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Caleta de Sebo: El mejor lugar para mirar al cielo

Caleta de Sebo: El mejor lugar para mirar al cielo

Desde el puerto de Órzola en Lanzarote salen los barcos que comunican con Caleta de Sebo, la capital de La Graciosa. El vaivén de la embarcación acompaña este trayecto minúsculo, que en ocasiones resulta inmenso, tan grande como el macizo que abriga al pueblo. Los días de mala mar el barco se eleva sin el menor respeto a las leyes de la física y parece que salta como una ballena. Una vez que se ve la silueta de la isla hasta la mar se calma y la entrada resulta sosegada. En el muelle siempre esperan algunos gracioseros, con sus sombreros de ala ancha, una pieza indispensable en un territorio tan abierto al sol más descarado.

Los extranjeros que visitan la isla por primera vez se quedan medio atolondrados, distraídos con el paisaje que les da la bienvenida: una hilera de casas pequeñas pintadas de blanco y las puertas y ventadas de azul marino. La playa, a dos pasos, y las calles de arena de jable que dan esa sensación de estar en un lugar distinto a todo lo visto.

Colorados como cangrejos, como pejes perros, los visitantes se disponen a adentrarse en este islote. Una hilera de taxis, jeeps reconvertidos, se preparan para ofrecerles la excursión con la que habían soñado.

Sasá Toledo reconoce que ella, al fin, descubrió su lugar en el mundo. Durante un tiempo llegó a sentir que estar todos los días en La Graciosa resultaba agobiante, siempre viendo las mismas caras, escuchando las mismas historias. Pero su marido, un enamorado de La Graciosa, terminó por mostrarle el camino.

"Todos los días salimos a caminar, nos sentamos en la playa y vemos el atardecer, entonces te das cuenta que suceden cosas increíbles, nunca hay dos atardeceres iguales, tampoco hay dos nubes iguales". Habla y de pronto lo que dice suena tan bien que dan ganas de salir corriendo y poder sentir esa misma sensación.

Sasá dice que aunque La Graciosa ha cambiado mucho hay costumbres que se mantienen como ir a la orilla en busca de sal. Después la meten en un saco y la dejan sobre la acera de la casa para que se seque al sol. La mejor sal hay que recolectarla entre los meses de mayo y junio. Como si fuera una fruta de temporada, los higos dulces que regalan las higueras de La Geria.

La Graciosa tiene espacios maravillosos, playas de arena fina de las que cuesta despedirse, pero las historias que guarda este islote encandilan. Tal vez por eso, cada vez hay más extranjeros que no sólo repiten, y alargan sus estancias, sino que terminan por comprarse una casa y quedarse para siempre en este territorio tan peculiar.

Cuando Sasá regresa a Caleta de Sebo, de uno de esos viajes que suele hacer lejos de Canarias, dice que ya desde que está sentada en el barco siente como el abrigo de la isla: "Siento ese soco, ya estoy en casa".

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