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Desigualdad y filantropía

Desigualdad y filantropía

Son famosos los llamados barones ladrones, ese pequeño grupo de empresarios arriesgados y depredadores que en los últimos años del siglo XIX y principios del XX crearon una industria potente en EE UU a la vez que acumulaban una riqueza sin precedentes. Riqueza que decidieron compartir mediante fundaciones que todavía hoy son emblemáticas: Ford, Carnegie, Rockefeller por mencionar solo tres. Precisamente Andrew Carnegie, el barón del acero, en su Evangelio de la riqueza de 1889 decía que la desigualdad, que ellos habían contribuido a crear y mantener y que entonces era escalofriante, es una consecuencia inevitable del sistema de libre mercado, deseable por otra parte pues la promesa de riqueza incentiva el trabajo duro. Concluía que mediante la filantropía se suaviza la ansiedad social generada por la desigualdad sin poner en peligro el mercado. Ese era, y es, el papel de las fundaciones.

La OCDE, una organización que defiende el mercado, nos advierte de que tal como está funcionando ahora crea una desigualdad que lo pone en peligro: el aumento en la desigualdad de ingresos entre 1985 y 2005 redujo en 4.7 puntos porcentuales el crecimiento acumulativo entre 1990 y 2010. España es un desafortunado ejemplo: es el país con más desigualdad entre ricos y pobres de esta organización. Según sus datos de mayo de 2015 "los ingresos reales del 10% más pobre de la población disminuyeron de un 13% al año entre el 2007 y el 2011, comparado con una baja del 1.4% para el 10% más rico" . Más abajo parece que nos dicen por qué: "Las reformas fiscales introducidas entre el 2007 y el 2012 han reducido las prestaciones sociales de manera considerable y han incrementado los impuestos"

La filantropía no es suficiente o quizá incluso sea contraproducente. Así se expresa en un valiente artículo Darren Walker, presidente de la Fundación Ford. Fue precisamente Henry

Ford el primero que se dio cuenta de que para crear riqueza se precisan compradores. Puso en marcha la producción en cadena, el famoso modelo T. Pero si aumentaba la productividad tendría que haber más compradores. Con los salarios de hambre que se pagaban era impensable: subió el sueldo. De esta forma entramos en la sociedad de consumo, una sociedad en la que gastar es moralmente lícito y beneficioso pues crea trabajo. Ahora bien, si se empobrece a grandes masas de población el sistema quiebra. De ahí el perjuicio primario de la desigualdad.

Este mundo en el que ahora vivimos, con sus evidentes injusticias, es quizá el mejor nunca vivido. Por ejemplo, la pobreza se ha reducido a niveles nunca vistos, menos del 10%, alcanzando el objetivo del milenio anterior. A la vez las expectativas nunca han sido tan altas, las migraciones masivas muestran la inconformidad con el destino. Para solucionar estos problemas no bastan las obras de misericordia, necesarias cuando la situación llega a ese extremo pues dar de comer al hambriento o vestir al desnudo es obligado. Lo importante, como dice Walker, es preguntarse por qué ocurren y cómo evitarlas. La filantropía está bien pero no puede ocultar las circunstancias que la hacen necesaria, decía Lutero King. La Fundación Ford , según Walker, centrará sus esfuerzos en estudiar y buscar solución a las desigualdades, no solo en riqueza, también en las injusticias políticas. En definitiva, escuchar a los que arrojan más luz sobre el problema y entender mejor la cultura y la sociedad que componen la desigualdad y limitan las oportunidades.

Hay que celebrar este cambio de actitud que refleja una sociedad diferente a la que vivía Carnegie cuando consideraba la desigualdad necesaria para el funcionamiento del sistema. No sé si será suficiente para frenar o compensar los intereses de tantos poderosos que se benefician del estado actual de las cosas. Todavía hoy muchos economistas y políticos defienden la acumulación de riqueza por unos pocos para que en el cercano futuro redunde en los muchos: se pide a pobres y trabajadores que se sacrifiquen por el futuro de sus hijos. Pero son cada vez más los que dudan o niegan ese efecto. Para la OCDE aumentar los puestos de trabajo atípicos, España es campeona en esto, puede ser un trampolín para el empleo pero a la vez contribuye a generar más desigualdad. Y lo que es peor, en mi opinión, es una indignidad. No hay mejor fórmula para crear una sociedad sumisa y resignada que la despersonalización: destrozar todo atisbo o esperanza de proyecto vital. Eso se logra con los empleos basura, eso estamos haciendo con nuestros jóvenes después de gastar sumas enormes en prepararlos, en crearles unas expectativas que la realidad frustra. Ante ese estrés tienen tres opciones, largarse a otro país,luchar para cambiar la situación, una losa que supera sus fuerzas, o adaptarse dejando a un lado la dignidad.

La OCDE ha denunciado la desigualdad como uno de los más importantes problemas del siglo XXI, a ello ya se ha sumado la Fundación Ford. Entramos, espero, en una nueva era.

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