A W. C. Handy, uno de los compositores más influyentes de todos los tiempos, se le considera el padre del blues. Conocía el Delta del Misisipi de cabo a rabo. Había penetrado en la memoria más íntima del extenso lodazal con forma de hoja de pacana donde brotó por primera vez la música de los negros, y presumía de saberse al dedillo sus rutas ferroviarias. El blues está igual de bien relacionado con el ferrocarril que el bocadillo con el jamón.

Una noche -cuenta el historiador Ted Gioia- W.C Handy se encontraba en la estación de Tutwiler esperando un tren que venía con nueve horas de retraso cuando escuchó a un saco de huesos del color de un tizón arrancar notas lastimeras de una guitarra. Su ropa estaba hecha jirones y los dedos de los pies le sobresalían por los agujeros de unos zapatos bendecidos por la tierra alquitranada en la que se habían hundido cientos de veces antes de reventar sus cosidos. Su rostro reflejaba una profunda melancolía fruto del dolor, "una especie de tristeza antigua", escribió Gioia. Mientras tocaba apretaba contra las cuerdas un cuchillo que alteraba metálicamente el sonido.

Esta técnica se había utilizado tradicionalmente en aquel lugar del mundo alejado de la mano de Dios por medio de aceros y cuellos de botella (bottleneck). Consistía y consiste en extraer una nota, y luego deslizar el dedo a otro traste, hacia arriba o abajo del diapasón, con el fin de conseguir un efecto encadenado doliente, lánguido y hasta chillón con la música. Se conoce también por slide. Resulta ideal para entonar cantos lastimeros como el de aquel fulano de la estación de Tutwiler. W. C. Handy jamás olvidó, tras recibir las explicaciones, cómo la estrofa de su canción simple y evocadora "Goin' where the southern cross' the dog" (Voy donde el sureño se cruza con el perro), repetida hasta tres veces, servía para explicar el destino del cantante y de su canción nocturna y solitaria.

Dog se refería a la línea ferroviaria del delta del río Yazoo, es decir el fin de su trayecto. Allí se dirigía y por ese motivo lo iba transmitiendo al igual que hacía la práctica totalidad de los músicos que vagaban de un lugar a otro por aquella tierra húmeda y barrida de esperanza en busca de trabajo o de un lugar donde caerse muertos.

Todo aquello que Handy recolectaba y se llevaba con él a Memphis sucedía en el Sur de Estados Unidos a principios del siglo pasado. Allí surgió una de las músicas más maravillosas de este mundo, que no tardaría en llegar a ser inmortalizada por las legendarias grabaciones de la época de Charley Patton, Blind Lemon Jefferson, Son House, Big Billy Broonzy, Furry Lewis, Skip James, Blind Willie Johnson y tantos otros, en los discos de pizarra de 78 r.p.m., que con la pátina del tiempo aparecen en las postales que Robert Crumb dibujó en la década de los ochenta del pasado siglo, dejando constancia de su pasión coleccionista y que ahora recoge en un precioso libro la editorial Nórdica, acompañadas de un CD con música seleccionada por el gran ilustrador. En total, 21 temas desde Patton a Jelly Roll Morton o King Oliver, pasando por artistas no tan conocidos entre los grandes pioneros como los East Texas Serenaders, Shelor Family o Crockett's Kentucky Mountainers.

Las postales reproducen, al estilo de los viejos cromos, los héroes del blues, el jazz y el country de Crumb, en tres series distintas en colaboración con el sello discográfico Yazoo. En todas ellas figura una pequeña leyenda biográfica que, por ejemplo, permite al lector saber que Mumford Bean and his Itawambians, un trío del condado de Itawamba, en el nordeste de Misisipi, grabó un único disco para Okeh Records en 1928 con dos valses old-time.

Como es natural, nadie excepto algún que otro coleccionista, el propio Crumb y Terry Zwigoff, director de Ghost World, la película sobre el cómic de Daniel Clowes, y del documental acerca del dibujante underground autor del gato Fritz, había oído hablar de ellos. Y no demasiado.

Héroes del blues, el jazz y el country es un homenaje entrañable a la vieja música americana, que arrastra un peso nostálgico y hasta histórico. En cierto modo, Crumb es un historiador, además de uno de los grandes retratistas contemporáneos de América, pintor de las estaciones y de las costumbres.

Alguien que se ha ocupado de recordar en unos cromos a las mejores leyendas, Duke Ellington, Louis Armstrong, Earl Hines, Sidney Bechet o "Fats" Waller, pero también de inmortalizar a las strings bands y jug bands anónimas que se quedaron en el camino y no llegaron a conocer la amplificación del sonido. Los sureños que no pasaron de cruzarse con el perro.