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Talese reivindica un oficio de fisgones

Cómo el legendario periodista estadounidense guardó los secretos de un voyeur y exoneró su culpa revelándolos en el reportaje del año

Gerald Foos posa en la recepción de su hotel durante los años sesenta, en la localidad de Aurora, en Estados Unidos.

El periodismo es un oficio de fisgones que obliga a fijarse en lo inadvertido además de hacerlo en lo evidente. Un hombre llamado Gerald Foos compró un hotel en Aurora, Colorado, Estados Unidos, en la segunda mitad de los sesenta del pasado siglo y montó en él un sofisticado sistema para espiar a los huéspedes. Al mismo tiempo escribió un diario minucioso de lo que iba observando, incluyendo la actividad sexual. Nos hemos enterado de ello porque en 1980, Foos se dirigió por carta al periodista Gay Talese para confesar lo que había hecho e invitarlo a unirse a su escondrijo. Talese, discreto husmeador de historias, firmó un acuerdo para mantener el secreto de espionaje hasta que el propio Foos dio el visto bueno a la publicación. Sucedió en 2013. Tres años después, el relato escalofriante del motel voyeur vio la luz en las páginas del New Yorker

De acuerdo con Talese, Foos practicaba el voyeurismo desde temprana edad. Su esposa era consciente de ello. Cuando compraron el hotel juntos, una de las primeras cosas que hizo fue subirse al tejado para agujerear el techo por encima de las camas y disponer en varias habitaciones de un observatorio camuflado tras las rejillas de ventilación. De esa manera podía mirar hacia abajo y ver lo que hacían los clientes sin que estos se percatasen de que estaban siendo vigilados. Colocó una alfombra acolchada a lo largo de la buhardilla para amortiguar los ruidos y, a continuación, se dedicó al espionaje, una práctica que no se detuvo hasta la venta del motel en 1995. Antes de que pasara a otras manos, tapó los agujeros que había hecho. El edificio fue demolido finalmente en 2014 y con él las pruebas. Foos, según dijo, nunca grabó o filmó a los huéspedes y, sin embargo, podía haberse creído en algún momento un documentalista histórico de las prácticas sexuales a la altura del mismísimo investigador Alfred Kinsey, como ha escrito Talese.

Talese desvela también cómo el voyeur de Colorado confesó haber sido testigo de un asesinato en 1977, que la policía de Aurora, al menos, jamás registró. Podría habérselo inventado. El gran reportero italoamericano cuenta incluso que de no haber conocido personalmente a Foos y escuchado su relato pormenorizado de los hechos durante largo tiempo, habría encontrado muy difícil de creer toda su historia. El propio relato llevó a Gay Talese a debatirse en una lucha interna por el secreto que había compartido durante quince años. Pero mantuvo la promesa con su fuente hasta que obtuvo el permiso.

Naturalmente, el espionaje y las escuchas han cobrado especial actualidad en un mundo donde resulta difícil no sentirse vigilado. De hecho todos lo estamos en mayor o menor medida, a veces de manera voluntaria por la confianza que depositamos en ciertos servicios y la ignorancia de las consecuencias que acarrea.

Frente a la controversia ética que plantea el reportaje publicado por el New Yorker, el primer argumento es que un periodista no tiene por qué ser cómplice moral permanente del delito que le han confesado. Por eso Talese decide desvelar el secreto en el reportaje del año. A lo largo de su dilatada carrera, ha demostrado tener una oreja privilegiada para las confesiones y los silencios en muchas de sus historias. La mujer de tú prójimo (1981) es un claro ejemplo del oído del periodista atento a las intimidades del ser humano: relaciones sexuales, miedos y deseos de las parejas. Escribió este libro después de escuchar relatos que nadie jamás habría dudado en esconder en el fondo de un armario. Ahora, ha cumplido con el deber del reportero publicando lo que sabía, podía tener interés, y deseaba exonerar por razones de prescripción e higiene. ¿Siendo el pope del oficio, quién lo puede culpar por mantener tanto tiempo un secreto de confesión?

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