y otras substancias resultantes de la combustión, muchas cancerígenas, todas irritantes del sistema respiratorio y algunas causantes de enfermedades cardiovasculares. Además contribuyen en sí mismos al calentamiento de la atmósfera que se incrementa por el efecto invernadero facilitado por el CO2 producido. Un bosque quemado es durante muchos años es un neto productor de CO2. Añadido a esto, las sequías hacen que los bosques sean menos eficientes en su absorción.

En el balance entre absorción y emisión de CO2, hoy todavía los bosques absorben pero hay una amenaza sería un cambio de la balanza. Bosques que sufren el estrés del calor y la falta de agua consecuencia del cambio climático. Substituir un equilibrio de la naturaleza por otro puede tener consecuencias graves, como así ocurre.

¿Qué hacer? Un experto, el Dr. North, publicó en Science recientemente un artículo en el que defiende una política consistente en aclarado y quemas controladas. Esto haría que los incendios casuales, o provocados, fueran de baja intensidad y solo quemaran la superficie de los árboles robustos sin poner en peligro su supervivencia a la vez que se desharían de la maleza que es un obstáculo para el crecimiento del árbol y facilita la propagación y mantenimiento de los incendios. Pero supongo que la solución no es fácil y que cualquiera tiene aspectos favorables y perjudiciales. Lo que está claro para mí es que aunque no sea del preciso ámbito de la incumbencia de la salud pública, ni en este campo se encuentren los expertos, desde esa instancia se debe exigir la realización de estudio serios, incluidos los experimentales, y la puesta en práctica de medidas sensatas, como las apuntadas, lo antes posible.

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