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Archivo histórico de la Semana Santa en Gran Canaria

La Pasión en blanco y negro

La Semana Santa fue durante muchos años una muestra férrea y autoritaria de entender la fe. Luto, velos y mantillas. No se podía cantar, ni reír, sólo existían el blanco y el negro. Y casi todo era pecado.

La Pasión en blanco y negro

En La Aldea de San Nicolás, el viernes santo se transformaba en un día de difuntos, en una jornada de silencios profundos. Los vecinos se metían en las casas esperando la hora señalada para acercarse a la iglesia y rezar. Todo lo demás estaba prohibido. Unos a otros, como guardianes impenitentes, se vigilaban tratando de evitar que tal vez el más descarado, la más pequeña de la casa, le diera por salir corriendo al patio o de forma inocente entonara una canción de moda, de inmediato alguien cortaba por lo sano este desliz, y sufría una agria reprimenda.

Casi como ocurría en la Comala de Rulfo, durante esa semana se tenía la sensación de estar bajo un cielo plomizo, "gris, aún no aclarado por la luminosidad del sol. Una luz parda, como si no fuera a comenzar el día sino como si apenas estuviera llegando el principio de la noche".

Arroz con leche

Contaba doña Juana Suárez, una vecina muy querida de La Aldea, que ni siquiera los pájaros se atrevían a salir de los nidos, por si aquel aleteo pudiera romper este hechizo. Doña Juana lo decía con pasión quizás sobrecogida por aquellos viejos recuerdos, en los que aún se veía como la niña formal que aceptaba sin rechistar las largas jornadas de rezos, y esa fe tan necesaria para no caer en la tentación de comer más de lo debido. En La Aldea lo habitual era comerse un arroz con leche o un huevo sancochado, y si la vecina no tenía se compartía.

La posibilidad de plantearse pagar una bula a la Iglesia y así comer carne era algo que no entraba en la cabeza de muchos canarios, lo malo para ellos es que habitualmente no podían darse este pequeño gran lujo.

Para doña Juana, igual que para todos los que vivieron gran parte del siglo pasado, la Semana Santa y sus prohibiciones fue uno más de los ritos que aceptaron sin hacer preguntas.

Sobre todo el jueves y el viernes santo eran días de silencio absoluto. En algunos pueblos se llegó a prohibir la circulación de los coches. En las iglesias no sonaban las campanas, y para llamar a los feligreses se utilizaba la matraca, una caja de madera que se golpeaba con un martillo y sonaba de una forma lastimera, más sosegada.

A Yolanda Castellano le gustaba la Semana Santa de antes, "a mí me la enseñaron así, era más recogida y sentida, no como ahora, que cogen un kilo de chuletas y se van a la playa".

Casi como si fuera ayer, se acuerda de las prisas que le entraban a su madre. Siempre le pedía a ella y a sus hermanas que hicieran todos los trabajos el jueves por la mañana, para después, ya por la tarde, no hacer nada, "y por supuesto los viernes santo eran sagrados".

Para Yolanda, Nievitas, Maribel y Carmencita, vecinas de La Aldea de San Nicolás, tener que ir vestidas de negro, y con un velo en la cabeza para entrar en la iglesia no suponía ningún esfuerzo. La realidad de aquellos tiempos, años cincuenta del siglo pasado, tenía poco de arcos iris. Como recuerda Nievitas, entonces "la gente o se vestía de canelo o de negro", tampoco había mucho más.

En el fondo, para estas trabajadoras incansables -desde los ocho o diez años ya estaban en el campo recogiendo tomates-, la Semana Santa casi representaba un intervalo de paz, de descanso, sin obviar su fe ciega, su religiosidad. Las procesiones de Semana Santa eran y siguen siendo para ellas una cita ineludible, esa mezcla de devoción y sentimientos de la que aseguran salen fortalecidas.

Un poco de historia

En este recorrido visual a través de las fotografías antiguas, algunas de 1905, que atesora la Fedac y que ofrecen un particular viaje en el tiempo por distintos municipios de Gran Canaria desde Santa Lucía a La Aldea con paso obligado por Gáldar, Telde, Teror y Las Palmas de Gran Canaria, las imágenes se repiten en una sucesión de instantáneas que dibujan una sociedad encorsetada, temerosa y tan lejana: mujeres enlutadas, con largas mantillas, hombres y niños vestidos de negro, y si la mirada se detiene en el fondo del encuadre se puede atisbar unos pueblos desvencijados, medio rotos, como era la realidad de la Isla hasta los años sesenta del siglo pasado.

La Semana Santa, al igual que ha ocurrido con otras celebraciones, también ha sufrido grandes cambios. Una mirada hacia los orígenes de esta festividad en la capital grancanaria la sitúan en 1478, cuando comenzaron a instalarse los primeros conventos de franciscanos y dominicos, quienes fomentaron el culto a la pasión de Cristo.

Antes de 1579 ya estaba establecida en la ermita de Vegueta una cofradía consagrada al culto del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, en la que los monjes se flagelaban mientras tenía lugar la procesión.

La religión siempre jugó un papel trascendental en la conquista de Canarias, y también en la reconversión de los aborígenes hacia el cristianismo, haciendo olvidar a través de otras celebraciones sus fiestas paganas.

En este periplo hay que destacar una figura incuestionable, un escultor canario que hizo mucho por el arte y en cierta medida ayudó a incrementar la devoción que llegaron a sentir muchos feligreses por determinadas imágenes religiosas, como la que despierta la Dolorosa de Luján Pérez.

Sobre esta virgen se cuenta que fue una petición expresa del entonces deán de la Catedral, Miguel Mariano de Toledo, al artista guiense. Una vez hecho el encargo, Luján empieza a trabajar en su nueva obra, y para el rostro de la Virgen se inspira en una niña huérfana, Josefa María Marrero que vivía en el barrio de San José.

El 25 de diciembre de 1803, la imagen de la Virgen de los Dolores estaba terminada y el deán Toledo decidió tenerla en su casa para colocarla luego en el retablo. Fue tal el reguero de feligreses que deseaban ver la imagen que el sacerdote tuvo que trasladar la talla a la Catedral, a la llamada capilla secreta, actual sacristía baja.

Pasados unos años, y a petición de los ciudadanos, la Iglesia se vio obligada a hacer una capilla más en la Catedral para acoger a esta Dolorosa. Como muestra de la importancia de la obra religiosa de Luján Pérez hay que señalar que de las veintisiete imágenes que recorren las calles de la capital durante la Semana Santa, trece fueron esculpidas por este artista.

La Quema de Judas

A pesar del tiempo transcurrido y los cambios que ha experimentado esta festividad religiosa todavía existen determinados actos que permanecen y que merecen un lugar destacado durante esos días. La famosa Quema del Judas de Teror es una vieja tradición que podría remontarse a épocas de la Inquisición española.

De lo que se tiene constancia es de que antes de la Guerra Civil se realizaba este acto en numerosos pueblos de Canarias y en la Península. Justo después de la vigilia Pascual, coincidiendo con la resurrección de Jesús se procedía a la Quema de Judas, lo que simbolizaba prender fuego a lo malo, lo perverso. Por la mañana, los jóvenes de la localidad pedían en los comercios telas y retales con los que fabricar un monigote, que por la tarde paseaban en un burro por las principales calles. El interior de este muñeco lo solían llenar de petardos, y al quemarlo, todo saltaba por los aires.

Después con la Guerra esta tradición se perdió en muchos lugares. En Teror han logrado mantener esta celebración que cada año logra reunir a un mayor número de seguidores. También se hace en algunos países de América Latina. En otros municipios como Artenara, Valleseco, Agaete se está tratando de impulsar esta vieja tradición.

El profesor de Historia y cronista de la Villa, José Luis Yánez, recuerda que hace algunos años, la Quema de Judas se realizaba en la Plaza del Pino de siete a ocho de la mañana, después de la entrada en el templo de la procesión del Resucitado, "pero hoy se hace de madrugada en la Plaza de Sintes, sobre la una o las dos del domingo. Los chicos alargan el paseo del monigote por las calles de Teror para que dure más esta fiesta".

Si bien antes de la Guerra el 'Judas' era un símbolo de lo malo, desde que se retomó este acto, los encargados de hacer el muñeco, cada vez de mayores dimensiones (ahora ya tienen que utilizar un camión para moverlo de un sitio a otro), han optado por quemar a personajes conocidos, muchos integrantes del llamado 'famoseo' de las revistas del corazón.

Así, en esta lista de personajes que han pasado por las brasas aparecen Pocholo, la Pantoja de Puerto Rico, Carlos de Inglaterra, Julián Muñoz, Farruquito, el "Chiquilicuatre", Urdangarín. A finales de los ochenta se llegó a quemar al mismísimo Ayatola Jomeini.

Este gigante, de varios metros, volverá a ser paseado por las calles del casco viejo del pueblo en un camión hasta la plaza de Sintes. Allí pasada la medianoche del sábado 26 de marzo arderá como símbolo del mal o la mezquindad. Después el Ayuntamiento organiza una verbena con la que se celebra el fin de la dura cuaresma.

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