La Provincia - Diario de Las Palmas

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Amar en ciudades de ensueño

París, Venecia, San Francisco o Las Vegas son algunos de los puntos cardinales en la geografía amorosa

Emblemático monumento diseñado por Fréderic Baron, con la voz "Te quiero", en 400 idiomas, en la plaza de Abbesses en París.

"Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos", señala Pere Gimferrer, en simétricos planos reversibles. Tan inconmensurables como el mar o tan determinados como la isla de Citerea, a la que se embarcan sin remisión los amantes, esos símbolos están necesariamente referidos al espacio. ¿Quién no atesora su propia geografía del amor, con paisajes y rincones venerados? Es lo que el filósofo Gaston Bachelard ha llamado la "topofilia" sagrada que nos constituye, desde espacios a la intemperie a recovecos íntimos, capaz de organizar nuestros afueras y nuestros adentros. De hecho, desde los amantes de Teruel o de Verona, o los jóvenes guanches Jonay y Gara -de cuya inmolación brotó el parque de Garajonay, en La Gomera-, a la Salamanca de Calixto y Melibea o Las Bahamas de Pe y Javier Bardem, el amor es siempre cosa de tres: los dos amantes y el lugar en que se escenifica el encuentro. Hasta tal punto es determinante el recinto en que se celebra el amor, que éste continúa, muchas veces, a la espera, más allá de las vicisitudes de los amantes, como sucede con Venecia sin ti o el París que aún aguarda la anhelada reposición del beso de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en el aeropuerto de Casablanca...

Nada hay más difuso, desde luego, que la experiencia del desamor, conminándonos, por ejemplo, a acorazarnos con instrumentos bélicos para seguir a Adelita en brazos de otro "por tierra y por mar...". En cambio, la experiencia del amor -por más que se corresponda con una geografía subjetiva- sí cuenta con sus lugares totémicos. Desde el amor-pasión al amor-consumo, desde la reafirmación de un amor longevo al estreno de un amor efímero, para degustar un manso amor o darle rienda suelta a un amor-fou, he aquí un posible mapa con puntos cardinales para el 14-F; lugares donde Cupido acostumbra a disparar su flecha en la entraña de pléyades de amantes. Los tiempos cambian, pero hay espacios que permanecen. De amar en tiempos revueltos a amar revueltos en lugares de ensueño...

París no se acaba nunca. Ningún instrumento más universal para medir el amor que el metro de platino iridiado que se conserva en París. Es posible que las cigüeñas no vengan de París, pero es, sin duda, la capital planetaria con mayor concentración de nidos de amor. Conocida secularmente como "ciudad del amor", sus iconos predilectos son un homenaje monográfico a l'amour. Desde el apasionado tándem medieval de Eloísa y Abelardo al célebre beso captado por la cámara de Robert Doisneau, que preside las inmediaciones del Ayuntamiento. O desde el beso esculpido por Rodin al clímax susurrante de las canciones de Édith Piaf. No existe tipología del amor habido o por haber que no posea su versión parisina. Un repertorio que abarca desde el kamasutra ejemplar de El último tango en París a poetas que sostuvieron legendarios amores platónicos hasta la extenuación, como Cyrano de Bergerac o Paul Eluard, quienes, aun sin correspondencia, son modelos de hombres que sí aman a las mujeres. El primero, como es sabido, redactando a su amada encendidas cartas para que las firmara un tercero; y Eluard, suplicándole a su ex el retorno durante años: reconociéndole a una Gala ya en brazos de Dalí su peculiar debilidad masculina: "Necesito tu desnudez para poder desear las otras". Es el París de la poliandría de Madame Sabatier, quien compartía su té con pasteles de cannabis, con los Baudelaire y los Gautier, en los reservados del hotel Pimodan, y el de grandes literatos del amor (Sade, Stendahl, Bataille, Cèline...) que, en realidad, buscan perfeccionar la receta culinaria del erotismo; como cuando clama Balzac: "El amor aborrece todo lo que no es amor". No por nada, junto a la plaza des Abbesses figura ese emblemático monumento, diseñado por Frédéric Baron, con la voz "Te quiero" en 400 idiomas...Y es que, sobre todo en materia de amor, París no se acaba nunca.

Venecia contigo. Aunque secularmente rivaliza con París en la ostentación del título de "ciudad del amor", en realidad, son complementarias: un paso más allá en la ensoñación que cabría imaginar Sena adentro; una mayor humedad y vaivén de góndola que sobrevendrá a los cuerpos en otra parte del mismo minueto del amor. El suelo veneciano es de musgo y agua, tan resbaladizo y bello como la dársena que aguarda, siempre a remo, a la levitación de los amantes. Su estructura de dédalo, con centenares de puentes y canales, emula los vasos comunicantes del amor; una guía para el extravío y el arte del reencuentro. La ciudad lleva en sus venas la más variada gama, desde el plusmarquismo aventurero del oriundo Giacomo Casanova -con su exhaustivo recuento de 132 medallas amorosas- a la pasión tardía de Gustav von Aschenbach, el célebre antihéroe de Muerte en Venecia, que persigue la belleza inasible del andrógino Tadzio. Desde la esclusa anhelante de Venecia sin ti a la consumación de los amantes más presentes, que tras el lento y trémulo vaporeto, corroboran, en el revuelo de las palomas de San Marcos, el punto álgido de su propio abrazo. La ciudad mortuoria de Ezra Pound incita a una vivencia del amor semejante al espíritu de su Carnaval, el único del mundo que, en vez de encubrir, realza y estiliza los rostros...

San Francisco: 'All you need is love'. En el enamoramiento, tiempo y espacio se dan la mano. A San Francisco le bastó con montar un festival bajo el rótulo de "verano del amor" (en 1967) para convertirse en un icono del amor mundial. A la vera del parque Golden Gate, cientos de miles de personas atendieron al reclamo de John Philips, que exhortaba a venir a San Francisco "con flores en el cabello". Desde más de 40 veranos antes de que Mikel Casillas y Sonia Carbonero exhibieran ahí la moviola de su amor, tras el triunfo del Mundial de Fútbol, las calles de San Francisco sirvieron de amplificador para este imperativo categórico de fama mundial: All you need is love. Fue primero la Meca de la contracultura y el movimiento hippy, para devenir luego en la capital del movimiento Gay. En la zona comercial del Gran Castro, junto a la barriada neurálgica de Haight-Ashbury, ondea la bandera del orgullo homosexual como un símbolo ineludible de esta ciudad con nombre de cóctel sonrosado. Antes de su oficialización como moderna patria de gays y lesbianas, su origen se adelanta, incluso, a la Segunda Guerra Mundial, cuando la Armada estadounidense la escogió como reserva de los soldados homosexuales, díscolos ancestros de "Haz el amor y no la guerra...".

Retozar dos veces en el mismo Río. "Todo está permitido, menos interrumpir una manifestación de amor", ha escrito Paulo Coelho, el emblemático escritor de Río de Janeiro, cuya alcoba mira privilegiadamente, a través de un inmenso ventanal, a la playa de Copacabana. La ciudad entera parece un climaterio para el amor. Crecida sobre la selva originaria, con su centro en los cerros y sus blancas playas legendarias a los pies, su magnánima morfología semeja la arquitectura de una pasión amorosa. Los mismos contrastes, entre los paisajes vertiginosos que se aprecian desde el cerro del Pan de Azúcar y el Cristo de la cima del Corcovado y los remansos de la arena cálida, que los mapas interiores en la fruición de un romance. "Oiga, qué cosa más linda, más llena de gracia", cantó Vinicius de Moraes a la cimbreante muchacha de Ipanema, esa "moza de cuerpo dorado", que es un monumento a la sensualidad de la ciudad. También lo son los curvilíneos dibujos de los mosaicos de la Avenida de Copacabana, un croquis elemental, en blanco y negro, de los cuerpos acoplados.

Love in Las Vegas. Si hay amores que matan, otros frenan la destrucción. ¿Cómo no recordar la entrañable historia de amor entre el etílico personaje de Nicolas Cage y la salvífica prostituta que encarnaba Elizabeth Shue en Leaving Las Vegas? También un motel en una selva de neones puede servir de tierno tálamo. Si el espectro es tan amplio como la definición que ofrece Luis-Ferdinand Cèline en Viaje al fin de la noche, "el amor es el infinito al alcance de los perros", hay lugares que, por impropios, resultan ser los más propicios. Para desmentir el refrán de `Afortunado en juegos, desafortunado en amores´, parece concebida esta ciudad dormitorio insomne, donde se vive el amor-exprés como antaño la fiebre del oro. Bastará poner a Elvis Presley por testigo, para celebrar matrimonio sin salir del automóvil. Y que el amor viene después, lo demuestran los personajes de Cameron Díaz y Ashton Kuchter en Locura de amor en Las Vegas, quienes, casi desconocidos entre sí, se casan en el curso de una borrachera, y comienzan a enamorarse, justamente, en los trámites de deshacer el entuerto. Las Vegas es el Beverly Hills de los amantes anónimos y transeúntes. Un apoteosis del ¡Oh noches en hoteles de una noche! que cantaran desde T.S. Eliot a Gil de Biedma.

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