La Provincia - Diario de Las Palmas

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historia

El colegio salesiano

La familia salesiana celebra los 92 años de su establecimiento en Las Palmas de Gran Canaria y festeja el 200 aniversario del nacimiento de San Juan Bosco

Don Alejandro Hidalgo, flanqueado por los primeros alumnos del centro, dos pequeños hermanos huérfanos de La Isleta.

Varias efemérides salesianas coinciden este 2016 con los 92 años de su establecimiento en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, y por ello rememoramos los antecedentes históricos de la fundación del emblemático colegio, justamente hoy, día 31, festividad de San Juan Bosco.

Las huertas de Santa Catalina pertenecían en el siglo XVII a un acaudalado terrateniente canario llamado José de Melo. En la amplia parcela, de unos 300.000 metros cuadrados, sólo se encontraba instalada una antigua y destartalada ermita fundada por los mallorquines antes de la conquista, razón por la que desde entonces se conoció el lugar por la vega y huertas de la santa mártir egipcia del siglo IV, y una amplia casa de labranza a la vera del oratorio en cuyo cortijo la familia solía pasar los veranos. El propietario tenía la obligación de encargarse del pequeño templo, "para su decencia y reparos". Tenía la llave, y otro de sus compromisos era el de atender las esporádicas celebraciones litúrgicas, especialmente la función de la festividad de Santa Catalina de Alejandría.

Por escritura del 1º de marzo de 1734 el dueño vende a Francisco Cáceres Alvarado el extenso patrimonio. El nuevo hacendado poseyó el predio por espacio de unos veintiséis años, y por su testamento del 23 de noviembre de 1760 lo hereda su sobrino José Hidalgo Cigala, un abogado de la época. Casado el letrado en dos ocasiones y sin hijos, a su muerte dejó todos sus bienes a su también sobrino, el capitán don Pedro Bravo de Laguna, en cuya extenso patrimonio entraba la totalidad de las huertas de aquellos arenales, también conocidas como el llano del Polvo. Con aquel motivo se valoró el predio, tazándolo los peritos en 3.546 pesos y cuatro de plata, más la agregación de 17 pesos por el valor de los muebles que se encontraban en la hacienda. Los linderos que se aportan en este momento se señalan: por el Naciente, con el camino real que va al Puerto de las Isletas; por el Sur, el barranquillo que divide dicha parcela con la hacienda de don Tomás Eduardo (abuelo de Cayetano de Lugo, su heredero); por el Poniente, con las entonces llamadas lomas y jables de las Rehoyas y sus correntías de aguas, de tres millones de metros cuadrados, perteneciente al municipio de San Lorenzo, que eran propiedad de Simón de Ascanio, gobernador de las armas de la isla, y por el Norte, con el barranquillo de las Alcaravaneras, cuyo límite llegaba a la hoy calle de Rafael Ramírez, en donde se encuentran emplazadas la iglesia anglicana, la clínica Santa Catalina y el Colegio de las Reverendas Madres Dominicas, que lindaba con las tierras de don Pablo de Castro, luego heredadas por sus nietos los Béthencourt Castro y Béthencourt Sánchez-Ochando.

En la partición de los bienes del citado don Pedro Bravo de Laguna, verificada en abril de 1818, las huertas de Santa Catalina recayeron en tres de sus hijos varones: José, Pablo y Jacinto, quienes, nada más heredarlas, las dividieron, adjudicándose cada uno una porción de once fanegadas independientes para ponerlas a la venta. El principal rematador que se adjudicó el grueso del extenso predio fue don Leonardo Sánchez Padilla, un comerciante de saneada prosperidad y fortuna que adquirió aquellos terrenos por la cantidad de 16.083 reales y once y un tercio de maravedíes (7.719,84 pesetas de antes)-dice la escritura. Don Leonardo estaba casado con doña Concepción Rodríguez Riaño, de cuyo consorcio solo nació Catalina, que desde 1832 estaba desposada con José Nicolás Cabrera Padrón y la pareja con sus numerosos hijos eran los que disfrutaban aquella hacienda a lo largo de 33 largos años. El imprevisible destino hizo coincidir el fallecimiento de padre e hija en menos de cuatro meses, pues don Leonardo murió en enero de 1865 y su hija le siguió al sepulcro el 5 de mayo siguiente. Estos imprevistos decesos originaron que los hijos de Catalina heredaran directamente a su abuelo a través de una histórica y legendaria testamentaría.

En el reparto de los hermanos las huertas de Santa Catalina beneficiaron a Dolores, Pedro, Pino, Juan, José y María Isidro Cabrera Sánchez, el grupo que será el que luego fue vendiendo sus participaciones segregadas a numerosos compradores, muchos ingleses de la colonia establecida en la ciudad, como mister Wood, mister Blandy, mister Sigurd K. Berg, mister Ridpath, mister Fife Miller, mister Pinnock, "mesié" Carló y otros súbditos británicos que fabricaron en sus respectivas parcelas viviendas de estimación y los hoteles Santa Catalina, Metropol y Bellavista, rebautizándose por ello el sector como el "barrio inglés de los hoteles". Para la asistencia de tanto anglosajón residente en aquellos contornos se levantó la iglesia anglicana de la Santísima Trinidad, y se dotó la zona de canchas de tenis, cricket y golf, abriéndose en la demarcación un selecto club inglés para el ocio y relaciones de sus vecinos. Todas estas mejoras fueron emprendidas por las compañías mercantiles "Blandy Brothers" y "The Canary Island Company", sociedades que fueron las que construyeron el primitivo hotel Santa Catalina.

Las nuevas ventas, adjudicaciones y construcciones le van proporcionando a las huertas las instalaciones de servicios, sobre todo las relativas a las conducciones de aguas para el abastecimiento, mantenimiento y riego de las heredades y sus jardines. Se fabrican estanques de argamasa, pozos, alpendres, establos, gallineros, gañanías, cuartos de estufas y carboneras, y se abre, además, un balneario de aguas termales que se rotuló con el nombre de la santa de Alejandría.

El Colegio

La historia se inicia al quedar viuda la marquesa canaria de la Quinta Roja, doña María de las Nieves Manrique de Lara y del Castillo. Al morir el esposo de esta dama, sin hijos, determinó ingresar como pensionista en el afamado colegio del Sagrado Corazón de Barcelona, regentado por monjas francesas que instruían en sus estancias a las señoritas de la alta burguesía española.

Inteligente y dadivosa, doña Nieves observaba en la Ciudad Condal la calidad educativa que se adquiría en aquel centro de religiosas y echaba de menos que en Canarias no hubiese un centro similar para que educara a las damiselas de la buena sociedad insular. Esta preocupación la mantuvo siempre, y a la hora de tener que regresar nuevamente a Las Palmas para hacerse cargo del patrimonio que heredaba de su familia, desde Cataluña trajo el propósito de que en nuestra ciudad se estableciera un Colegio del Sagrado Corazón regentado por aquellas insustituibles mujeres. Ella misma se encargó de buscar el emplazamiento adecuado para la instalación del colegio e indica la zona de Arenales, en el sector conocido hoy por Lugo, en donde estaba ubicada la hacienda de Don Cayetano. Pero una vez que llegaron desde Barcelona las monjas para comenzar a desarrollar la fundación, observaron que las parcelas señaladas por la marquesa no reunían las condiciones que aspiraban las religiosas, pues ellas habían insinuado que la casa a construir se rodeara de extensas huertas y jardines, al estilo de las otras residencias de la Comunidad, y se preocupaban que alrededor de la instalación se levantasen altos muros que dificultasen los posibles asaltos del exterior y para evitar que pudieran producirse huidas de alumnas depresivas. La desértica zona propuesta se encontraba en terrenos poco habitados, sin luz, y frecuentada por malhechores en su ir y venir hacia el Puerto de las Isletas y al barrio poco edificante de Molino de Viento. Por aquellas fechas se había asesinado en las cercanías de aquel literal a mister Blandy, y habían ocurrido otros episodios con resultados trágicos.

Algo más alejado en dirección hacia el Puerto de La Luz se alzaba el Hotel Santa Catalina, construido unos años antes por las compañías británicas. La ubicación de aquel establecimiento y las extensas parcelas que quedaban libres a su alrededor pareció señalar la zona adecuada para levantar el Colegio del Sagrado Corazón.

Por iniciativa de la citada aristócrata isleña las religiosas estudian la posibilidad de fundar casa en Canarias, pero numerosos obstáculos y tropiezos van demorando aquel propósito.

Sin embargo, acontecimientos ocurridos a finales del siglo XIX, como fue la pérdida de la Isla de Cuba, que originó el regreso al Archipiélago de numerosas familias españolas pertenecientes a una burguesía acomodada, así como el paulatino avecindamiento de jóvenes de la colonia británica y la relación de otras procedencias relacionadas con el vecino continente, aceleraron el proyecto, pues la Orden quería tener su presencia cerca de África.

A estos fines llegaron en 1903 dos hermanas de la Congregación del Sagrado Corazón para encargarse de la fundación, sobresaliendo la superiora catalana, María Teresa de Jesús Echániz; incluso traían la idea de instalar otro análogo establecimiento en la ciudad de Telde, ya que tenían buenas referencias de este lugar, de su clima y de la "higiene que se respiraba en sus jardines".

Una vez asentadas, las religiosas comienzan a visitar los emplazamientos propuestos por sus colaboradores. Se aceptan, finalmente, como queda indicado, las huertas de Santa Catalina. Las compraventas son de gran laboriosidad, pues para forma el lote de la fundación se tienen que adquirir unas trece fincas independientes, la mayoría de los citados hermanos Cabrera Sánchez, y de sus sobrinos Francisco y Leonardo Blanco Cabrera. También adquieren heredades de los hermanos Jerónima y José Fernández Vernetta, que previamente habían adquirido de los anteriores ciertos solares. Todas estas transacciones se extienden ante el notario de la ciudad, Agustín Millares Cubas, entre 1903 a 1904, y el precio global se ajusta en 98.305 francos franceses, que en pesetas, aclaran las escrituras, son 130.450 (783,00 euros actuales). Se encargará de entregar a los vendedores este importe, en moneda de Francia, en nombre de la congregación del Sagrado Corazón, el conde consorte don Fernando del Castillo, el cual estaba facultado para ello por el poder que le confiere sor María Ana Angelica Robinet de Clerus, madre superiora vicaria de los conventos del Sagrado Corazón de España.

Una vez obtenido el terreno, el arquitecto Fernando Navarro y Navarro comienza a confeccionar los planos de la edificación y ya los tiene terminados en diciembre de 1904. Como quedó expresado, las monjas tienen mucho interés en indicar al artífice que proyecte altos muros con bellas puertas de entrada y salida para asegurar los entonces frecuentes asaltos de estos amplios y alejados recintos de jóvenes internadas para su educación. La infanta Eulalia de Borbón, hija de Isabel II, distinguida pensionada en el Colegio de París, solía recibir a un caballero que accedía a sus habitaciones saltándose furtivamente por las verjas de los frondosos jardines.

A principios de 1905 ya se empieza a tramitar el expediente. Anecdóticamente, las monjas, en su afán de comunicar a las máximas autoridades canarias la vasta empresa proyectada, comienzan sus exposiciones enviado una instancia al Gobernador Civil de la provincia, don Joaquín Santos Ecay, el cual de manera inmediata se dirige al alcalde de Las Palmas, Ambrosio Hurtado de Mendoza, para indicarle que la autorización era de su competencia.

Nada más entrar la instancia en el consistorio comienza a moverse el negociado de ornato y fomento para diligenciar las licencias. Se pronuncia favorable el arquitecto municipal Laureano Arroyo y Velasco. El concejal Juan Bautista Antúnez Monzón lleva el expediente y los planos a la sesión del 31 de marzo de aquel año de 1905. El secretario municipal, Antonio Artiles Gutiérrez, informa de los derechos que las monjas tienen que satisfacer a las arcas públicas.

Todo está listo para empezar a levantarse el edificio. Pero de pronto interviene el Cuerpo Nacional de Ingenieros de la Provincia, a quien le compete el negociado de Caminos, Canales y Puertos, y que está encargado de la conservación de las carreteras, porque quiere proceder a examinar el solar en que se proyecta construir el colegio. El ingeniero encargado es don Orencio Hernández Pérez. Personado en aquel lugar y practicado el reconocimiento, dice que no hay inconveniente en que se proceda a la edificación, pero bajo varias condiciones, que son relativas a la alineación paralela con la carretera y a que no se permitirá depositar materiales sobre la misma a fin de que la vía se halle siempre expedita.

Inaugurado el colegio, las crónicas llegan a señalarlo de que estaba a la altura de los mejores de Europa. En sus aulas se educan, como ha quedado referido, las jóvenes de la alta sociedad grancanaria. Sus enseñanzas, exámenes, conferencias y actos religiosos y académicos los reseñan la prensa con gran relieve, y no hay viajero de prestigio que pase por Las Palmas que no visite sus instalaciones.

La liquidación del edificio

Tras la Primera Guerra Mundial de 1914 y la infecciosa gripe europea de 1918, que atemorizó a la población, el Colegio de Señoritas del Sagrado Corazón de Jesús se va quedando vacío. Su alejamiento entonces de la capital y lo temeroso de acudir a él por las epidemias y los contagios, hizo decidir a las reverendas madres que lo administraban que se ausentaran de la isla. Su última superiora es sor Rosa Bonafós Bermejo. El vetusto Colegio se cierra a finales del curso de 1923 y el edificio se pone a la venta por la cantidad de 750.000 pesetas. Las causas irrevocables que se alegan en el vecindario por haber tomado tan trágica determinación obedecen "a que es debido a la falta de personal para cubrir las plazas de profesores".

Al tener conocimiento el Cabildo Insular de Gran Canaria del cierre del colegio, el presidente de la corporación, Francisco García y García, tiene el propósito de adquirir el edificio en venta para que siga prestando los servicios benéficos que mejor se adapten a las condiciones de aquel recinto. Pero la institución carece de la alta cantidad de dinero exigida. También es deseo de la corporación realizar gestiones para que la comunidad de religiosos salesianos se establezca en Las Palmas para hacerse cargo de los niños asilados que pululan por las calles "entregados a sus instintos, adquiriendo vicios que, al arraigarse en sus tiernas almas, luego al crecer y llegar a hombres, se hace muy difícil sino imposible extinguir".

El Magistral don José Marrero

El anhelo que tuvo siempre el cura Marrero para lograr que los Salesianos se establecieran en Gran Canaria va a tener su inicio con las nupcias matrimoniales de su hermana Josefa Aurelia con don Alejandro Hidalgo Romero. La boda se celebra en la iglesia de Santo Domingo en 1916. Su implicación ahora con su cuñado, del que era asesor y albacea testamentario, facilitará la operación. La familiaridad del parentesco con su hermano político va ahora a allanar las dificultades económicas, pues don Alejandro no tiene descendencia legítima a quien dejarle a su muerte su extenso patrimonio y el sacerdote perseverará hasta lograr que su acaudalado cuñado destine sus bienes en obras de beneficencia.

La oportunidad se puso de manifiesto cuando las monjas deciden vender el Colegio. El Cabildo no lo puede adquirir por falta de liquidez. En la ciudad entonces no hay muchos mecenas con fortuna que puedan desprenderse de sus bienes. La reciente guerra mundial ha diezmado el comercio y las relaciones mercantiles y, además, en la población proliferan las familias numerosas a cuyos hijos hay que educar y mantener. Solo dos patricios acaudalados y generosos sin hijos pueden permitírselo, don Alejandro y don Santiago de Ascanio y Montemayor.

Los Salesianos

A los efectos de aceptar la compra y fundación llegó a Las Palmas desde Sevilla en 1923 el comisionado padre salesiano, don Guillermo Viñas Pérez, inspector y representante en la capital bética de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales. Quiere informarse de la situación y decidir la viabilidad del proyecto. Expone las especialidades de su comunidad, destacando las enseñanzas y la fama universal que gozaba la Compañía en Europa y América. Indica que podrán instalarse máquinas y talleres para que los alumnos aprendieran artes y oficios, entre cuyos estudiantes -manifiesta el salesiano- "se contará desde luego con los asilados y todos esos niños pobres que vagan por calles, playas y muelles entregados a raterías y otros excesos".

La exposición salesiana fue recibida en Las Palmas con general beneplácito por la población, y de inmediato los dos mecenas señalados ofrecen la alta cantidad de dinero para cooperar a que la humanitaria obra se llegase a materializar

Ante el notario don Luis Suárez de Quesada, don Alejandro extiende la escritura de compra el día 27 de septiembre de 1923, y en el instrumento queda reflejada la adquisición del edificio con todos sus accesorios, entre los que se encuentran 12.950 metros cuadrados de solar colindante con la mansión de los ingleses señores de Blandy (hoy residencia de oficiales del Ejército de Tierra), y por el Sur con terrenos pertenecientes al Hotel Santa Catalina. Ante el mismo fedatario, don Alejandro otorga cuatro meses después (26 de enero de 1924) escritura de fundación y donación a favor de la referida Pía Sociedad de San Francisco de Sales, con exención de impuestos, para que en cuyo edificio se instalen las escuelas de los Padres Salesianos.

Un busto de Don Alejandro Hidalgo se encuentra adosado a la fachada principal del edificio como recuerdo y agradecimiento de su obra. En la escritura de fundación había dispuesto que quería ser sepultado en el panteón que se encuentra bajo el altar mayor de la parroquia adjunta. Pero un imprevisto percance truncó aquel anhelo. Don Alejandro apareció muerto en su despacho de la calle Canalejas a consecuencia de un misterioso disparo en la cabeza la mañana del 16 de junio de 1930. Ante la incertidumbre de aquel suceso, y gracias a las instancias de su cuñado el presbítero, solo se pudo enterrar envuelto en cal en una zona común del cementerio católico de Las Palmas. La imposibilidad de localizar sus restos ha evitado a sus allegados cumplir aquel postrero deseo.

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