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Mortadelo se disfrazó de Astérix

En su medio siglo, los detectives de Ibáñez sacian por su cadencia y su repetición y los galos recuperan fuerza con la poción mágica de un dibujante que se divierte

Mortadelo se disfrazó de Astérix

Astérix y Obélix y Mortadelo y Filemón están en la memoria y el gusto de muchos menores de sesenta años y siguen queriendo entrar en la de los más jóvenes. El 22 de octubre pasado se puso a la venta en toda Europa El papiro del César, la aventura 36 de Astérix. El 4 de noviembre salió ¡Elecciones!, el tomo 179 de Mortadelo y Filemón en España.

Los personajes se llevan un año de diferencia. Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936) creó a sus detectives en 1958. René Goscinny (París, 1926-1977) y Albert Uderzo (Fismes, Francia, 1927) a sus galos en 1959. Aunque posterior (¡y tan francés!) Astérix influyó mucho en los chapuceros detectives españoles.

Mortadelo y Filemón empezaron como la enésima parodia de detectives a lo Sherlock Holmes -tan lejana como cabe esperar de la cabeza de Ibáñez-, a lo largo de los sesenta modernizaron algo su aspecto pero no desarrollaron su mundo de la TIA, el superintendente Vicente, el profesor Bacterio y las aventuras de 44 páginas hasta que la editorial Bruguera -reina cruel de los tebeos de humor y aventuras, de las novelas de Marcial Lafuente Estefanía y de Corín Tellado- sacó la revista Gran Pulgarcito como un tebeo con historietas francesas y españolas, éstas últimas hechas a la manera franco-belga. Bruguera hizo sobre la revista española Pulgarcito (fundada en 1921) su Pilote, un semanario francés creado en 1959.

En Bruguera hacía tiempo que se les decía a los dibujantes que imitaran a Ibáñez. A partir de Gran Pulgarcito se le pidió a Ibáñez que imitara a los franceses. Así salió El sulfato atómico, la primera y, acaso, mejor historieta de Mortadelo y Filemón, donde el expresivo estilo de Ibáñez se acercó a un terminado con las calidades de lujo del belga André Franquin (1924-1997), el artista que mejor desarrolló Spirou y Fantasio y que creó a "Gaston Lagaffe", ese desastroso ordenanza de la editorial al que tanto se parece el botones Sacarino de Ibáñez.

Astérix, como el teniente Blueberry, Michel Tanguy y Aquiles Talón, era editado en España por la editorial Bruguera (después de unos primeros años en manos de editorial Molino). Todos esos personajes procedían de Pilote, que había sido fundado por René Goscinny, Albert Uderzo y Jean-Michel Charlier (el creador de Blueberry), entre otros, y se estaban haciendo famosos en media Europa, superventas en la revista y en su recopilación posterior en álbum. De la escudería de Pilote el personaje de más éxito era Astérix, cuyos álbumes acababan de desbancar al principal personaje de cómic europeo, Tintín, algo que le costó aceptar a Hergé y que basculó hacia Francia el peso de los tebeos franco-belgas.

Había un mercado en los álbumes tipo francés, con sus 44 páginas en color y sus lujosas portadas de cartón plastificado. Bruguera quería meter en ese mercado a Mortadelo y Filemón. Ahora, 45 años después, es el formato estándar en el que se publica el cómic en francés (la bedé) y el más fuerte del europeo. Astérix consolidó un formato.

Gran Pulgarcito no funcionó pero Mortadelo y Filemón se convirtieron en un fenómeno y la editorial Bruguera sacó en 1970 sus primeras recopilaciones y el semanario Mortadelo, donde el personaje de los mil disfraces tenía su portada y sus aventuras interiores junto a buen cómic juvenil de entonces.

(Mientras tanto, Pilote, después de una revuelta de su plantilla de artistas jóvenes poseídos por el espíritu de mayo del 68, se había hecho mensual, adulta, experimental y algo más aburrida).

Hay más parecidos en la vida de los personajes franceses y españoles. También Mortadelo y Filemón se exportaron (fueron un fenómeno en Alemania). También han tenido películas de animación y de actores que han ido de peor a mejor, como las de Astérix.

Pero las diferencias aclaran más las cosas. Goscinny es un gran humorista europeo. Es el escritor de los cuentos del Pequeño Nicolás, el mejor guionista que tuvo Lucky Luke y el creador de la aguda Iznogoud. Fue un gran editor y ojeador de artistas.

Uderzo es un gigante del dibujo de humor -y buen dibujante realista, como mostró en Michel Tanguy. Es capaz de situar en escenarios muy bellos y rigurosos acciones desopilantes y también matizadas actitudes humanas -la vanidad, la envidia, el afecto, la ternura- con un trazo simpatiquísimo.

Ibáñez es muy buen dibujante de humor y tiene una expresividad descacharrante pero limitada al disparate y el achatarramiento. Es muy fecundo haciendo gags absurdos y crueles con gatos, ratones, gusanos...

Astérix, aún en los años sesenta, los de mayor producción, siempre estuvo pensado, valorado, cuidado, bien tramado. Mortadelo y Filemón nunca dejaron de ser una muestra del estajanovismo viñetero de Ibáñez. Intentó hacerlos de otra manera en dos ocasiones. En el primer álbum y en las primera páginas del que sería el cuarto, Valor ¡y al toro!, cuando pretendió ser fichado por un mercado europeo que le sacara de Bruguera. No lo logró y aceptó su suerte: si al principio era el historietista que metía más chistes en sus páginas, en adelante fue el que más páginas podía hacer metiendo cualquier cosa. Así sigue en sus álbumes actuales, liberado hace muchos años de las desabridas condiciones autorales y económicas de Bruguera.

En los últimos años, además, se arrima a la actualidad. Los dos últimos álbumes tratan de Luis Bárcenas y de las elecciones del 20-D, y en ellos embute cualquier ocurrencia sin sindéresis satírica, siempre en el escarnio del calvo, del bajo, de la gorda junto a una sucesión de gracias (y desgracias) de palo y tentetieso.

Astérix sobrevivió mal a la muerte de Goscinny. El héroe enranció en la etapa -8 álbumes en 21 años- en la que Uderzo aparece como único autor acreditado. La nueva fase de Jean-Yves Ferri y Didier Conrad se inició mal en 2013 con Astérix y los pictos pero el último álbum, El papiro de César, trae una esperanza de viejos sabores. Aunque rigurosamente mimético de Uderzo, Conrad disfruta en el dibujo y se nota en las alegres nuevas maneras de zurrar a los romanos y en la frondosidad de los escenarios. Ferri recupera el aroma a Goscinny en una trama de cultura de bachiller con latín, actualidad y anacronismos y también en ese atormentar a Obélix con la doble imposición de comer menos jabalíes y evitar los conflictos.

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