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Entrevista a Manuel Fernández Esquinas

"Tener un trabajo ya no significa tener la vida arreglada, y eso es algo dramático"

"España es un país que ha sufrido recortes, pero no ha experimentado reformas, básicamente se siguen haciendo las cosas del mismo modo", asegura el presidente de la federación española de sociología, investigador del CSIC experto en innovación, organización de la ciencia y transferencia del conocimiento

"Tener un trabajo ya no significa tener la vida arreglada, y eso es algo dramático"

Manuel Fernández Esquinas, doctor en Sociología e investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), es el presidente de la Federación Española de Sociología, que prepara su XII Congreso para finales de junio. En esa cita abordarán las grandes transformaciones sociales que estamos viviendo y los nuevos retos de su disciplina que, Fernández Esquina, ve orientada a un principio básico: ayudar en la toma de decisiones. A eso se dedica él, que ha trabajado en la evaluación de políticas públicas, de recursos humanos en innovación y en organización de la ciencia y transferencia del conocimiento. Además, ha sido consultor de gobiernos regionales, de organismos internacionales y delegado español en el comité de política científica de la OCDE.

El congreso de la Federación lleva por título Grandes transformaciones sociales, nuevos desafíos para la sociología. ¿Hasta qué punto se están alterando los fundamentos de nuestra sociedad?

Lo que estamos observando en las dos o tres últimas décadas y, sobre todo, en los últimos 6 o 7 años es que se está produciendo un nuevo giro en las tres instituciones básicas: el trabajo, la familia y las relaciones de confianza y la gobernanza, que se habían consolidado de una manera determinada tras la Segunda Guerra Mundial.

Por partes. Cambia el tra- bajo.

Se ha producido una reconfiguración del capital transnacional y una desregulación. Ello ha afectado especialmente al mundo del trabajo. Se produce la deslocalización de centros productivos a otros países. Ello se traduce en que algunos trabajadores tienen que competir cada vez más con trabajadores de otros entornos menos desarrollados donde las condiciones son distintas debido al menor nivel de vida y de desarrollo. En consecuencia resulta muy difícil el mantener algunas condiciones de trabajo en el Primer Mundo, sobre todo los empleos menos cualificados.

¿En la familia?

Con el cambio demográfico asistimos a un envejecimiento de la población. Los hábitos de vida y las necesidades económicas y de tiempo para criar hijos dan lugar a una escasa natalidad. El anclaje en la familia es distinto: se necesitan más cuidados en unos miembros, como los ancianos, y más apoyo económico en otros, como los jóvenes, que tardan en independizarse y tienen dificultades para formar una familia tradicional. En muchos casos tampoco se desea una familia tradicional por la falta de libertad que supone. Por ejemplo, en la movilidad para conseguir trabajo.

¿Y en lo referente a la gobernanza?

El cambio es sustancial. La pérdida de base fiscal (menos población activa y reducción de renta de una parte de los trabajadores) da lugar a menores servicios públicos. Además, el papel del Estado en algunos lugares se ve deslegitimado por la escasa efectividad de algunas políticas. Esto da lugar a que se resienta la red de seguridad que conformaba uno de los fundamentos básicos de nuestras sociedades.

¿De todos los cambios cuál es el más determinante a su juicio?

El que ha tenido que ver con las dinámicas económicas que se han implantado desde finales del siglo XX y con la forma en que los capitales y mercancías se mueven a escala global. La cuestión más determinante es la reconfiguración de los equilibrios de fuerza entre la intervención pública y la regulación, de un lado, y la capacidad de expansión y acumulación del capital, del otro. El nuevo funcionamiento de la economía y del capitalismo financiero está provocando cambios brutales. Primero, la concentración de la riqueza en ciertas zonas del mundo y, dentro de esas zonas, la concentración en cierto tipo de corporaciones. Luego, eso coarta completamente la capacidad de actuación tanto de los estados como de distintos colectivos sociales. Para competir y posicionarse bien frente a estos movimientos de capital los estados pueden hacer cosas como, por ejemplo, facilitar que las empresas no paguen impuestos. Ésa es una de las raíces de la gran recesión. Si no se implantan ciertas reglas de juego e instituciones básicas, es muy difícil evitar los efectos no previstos que generan desigualdad y exclusión. Es por tanto muy difícil para los estados actuar de manera efectiva para incrementar las condiciones de trabajo, los servicios públicos y la protección social.

¿Dónde está el principal pe-ligro?

En el deterioro de los vínculos sociales. En el deterioro de la confianza de las personas en instituciones que en las pasadas décadas facilitaron el acceso a condiciones de vida aceptables. Me refiero al descreimiento y la falta de confianza en el trabajo y a la falta de confianza en el papel de los poderes públicos, en el sentido de que no garantizan una red de seguridad y unos servicios de calidad. Cuando la gente deja de confiar en todo lo que tiene que ver con la cosa pública, incluyendo a los políticos, deja de creerse que pagar impuestos sirve para algo y deja de respetar los bienes públicos.

¿Se ha roto el dogma de que un trabajo es la puerta de acceso a una vida mejor?

Tener un trabajo ya no significa tener la vida arreglada. Es algo dramático. La gente ve que no tiene una expectativa una trayectoria vital ordenada, no ven que el esfuerzo en el estudio y en el trabajo les lleve a independizarse de su familia de origen, que les permita tener una vida normal.

¿Somos capaces de asumir los cambios tan rápidos, radicales y sucesivos que se están produciendo?

Si se refiere a si somos capaces de actuar para frenar las consecuencias, parece que aún no estamos siendo muy efectivos, ni los organismos públicos ni la sociedad civil. No obstante, prefiero ser algo optimista. Por ejemplo, se está tomando conciencia de que no es nada bueno que empresas multinacionales hagan optimización fiscal y al final paguen menos impuestos en términos porcentuales que usted o que yo.

De todas las nuevas ideas, nuevos valores, nuevas formas de acción colectiva, ¿cuál le interesa más?

La globalización de algunas formas de relación social. En este momento muchas personas pueden conseguir amigos, pareja, formación de familia, recursos importantes para vivir, cultura, trabajos, etcétera, en el ámbito global. Y, además, cada vez se asume más que se puede actuar a escala global. Esto tiene un potencial enorme. Si a través de estas relaciones se canalizan y transmiten valores y formas sociales inclusivas y de cooperación, las posibilidades de que se difundan formas de ver el mundo que ayuden a mejorar el nivel de vida y la libertad de la gente son muy importantes. No obstante, también se puede difundir lo contrario, como valores excluyentes o sectarios, tal y como estamos viendo en algunos lugares del mundo sometidos a conflictos religiosos o políticos. Por ello, la clave está en la educación que se adquiere, y también en cierta igualdad de oportunidades para acceder a estas ventajas del mundo global.

¿Estamos en España realmente ante una segunda Transición?

Sin duda. La transición es distinta a la de los 70 porque la historia nunca se puede repetir. Pero al igual que en aquélla, también están cambiando las bases fundamentales de nuestra sociedad.

¿Cuáles son los principales procesos de cambio que están actuando sobre la sociedad española?

Incido en el deterioro de los vínculos sociales: la confianza e identificación con los lugares que proveen de trabajo y también con los poderes públicos. Lo que permanece en España es el vínculo con familia y conocidos y amigos, lo cual provee de la red de seguridad que no se obtiene en las otras instituciones. Ése es nuestro verdadero anclaje a las llamadas sociedades del bienestar. No sólo el Estado del bienestar proporcionado por el sector púbico, que en España ha tenido un desarrollo tardío, sino la solidaridad intergeneracional y entre familiares y personas cercanas.

¿Cuál ha sido el coste de la crisis en España?

Evidentemente la falta de cohesión social. Por un lado, los sectores que han visto disminuidas sus condiciones de vida. Por otro, los jóvenes, que ven con desconfianza la posibilidad de tener un proyecto vital. Tras la crisis, España es un país algo distinto en cohesión tanto económica como en valores, pero básicamente se sigue funcionando de la misma manera en la forma de hacer las cosas. Es un país que ha sufrido recortes, pero no ha experimentado reformas en muchos ámbitos. Hubo algunas en la normativa de mercado de trabajo o adelgazamiento de la Administración, pero poco más. La estructura de la Administración es la misma, el sistema educativo cambia muy lentamente y, en cuestiones muy parciales, el sistema productivo no ha efectuado aún un giro importante en un volumen relevante de sectores innovadores que ofrezcan trabajo en buenas condiciones.

Tras la economía del ladrillo nos dijeron que el futuro está en la economía de la materia gris y la innovación, ¿cuánto hemos avanzado en ese sentido?

Se ha avanzado mucho, pero no en la cosa pública, sino en la sociedad civil. Muchas empre-sas han tenido que modernizarse para sobrevivir, han surgido emprendedores y nuevas py-mes más adaptadas a la socie-dad y la economía global, muchas personas han comenzado a idear formas de economía colaborativa y algunas instituciones han iniciado acciones importantes de innovación social. No obstante, si alguien sostiene que esto es resultado de la tarea de las administraciones o políticas públicas, sea cual sea el nivel administrativo o la tendencia política de que se trate, yo no recomendaría creerlo.

¿Cuánto ha sufrido la investigación española durante los años de la crisis económica?

En lo que hemos avanzado escasamente es en la cosa pública. El sistema de I+D e innovación es un caso típico de recortes sin reformas. Se ha retrocedido mucho en inversión pública, en recursos humanos e infraestructuras. No digo que en algunos casos no haya sido necesario, pero vamos a contracorriente de los países avanzados. Ningún país avanzado ha dado un salto atrás tan importante. La mayoría han hecho lo contrario o, al menos, se han mantenido.

¿Ha cambiado el funcionamiento del sistema público de I+D?

No. Y tenga en cuenta que la I+D en España está especialmente concentrada en el sector público. Se llevan haciendo las cosas igual que hace más de 20 años y ya por entonces eran raras si nos comparábamos con otros países. Tenemos un sistema público que no se corresponde en su gestión y organización interna con lo que ocurre en otros en los sistemas más avanzados. Nuestro sistema está coartado por aplicar sistemáticamente procedimientos administrativos de la función pública a los profesores e investigadores, por el sistema de oposiciones, por las dificultades para contratar personal eventual, por la extrema burocracia, por las trabas para captar recursos internacionales, etcétera. Esto no pasa en ningún país avanzado. Ahora es muy difícil trabajar en la Administración pública y hacer algo que se salga de la mera rutina.

¿Es España un país científicamente retrasado?

En absoluto. España es una potencia científica intermedia en el orden mundial. La comunidad científica española compite muy bien para el nivel de recursos que maneja. Donde estamos más atrasados es en la organización y en la forma de hacer las cosas. Además, el sistema es injusto porque no discrimina entre la parte de la comunidad científica productiva y aquella que está menos dispuesta a competir. Hasta que no cambiemos nuestra forma de organizarnos no veo muchas posibilidades de dar un salto en este ámbito.

¿El principal problema de la ciencia en España es su falta de conexión con la empresa?

Es sólo parte del problema si entendemos la innovación como conocimiento que genera valor. Por una parte, nuestro sistema no está orientado específicamente hacia la transferencia y la coproducción de conocimiento con el sector productivo. No existen muchos incentivos para colaborar con las empresas, en comparación por ejemplo con los incentivos para hacer investigación básica, que se traduce en publicaciones de alto nivel. Nuestro sistema suele evaluar bien la producción científica codificada en publicaciones o patentes, pero no está preparado para evaluar todas las contribuciones que se pueden realizar al desarrollo, lo cual resta incentivos para implicarse con las empresas. Por otra parte, la otra vertiente del problema está en el tejido empresarial compuesto por pymes tradicionales y empresas medianas y grandes en sectores poco intensivos en conocimiento. En general, la inmensa mayoría de las empresas españolas no tienen capacidad de absorción del conocimiento disponible en el sector público, simplemente porque no son lo suficientemente grandes o porque no tienen una organización adecuada y personal suficientemente formado. Ello resulta en que muchos de los conocimientos que producimos aquí no los usen las empresas españolas, sino empresas de otros países.

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