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Jesse Owens, héroe de película

El atleta negro que acabó con el plan de Adolfo Hitler para probar la supremacía aria no pudo detener la marea de la historia

Jesse Owens, héroe de película

El fulgor del momento se condensa en esos diez segundos y tres décimas de la carrera de Jesse Owens en el estadio olímpico de Berlín que Leni Riefenstahl atrapa. El primer plano de la cara del atleta negro, el disparo de salida, la contracción del cuerpo y la sacudida posterior antes de dejar atrás a sus competidores y rebasar la línea de llegada bajo la mirada perturbada de Adolf Hitler. Todo ello en un instante.

Contratada por el ministerio de propaganda para filmar los juegos de 1936, Riefenstahl había recibido el encargo de exhibir el triunfo de los atletas alemanes como prueba de la superioridad física e intelectual aria sobre el resto del mundo. Pero Owens, afroamericano de Oakville (Alabama), descendiente de esclavos, ganó el oro en la carreras de 100 y 200 metros, el salto de longitud y el relevo de 4x100, y se convirtió en la verdadera estrella de la película "Olympia 1" que acabó determinando su destino y constatando, a la vez, que ningún hombre o imagen en movimiento son capaces de detener la marea de la historia. Aquel atleta educado en medio de la segregación racial fue capaz de desmontar el plan de superioridad de una raza sobre las otras, pero en el horizonte aguardaban la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto como pruebas del trágico determinismo de la humanidad.

Hitler, según la versión más extendida, no lo invitó a estrechar su mano al contrario que a otros atletas, pero tampoco se dignaron a ello Roosevelt y Truman. El primero rompió con la norma de recibir en la Casa Blanca a los campeones olímpicos, y Owens sólo sería resarcido años después, en 1976, cuando Gerald Ford la concedió la medalla presidencial de la libertad.

La de Owens es una epopeya de hace ochenta años que ahora rescata el cine en una película, "Race", dirigida por Stephen Hopkins, interpretada entre otros por Stephan James, Jason Sudeikis y Jeremy Irons en el papel de Avery Brundage, el ingeniero que entonces ocupaba la presidencia del comité olímpico de Estados Unidos y que negoció con la Alemania nazi la participación americana en los juegos de Berlín. A Owens, acostumbrado a luchar contra los prejuicios de la época y del lugar donde le tocó vivir, llegaron a compararlo con el Tío Tom por aceptar la creencia extendida entre algunos afroamericanos de que para eliminar el racismo hay que trabajar más, ser más inteligentes y mejores que los blancos. Nadie le explicó que aún así iba a resultar imposible.

Después de sus cuatro victorias y de haber humillado al nazismo, el héroe del celuloide de Riefenstahl regresó a Estados Unidos e inmediatamente se enfrentó a las actitudes racistas de sus compatriotas. Sus medallas olímpicas, pese a haber sido arrancadas del corazón de la bestia, no tuvieron igual valor, por ejemplo, que las del aclamado nadador Johnny Weismuller, y para ganarse la vida se tuvo que dedicar a trabajos inverosímiles como disputar carreras contra caballos de turf. Seguía viajando en la parte trasera de los autobuses y cuando Nueva York celebró su fiesta de homenaje en el Hotel Waldorf Astoria le obligaron a subir en el montacargas en vez de en el ascensor reservado a los blancos.

Lutz Long, su competidor en longitud y orgullo ario, se encargaría de demostrar que era mejor que muchos de sus compatriotas cuando le sugirió una técnica en el salto que le haría alcanzar el récord olímpico. A Long, como consecuencia de ello, también lo marginaron.

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