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Salud

Libertad frente a regulación

La búsqueda del equilibrio entre nuestro egoísmo y la generosidad

Probablemente, la medicina nazca de la compasión, un sentimiento que se encuentra también en otros animales. Compasión que puede estar también en el origen de la moralidad. Darwin, tratando de explicarse por qué somos animales morales, daba mucha importancia a la satisfacción que se obtiene por la aprobación del grupo, así como a la tendencia a la cooperación, tan desarrollada en los insectos sociales y una de nuestras mejores armas para la supervivencia. O el que seamos capaces de imaginar las consecuencias de nuestros actos (en eso reside la planificación, una capacidad que compartimos también con otros animales) y además a esas consecuencias le demos un valor, bueno o malo para uno mismo o para el grupo.

Sin embargo, de acuerdo con Gustavo Bueno, no hay que buscar el origen de las normas morales o éticas sino su objeto. Para él las normas morales persiguen salvaguardar y proteger la vida del grupo como tal; las éticas, la del individuo corpóreo. Así, por ejemplo, los yihadistas consideran que los infieles son una amenaza para ellos y no sienten ninguna repugnancia moral al cometer actos terroristas. Sin embargo, dentro del grupo tienen un comportamiento impecable. Basta ver un documental que sigue la vida de uno de los guardaespaldas de Bin Laden, ahora taxista en Yemen: puede enternecer la cariñosa y respetuosa relación con su hijo, su amabilidad al volante o su religiosidad. A la vez, sin reparos, encuentra lógico y necesario acabar con el imperio del mal.

Por tanto, desde esta perspectiva, hay muchas morales que dependen de los valores del grupo, de lo que éste considera necesario para su supervivencia.

Si el objetivo de la ética es la preservación del individuo corpóreo no es suficiente para regular las relaciones entre los individuos.Reglas que expresan las costumbres, porque moralidad viene de mores, costumbres; algunas se hacen leyes. La cuestión es hasta dónde regular la conducta del individuo. Si la moralidad fuera una tendencia innata hacia el bien de la comunidad, no haría falta un control y vigilancia por parte del Estado. Eso es lo que proponen los ácratas que se sublevan en territorios de EE UU contra un Gobierno excesivamente regulador, coartador de la libertad y creatividad del individuo. Sin embargo, los que piensan que la moralidad es sólo un traje delgado que recubre a una fiera dispuesta a comerse a su vecino si lo dejan piden el fortalecimiento del Estado del derecho que proteja al individuo frente a la rapacidad.

Yo creo que en cada uno de nosotros conviven el egoísmo y la generosidad. Que todos tenemos tendencia a la cooperación y que sufrimos cuando otros lo hacen. Y a la vez todos buscamos los máximos beneficios para nosotros mismos o los nuestros por encima o en contra de los de otros.

Los que defienden una sociedad menos regulada esperan que sea el mismo mercado el que determine su supervivencia. Consideran que el comprador es inteligente y que el vendedor hará las cosas bien, sin trampas, por su propia conveniencia. Pero sabemos que no es así, que el afán de lucro con frecuencia rompe las barreras de la moralidad y que demasiadas veces se tarda en detectar al tramposo, cuando ya hizo mucho daño. Entonces se reclama o denuncia la pasividad del Estado.

Cuánto regular y cómo es un asunto complicado. Sin duda, no lo hacemos bien, de manera que las normas, además de suponer un gasto, a veces obstruyen más que ayudan. Pero no por eso hay que reducir el Estado al mínimo. Por ejemplo, no se puede dejar al mercado la seguridad en los alimentos o en el trabajo. El ejercicio de la medicina es de las primeras profesiones reguladas, porque la sociedad veía en ello un riesgo. Los propios médicos, mediante instituciones, vigilaban el mercado y perseguían el intrusismo, quizá por egoísmo, también por el bien de la sociedad. La seguridad y la salud están en casi todos los ámbitos de la vida, incluidos la hostelería y el transporte: ¿cuánto regular y cómo para permitir la creatividad y renovación?

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