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los Rincones atractivos de canarias

Pueblos isleños con encanto

Tejeda, Teguise, Betancuria y Caleta de Sebo: cuatro pueblos canarios con muchas cosas en común, pequeños, blancos, silenciosos; una vez que se visitan, el paseante cae rendido ante lo que ve

Pueblos isleños con encanto

Desde lo alto, Tejeda parece una población recogida, abrigada, como si sus vecinos hubieran decidido abrazarse, acercarse tanto los unos a los otros, que allí abajo, en medio del frío habitual de la cumbre, todos necesitaran ese calor humano tan difícil de fabricar. Rodeados de montañas, del verde brillante que alimenta como la brisa, y oxigena los espíritus, este pueblo ha logrado lo inesperado: convertirse en paso obligado para senderistas, turistas accidentales y aquellos que simplemente quieran conocer algo más del corazón de la Isla.

Resulta complicado para cualquier población llegar a destacar ante la más sublime de las competencias, ahí aparecen sus guardines: Roque Nublo, el Bentayga y en los días claros, tal vez una de las mejores imágenes que puedan verse del Teide. Y a pesar de tanta belleza natural que rodea su entorno, al final siempre se termina por mirar hacia abajo, y al fondo espera, como diría Marquitos Sarmiento, "ese portal de Belén".

Los vecinos de esta localidad grancanaria se sienten satisfechos, orgullosos de haber aparecido en esa lista que los coloca como uno de los pueblos más bonitos de España. La sección El Viajero de El País hace una recopilación detallada en la que figuran poblaciones tan emblemáticas como La Alberca en Salamanca, Pedraza en Segovia, Santillana del Mar en Cantabria y también por la provincia de Las Palmas incluye a Tejeda, Teguise, Caleta de Sebo y Betancuria. Por Tenerife aparece destacado Garachico.

Tempestad petrificada

A principios del siglo XX, en una de las primeras visitas que hizo al Archipiélago, el escritor Miguel de Unamuno también se refirió al impacto que le produjo una excursión a la cumbre de Gran Canaria: "De mañana emprendimos la marcha a caballo, desde Teror, para ir a visitar el valle o barranco de Tejeda.. . Todas aquellas negras murallas de la gran caldera, con sus crestas que parecen almenadas, con sus roques enhiestos, ofrecen el aspecto de una visión dantesca. Es una tremenda conmoción de las entrañas de la tierra; parece todo ello una tempestad petrificada? Y la vista reposaba en aquella visión como en algo que careciese de materialidad tangible, como en algo que había surgido para recreo de los ojos y sugestión del corazón".

Para Unamuno aquella jornada fue inolvidable, y de hecho así lo dejó para la posteridad en uno de sus libros Por Tierras de Portugal y España.

Quizás para hablar sobre Tejeda, sobre su singularidad tampoco será necesario indagar en la literatura sólo hay que mantener una entretenida charla con uno de sus vecinos más longevos, Marquitos Sarmiento, en junio cumplirá 96 años.

Marquitos, le gusta que lo llamen así, nada de tratamientos extraordinarios, sigue empeñado en sacar adelante las papas que ha plantado en uno de los terrenos que tiene en Tejeda. Después, cuando cae la tarde y el sol cálido baja hasta acariciar las casas de su pueblo le gusta salir a la calle y charlar con los vecinos, "siempre hablamos de cómo nos va con las papas, los cereales, si las vacas siguen dando tanta leche, aunque al final terminamos enfrascados en la política". Sonríe socarrón, con esa media sonrisa que invita a seguir en esta conversación amena sobre los secretos de Tejeda. "la mejor época para venir aquí es enero, sobre todo si llueve temprano, entonces salen las flores de los almendros y esto es una maravilla".

Marquitos Sarmiento nació en 1920 en Cuba, hijo de emigrantes canarios, regresó al Archipiélago, y volvieron a su pueblo. En Tejeda se casó con Corina, "una muchacha muy guapa, porque aquí no sólo el pueblo es bonito, también hay mucha gente bonita". Aunque se casaron tarde, ella tenía 30 años y él 32, tuvo nueve hijos. "Pasamos necesidades, pero nunca hambre, y para que estudiaran los chicos me tuve que ir a Las Palmas, pero aquí siempre vuelvo unas tres o cuatro veces a la semana".

Marquitos explica que las casas en Tejeda se hicieron así, como si se abrazaran, para aprovechar el terreno, "la tierra buena era para plantar y las viviendas se hacían sobre las toscas". Seguramente pocos como él para hablar tan bien sobre una localidad de la cumbre grancanaria que en la que habrá que detenerse y mirar con tiempo.

Betancuria

En esta lista de pueblos imprescindibles, si se visita las Islas, también hay que pasar por Betancuria, la que fuera primera capital de Fuerteventura. Y también la primera ciudad fundada por europeos durante el proceso de conquista.

El famoso Jean de Bethencourt, del que toma el nombre, eligió este valle interior alejado de la costa y rodeado de montañas por razones estratégicas y también por la fertilidad de la zona, con manantiales de agua que permitían grandes extensiones de cultivo.

Betancuria fue durante muchos años un enclave de suma importancia desde el punto de vista militar, artístico y religioso. Los señores feudales se hacían sus enormes casonas en esta localidad, la iglesia construía ermitas y conventos. Con el paso del tiempo, a los ataques de piratas, que aniquilaron gran parte de sus construcciones, se suceden otra serie de decisiones políticas que acaban con su poder, pasando a liderar la gobernabilidad de la isla primero los coroneles de La Oliva y después la burguesía de Puerto Cabras.

A pesar de los avatares que ha sufrido esta villa señorial, Betancuria mantiene ese aire de nostalgia que envuelve a los pueblos principales, tal vez algo más achacosa, con casas de bella construcción demasiado envejecidas, iglesias sin techumbre pero con el encanto de saber que detrás de cada rendija, de cada ventana hay una historia que contar.

En la Villa viven hoy unas 150 personas, esto la convierte en una de las localidades con menor población de Fuerteventura. Sin embargo, esta característica no le resta atractivo, en realidad le proporciona una cualidad inesperada. Betancuria tiene un gran tesoro: una vez que se entra en sus posesiones se tiene la sensación real de estar viviendo en una especie de limbo virtual, el tiempo no pasa y las horas son apenas un vago recordatorio de lo que ocurre lejos de allí.

Cuando los vecinos se ven siempre se saludan y se preguntan por la familia, por la salud de los abuelos de la casa, y por este día que amaneció fresco. Se co-nocen tan bien, que sólo con mirarse unos a otros saben que están completos, y que a la mañana siguiente volverán a verse las caras y darse los buenos días, mientras los turistas pasan con sus cámaras ambulantes sin darse cuenta de la maravilla que tienen ante sus ojos.

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