"No dejes que la realidad te estropee una buena noticia" ha sido durante décadas la máxima del periodismo amarillo, un producto que vive de la hipérbole, el melodrama, e incluso los sucesos fabricados. El bautismo llegó por Yellow Kid, el personaje del popular cómic Hogan's Alley que el dibujante Richard F. Outcault publicó entre 1895 y 1898 en el New York World, diario propiedad de Joseph Pulitzer, y que se considera la primera de las tiras cómicas de la prensa.

Resulta irónico comprobar cómo Pulitzer, propietario de un periódico conocido por su falta de rigor y sensacionalismo proporcionó el epónimo para el premio de periodismo más respetado en los Estados Unidos. Pero hay otros ejemplos de blanqueo de imagen en el mundo de las grandes distinciones como es el de Alfred Nobel, que inventó la dinamita, y en la actualidad es conocido por el Premio Nobel de la Paz que se entrega en su nombre.

James Gordon Bennett, fundador del New York Morning Herald en 1835, fue el primer editor norteamericano en introducir el sensacionalismo en las noticias. Sin embargo hubo que esperar a la última década del siglo XIX para oír hablar de periodismo amarillo. En 1895, William Randolph Hearst, editor del San Francisco Examiner, compró el New York Journal y la misma mañana en que lo hizo comenzó una guerra de suscripciones con el diario de Pulitzer.

No había pasado un año y este último ya había respondido con un suplemento de color en el que Outcault dibujaba una tira cómica en la que destacaba como personaje principal un chico de rasgos achinados, dientes irregulares y sonrisa bobalicona que vestía un camisón amarillo y compartía refugio al sereno con otros personajes igualmente desaliñados en el callejón de Hogan. La gran popularidad de la historieta llevó a Hearst a bajar el precio de su periódico, contratar a Outcault y lanzar su propio suplemento. Yellow Kid se convirtió en el símbolo de la batalla entre los dos rotativos neoyorquinos.

Entretanto explotó la crisis de Cuba y de ella se extrajo el episodio más famoso del amarillismo. Los titulares aullaban más que enunciaban las supuestas atrocidades españolas. En una cobertura de la noticia, Hearst instrumentó el encarcelamiento de una joven, Evangelina Cosío y Cisneros, esposa de un rebelde cubano. La fértil fantasía sensacionalista inventó la historia de una muchacha que defendió su virtud con uñas y dientes en una mazmorra ante el acoso de un malvado coronel español. El melodrama alimentó la ira de la opinión pública estadounidense y movilizó a las damas que exigieron la libertad de aquella desgraciada. Nada de ello era cierto, lo negó la prensa seria y hasta el propio embajador en La Habana, pero, ya se sabe, no hay que dejar que la realidad estropee una buena noticia.

Una de las guindas de aquel excesivo e indigesto pastel llegó el día en que el dibujante, Frank Remington, comunicó desde Cuba que allí no había guerra que ilustrar y Hearst respondió: "Usted, ponga los dibujos, que yo pondré la guerra". Cuando el acorazado Maine saltó en pedazos en el puerto de La Habana, William Randolph Hearst se hallaba disfrutando de un día de campo y aunque la investigación dictaminó que la explosión se había debido a un accidente, sacó a relucir a Yellow Kid para denunciar a España y servir de detonante del frenesí de la guerra.

Si bien algunas de las prácticas eran por lo general escandalosas, los diarios tanto de Hearst como de Pulitzer influyeron en el estilo y el contenido de los periódicos de las grandes ciudades estadounidenses, así como también muchas de las innovaciones del periodismo amarillo, titulares de gran cuerpo, historias sensacionalistas, copiosas ilustraciones y color. Los suplementos, a su vez, invento de aquella carrera por asombrar y estremecer a los lectores, se han convertido en una característica permanente de cualquier cabecera en la actualidad.

Pero ninguna innovación vale lo que el desprestigio de la prensa amarilla le ha ocasionado al periodismo. Léan la última novela de Mario Vargas Llosa para comprobar su nauseabundo papel en el Perú de Fujimori o dense una vuelta por el anonimato digital de internet y comprobarán su terrible significado.